El corte de mangas
26 de Mayo.- Sábado. Escojo este momento de relativa tranquilidad, en el que Viena se ve achicharrada lentamente por un sol de justicia, para contar mis aventuras de la semana pasada en la que casi no he escrito, porque el celebro, señoras y señores, no me daba para más. Porque he empezado en un trabajo nuevo para el que mi nivel de alemán es un poco cortito aún, aunque me defienda como gato panza arriba, también es verdad. La cosa se trata de una empresa que vende productos de alta tecnología a muchas otras compañías del mundo mundial. Ayer, durante un curso de manejo de la tecnología en cuestión, por ejemplo, tuve contacto con un egipcio, un jordano, un finlandés muy simpático, un chaval de Alicante, y dos rumanos muy serios que lo hacían todo juntos con cara de estar sufriendo en silencio alguna dolorosa afección rectal.
Termino todos los días hecho migas por el constante esfuerzo de concentración, al que se añade el tener que estudiarme un montón de cosas de las que, hasta este momento, no tenía ni idea. Porque en mi anterior trabajo, relacionado con los deportes (algunos extrañísimos como una especie de balonmano balcánico) por lo menos tenía la ventaja de que, quieras que no, desde pequeño has estado siendo bombardeado subliminalmente con el Estudio Estadio pero ahora, pues a veces tengo la sensación de ser un ciego estudiándome un mapa de carreteras escrito en cirílico.
Y eso, desgasta, queridos amigos y amigas.
¿Desgasta?
Desgasta.
Así que cuando llego por las noches a la intimidad de mi hogar, de lo único que tengo ganas es de ponerme una película tonta y quedarme sobao delante de la tele como un abuelo.
Ventajas: pues ventajas tiene muchas mi trabajo. Y la principal son mis compañeros, también procedentes de los cuatro puntos cardinales de esta pelota azul que flota en el espacio sideral. Todos supermajos. Un argentino, una alemana, un croata, un turco, el españolito que esto escribe y creo que algún que otro austriaco para completar la cuota de aborígenes del país.
Las oficinas dan a un feraz arbolado y a una calle animada, están pintadas en un color vainilla claro, y en ellas reina, como es preceptivo en todos los lugares en donde se trabaja duro, un ensimismado silencio. Nada que ver con mi último entorno laboral español. Una oficina-túnel sin ventanas en la que, el director general de la empresa (sesenta años, traje azul cobalto, mocasines marrones, corbata tremolando sobre la panza: la viva imagen del éxito) se plantaba tres veces al día (cuando no más) en mitad de la oficina, y gritaba:
-¡Pero es que no va a haber en esta empresa un inútil que me sepa arreglar este motorrrr!!!!
A lo cual, todos agachábamos la cabeza. Creo que en esta empresa tampoco reina el clima de espionaje que reinaba en aquella –el producto infalible que se da en todas las sociedades en las que se aplica sin tasa un poder absoluto- y se procura, por lo que yo he visto hasta ahora, que reine un clima negociador y solidario que es lo que más me gusta cuando trabajo con personas. Es lo más parecido a hacer las cosas porque te gusta hacerlas y salen de ti, mucho más gratificante que hacerlas sólo porque un paleto energúmeno que te trata sin respeto te está pagando (y mal). En esta empresa española (cuya foto figura en los diccionarios al lado de la definición de “sociedad enferma”) era el pan nuestro de cada día que las sufridas contables salieran llorando del despacho del jefe financiero, en el comedor no había calefacción en invierno –yo he llegado a comer con el abrigo y la bufanda puestos- para que corrieses a tu sitio una vez consumida la tiesa ración de tu tupperware y se hacía una vez al año una cena de navidad a la que tenías que ir por gónadas y aparentar que te lo estabas pasando de puta madre mientras algunos superiores pasados de copas perseguían con ojos rijosos a sus subordinadas más escotadas (aunque tampoco hacía falta un escote demasiado profundo para provocar una persecución), o los animales más depredadores preparaban bromas salvajes para mortificar a los que no se prestaban a los juegos salvajes.
El día en que se acabó mi contrato, que terminó justo a tiempo para venirme a Austria, cerré los ojos para escuchar el ruido de la puerta de la calle cerrándose tras de mí y, con todo el placer del mundo, le hice un corte de mangas a la cámara de seguridad, con la esperanza de que lo estuvieran grabando y lo viera quien tuviera que verlo.
Hasta ahora, no me he arrepentido.
(Toquemos madera)
Termino todos los días hecho migas por el constante esfuerzo de concentración, al que se añade el tener que estudiarme un montón de cosas de las que, hasta este momento, no tenía ni idea. Porque en mi anterior trabajo, relacionado con los deportes (algunos extrañísimos como una especie de balonmano balcánico) por lo menos tenía la ventaja de que, quieras que no, desde pequeño has estado siendo bombardeado subliminalmente con el Estudio Estadio pero ahora, pues a veces tengo la sensación de ser un ciego estudiándome un mapa de carreteras escrito en cirílico.
Y eso, desgasta, queridos amigos y amigas.
¿Desgasta?
Desgasta.
Así que cuando llego por las noches a la intimidad de mi hogar, de lo único que tengo ganas es de ponerme una película tonta y quedarme sobao delante de la tele como un abuelo.
Ventajas: pues ventajas tiene muchas mi trabajo. Y la principal son mis compañeros, también procedentes de los cuatro puntos cardinales de esta pelota azul que flota en el espacio sideral. Todos supermajos. Un argentino, una alemana, un croata, un turco, el españolito que esto escribe y creo que algún que otro austriaco para completar la cuota de aborígenes del país.
Las oficinas dan a un feraz arbolado y a una calle animada, están pintadas en un color vainilla claro, y en ellas reina, como es preceptivo en todos los lugares en donde se trabaja duro, un ensimismado silencio. Nada que ver con mi último entorno laboral español. Una oficina-túnel sin ventanas en la que, el director general de la empresa (sesenta años, traje azul cobalto, mocasines marrones, corbata tremolando sobre la panza: la viva imagen del éxito) se plantaba tres veces al día (cuando no más) en mitad de la oficina, y gritaba:
-¡Pero es que no va a haber en esta empresa un inútil que me sepa arreglar este motorrrr!!!!
A lo cual, todos agachábamos la cabeza. Creo que en esta empresa tampoco reina el clima de espionaje que reinaba en aquella –el producto infalible que se da en todas las sociedades en las que se aplica sin tasa un poder absoluto- y se procura, por lo que yo he visto hasta ahora, que reine un clima negociador y solidario que es lo que más me gusta cuando trabajo con personas. Es lo más parecido a hacer las cosas porque te gusta hacerlas y salen de ti, mucho más gratificante que hacerlas sólo porque un paleto energúmeno que te trata sin respeto te está pagando (y mal). En esta empresa española (cuya foto figura en los diccionarios al lado de la definición de “sociedad enferma”) era el pan nuestro de cada día que las sufridas contables salieran llorando del despacho del jefe financiero, en el comedor no había calefacción en invierno –yo he llegado a comer con el abrigo y la bufanda puestos- para que corrieses a tu sitio una vez consumida la tiesa ración de tu tupperware y se hacía una vez al año una cena de navidad a la que tenías que ir por gónadas y aparentar que te lo estabas pasando de puta madre mientras algunos superiores pasados de copas perseguían con ojos rijosos a sus subordinadas más escotadas (aunque tampoco hacía falta un escote demasiado profundo para provocar una persecución), o los animales más depredadores preparaban bromas salvajes para mortificar a los que no se prestaban a los juegos salvajes.
El día en que se acabó mi contrato, que terminó justo a tiempo para venirme a Austria, cerré los ojos para escuchar el ruido de la puerta de la calle cerrándose tras de mí y, con todo el placer del mundo, le hice un corte de mangas a la cámara de seguridad, con la esperanza de que lo estuvieran grabando y lo viera quien tuviera que verlo.
Hasta ahora, no me he arrepentido.
(Toquemos madera)
2 comentarios:
Felicidades por tu nuevo trabajo, esperemos que sea tan entretenido como promete y más fácil de lo que parece.
Como no hay trabajo bueno, alguna pega tendrá pero visto como estabas en España a peor va ser difícil que vayas y si hay buen rollito entre tus compañeros pues se hará más llevadero.
espero que te deje tiempo para tus siempre entretenidos post.
Un abrazo.
¿Lo ves? Al final ha salido bien. Si tienes afinidad con tus compañeros de trabajo ya tienes muchísimo de ganado (créeme: he trabajo en empresas en las que volví a revivir lo que tú ya sabes de mis tiempos de adolescente y fue terrible). Y, es curioso, pero siempre han sido mujeres (por algo dicen que entre nosotras somos malas). La verdad es que yo, por el momento, no estoy teniendo suerte en el mundillo laboral. Pero bueno, todo llegará. Y si no llega, pues iré a buscarlo yo misma. Un besazo (y a ver si encuentras tiempo para hablar, leches. Que ya no tengo paño de lágrimas virtual) =P
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