La escritora belga Marguerite Yourcenar

Frau I. P.

31 de Julio.- Ayer por la tarde estuve cenando en casa de Frau I.P., una mujer, se mire por donde se mire, especial.
Mi primer contacto con ella fue a principios del verano del año pasado. Necesitaba a alguien que cuidase de los gatos durante una excursión de fin de semana a algún punto de la peninsula italiana que no consigo recordar. Un amigo de un amigo de un amigo (o sea, lo que suele sueceder en estos casos) me pasó el contacto de Frau P. (la P. viene del apellido español más corriente, por lo que luego diré). Parecía ser que esta gnedige Frau se dedicaba a cuidar los gatos de aquellas personas que se lo pedían, por gusto, como hobby de jubilada. Así las cosas, uno se la imaginaba como la señora que sale en los dibujos de la Warner Brothers, la dueña de Piolín (¿Una mujer que se dedica a cuidar gatos ajenos, cómo puede ser si no?). Nunca llegué a verla. El amigo del amigo del amigo, le pasó las llaves de mi casa y durante el fin de semana en cuestión la señora P. cuidó de Sofía y Pauli (gatos) con mimo. Incluso dejó una nota comentando tales o cuales observaciones a propósito de los animalitos. Llegada la hora, le devolvimos el favor.
La Frau P. se iba con una amiga de su misma promoción a las cercanías de algún lago situado al sur de Alemania.
Al acudir a la dirección indicada, cual fue mi sorpresa al comprobar que se trataba de un imponente bloque de casas que está a dos pasos del hotel Imperial (concretamente, detrás del local de la filarmónica desde el que se transmite todos los años el Neu Jahrs Konzert). Al subir, constaté que la señora P. vivía en un piso laberíntico de varios cientos de metros cuadrados que, por las trazas, sólo ocupaba parcialmente. Varias habitaciones cerradas contenían sólo muebles (tuve que buscar a los tres mininos de la señora P. por toda la casa). Desde el comedor se domina una panorámica imponente de la Karlsplatz. Destacaba la señora por un personalísimo concepto del orden (mucho más cerca del sur de Europa que de las frialdades del norte) y por una afición al reciclaje de objetos que me habló de un alma entregada a las economías. Aquí una silla Thonet desfondada y convertida en macetero, allí unos objetos de baratillo decorando una estantería rescatada (con seguridad) de una antigua mudanza...
La conocí por fin a su vuelta de Alemania y ahí debo confesar que me quedé perplejo. La señora P. era una jubilada de unos setenta (no sé su edad exacta) que fumaba impenitentemente Gauloises y que, como todos los serbios, y dicho con suavidad, debe de tener el hígado acorazado contra todo tipo de tóxicos (del champán de setecientos euros la botella al aguardiente español del DIA). Hacía gala además de una cultura oceánica, centrada sobre todo en las humanidades y los idiomas, y de un dominio total del difícil arte de encontrar afinidades y pautas donde todo el mundo ve caos. Este patrimonio, que he aprendido a buscar en las personas especialmente dotadas para las lenguas, hace de la conversación con Frau P. una aventura apasionante. Una especie de viaje por una maraña de toboganes. Se puede entrar por la Reina Leonor de Aquitania y salir por cualquier sitio imprevisto, como por ejemplo la moda española (bakala) de comprar Huskies para luego echarlos a la calle cuando ya no son los tiernos perros de peluche de la tienda.
La señora P. tiene una cara parecida a la de Golda Mehir, o a la de Marguerite Yourcenar anciana. Unos ojos oscuros y vivos, la boca grande y generosa, la nariz chata. Carga con alguna viudez y con algún que otro divorcio (concretamente el del señor P., turco, judío sefardita de Constantinopla –para ella la invasión turca de 1492 es un incidente sin importancia-, del que lleva el apellido y gracias al cual sabe un español arqueológico que ella va modenizando, poco a poco, en sus excursiones a Alhaurín el Grande). Como muchas personas desesperanzadas del ser humano, la señora P. es una apasionada de los animales, a los que trata como si fueran una clase superior de personas. O como a unos niños a los que hubiera que educar. Les habla con suavidad pero con contundencia.
En un país en el que el protocolo es El Unico Dios, la señora P. tiene unos modales de anfitriona agradablemente decontractés. A pesar de eso, es auténticamente hospitalaria, y tiene la generosidad del que sabe que nada merece la pena. Cuando hablas, te sientes escuchado, escudriñado con curiosidad. En sus ojos hay un brillo especial que te taladra amablemente.
Por cierto, ayer cocinó cordero al horno. Muy rico.

2 comentarios:

Marona dijo...

Jo, yo de mayor quiero ser como esa señora... tan sabia, tan interesante y con una buena receta de cordero al horno :)
Besos!

Dalia dijo...

Paquico, ¡Qué envidia conocer a una persona tan interesante! Por cierto conozco a tu gata Sofía pero ¿Por qué no cuelgas una foto de tu otro gato? Con lo que me gustan...
Un abrazote ¿Y tú no te ibas a españa de vacaciones? ¿O ya has vuelto?