Bossa nova junto a ti

Música le pidió ayer su albedrío/ A un descendiente de don Peranzules;/ Templáronle al momento dos baúles /Con más cuerdas que jarcias un navío.

29 de Octubre.- Hoy hablaré de mí.

Uno de mis fracasos más estrepitosos es que, hasta ahora, no he podido encontrar un trabajo tan interesante como mi vida personal. Sí: soy de esos ingenuos que piensan que se puede. Y no porque haya tenido trabajos especialmente penosos, sino porque, de toda la vida, mis amistades han sido un circo de tres pistas lleno de conversadores brillantes, gentes de mente tobogánica y, últimamente, súbditos de diferentes lugares del globo.
Por H o por B siempre se dan una serie de circunstancias que hacen que a mi alrededor florezcan las flores más raras (en el sentido de escasas).
Empecé a darme cuenta de que era diferente cuando, en la última empresa en que estuve en España, la gente se disputaba sentarse a comer a la misma mesa que yo para que les contara las historias de mis amigos (a falta de méritos propios, siempre he sido muy de presumir de amistades). Decían que era como poner la radio. A veces contaba cosas rigurosamente ciertas que la gente no podía creer. Esos eran los mejores momentos. La gente me decía: “Qué vida tan interesante tienes” y yo les contestaba que todas son interesantes, lo que pasa es que yo, quizá, lo que tenía era un poco más de gracia para contar mis peripecias (o, siguiendo el hilo de mi razonamiento, las peripecias de los otros). Y entonces ellos me miraban con cara de excepticismo y me decían: Pues a mí no me pasan esas cosas. Mi vida es un rollo. Y entonces yo entresacaba para ellos cuatro o cinco anécdotas a las que ellos mismos no habían prestado atención, pero que les convertían en seres distintos, especiales. Durante un minuto y medio, se sentían encantados por el milagro de verse convertidos en seres distinguidos y luminosos, pero luego se les pasaba, como si no supieran ellos mismos encontrarse méritos o aspectos divertidos con los que obrar el humilde prodigio que yo había hecho ante ellos.


Todos pensamos que somos normales sea lo que sea eso (algunas corrientes políticas, de índole fascista, de izquierda o de derecha, han pretendido que seamos piececitas en la maquinaria de una imprecisa revolución; dientecillos iguales de unas ruedas destinadas a funcionar sin ruido y en el anonimato). Pero no. No somos todos iguales. En cada uno de nosotros existe una particularidad, un gramo de locura, un ramalazo de fantasía, que nos convierte en seres únicos.
Cuando llegué aquí, fue un alivio ver que esta rareza mía, si se puede llamar así, quedaba relativamente camuflada en otra rareza mayor. O sea, en que yo era un guiri y nada de lo Komisch me era ajeno. Pero ya que voy dominando el idioma, me doy cuenta de que, cuando empiezo a contar anécdotas que, para mí son comunes y silvestres, la gente tiende a descolgar la mandíbula hasta el infinito y más allá (en el peor de los casos) o a partirse el pecho de risa en el mejor. Como en una reunión el otro día en la que hablé de mi tormentoso pasado en la teletienda.
(Sí: mi vida ha sido muy dura).



Pero qué le voy a hacer. Si es que a mí no dejan de pasarme cosas interesantes (Gracias a Dios, y que siga la fiesta muchos años).
Por ejemplo, ayer me invitaron a un brunch (breakfast+lunch, o sea, a un desayuno de resacosos) en casa de mis amigos O. y H.
Sentado a la mesa había un profesor universitario de una lengua románica que mencionó como de pasada uno de los proyectos más fascinantes que yo haya escuchado en mucho tiempo. Con algo de desapego dijo que iba a escribir un libro sobre el cine musical español desde los cuarenta hasta nuestros días.
A mí me empezó a saltar el corazón dentro del pecho e, inmediatamente, me ofrecí a ayudarle poniendo a su disposición todo el material audiovisual con el que cargo desde hace años.
¡Qué proyecto tan atractivo! La materia de la que están hechos mis sueños desde que, en el verano de1989, mis padres compraron el primer video VHS y alquilábamos una peli todos los viernes, al volver de la clase de inglés de la señorita Soraya.Ayer me pasé toda la tarde canturreando para no olvidarme de ninguna referencia, de ninguna corriente, de ningún compositor. Pero él lo dijo como si tener la suerte de tener un trabajo semejante fuera algo normal.
Y aquí quiero llegar: todos tenemos la felicidad delante de nosotros, pero a veces no sabemos verla. Todos somos únicos pero, a veces, somos miopes porque vemos nuestra vida desde demasiado cerca. Todos tenemos alrededor a personas fascinantes, sólo hay que saber mirar.
Al fin y al cabo, emocionarse hasta con una acelga es una cosa que, si se quiere, se entrena.

PS: Nacho, tu video favorito de Peret no lo he encontrao en el tutubo con una versión buena, jomío. Sigo buscando

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué lástima!! Pero te agradezco el detalle de haberlo buscado. Siempre nos quedará una dvd abend para reirnos de ese maternal empujon de La Lola de España a su Rosarillo para que fuese cogiendo tablas. Bienvenido de vuelta, Herr Bernal!

Anónimo dijo...

Como siempre, Paco, esta es la "sección" que mas me atrae de Viena Directo. "Que me gusta" da los mejores momentos y el share mas alto. Habrá que pedirle al director del programa que le de mas párrafos.

Paco Bernal dijo...

Ay la loula despaña! Ole!
Pues sí, también andaba por ahí ese video, pero la qualité no tenía egalité ni fraternité con los que he puesto. A ver si encontramos a algún gentil tutubero que lo haya colgado mejor. Me lo dejo en el tintero.
Pero, ¿A que mola Carmen Sevilla? Yo sigo pensando que es una de las mujeres más guapas de su generación. Y además, sin fotochós. Una historia curiosa: haciendo el único corto que he hecho, tuve el honor de compartir técnico de sonido con Carmen Sevilla (aunque fuera con una diferencia de décadas). Era un señor metódico y artesanal que contaba historias de cómo entre él y Augusto Algueró grabaron con los primeros magnetófonos de diecíseis pistas para alta fidelidad y que Algueró, como no sabía qué hacer con tantas (anteriormente en un canal iba la voz y en otro la orquesta) le dijo al técnico:
-Panderetas! Meta usted panderetas!
Y así nació el sonido dabadá de las pelis de los años sesenta.