19 de Diciembre.- Mi querida niña:
La semana que viene, el lunes, será navidad. Tengo que reconocerte que estas fiestas no me han gustado nunca. Porque las navidades siempre me han parecido una ocasión melancólica pero, aún más grave para un libra como yo, me ha parecido una ocasión fea. De mal gusto.
No sé cual de sus dos extremos me resulta más penoso: si el de embadurnar la realidad con esos adornos horteras que simulan una primavera brillante, o el hecho de quitarlos una vez pasados los festejos. Todo queda con ese aire triste y desangelado que tienen los finales de carnaval. Una confusión de confeti sucio y de botellas de champán rotas.
Sin embargo, y siguiendo ese refrán tan útil que recomienda entusiasmo frente a lo inevitable, de unos años a esta parte he conseguido encontrar algunas cosas hermosas en esta época del año.
No sé cómo se celebrarán las navidades cerca del ecuador de este siglo (momento en el que tú gozarás de la máxima conciencia y yo estaré caminando hacia la vejez) pero lo cierto es que, hoy en día, las fiestas de final de año se van, poco a poco, deshaciendo de su contenido religioso. Quizá sea mejor así. El cristianismo, religión en la que crecí, se adueñó de unos ritos más antiguos que él. Enmascaró con un barniz un tanto tosco los antiguos cultos del sol, que datan de los primeros pasos de la conciencia de la Humanidad. Los impregnó de una nueva mitología y forzó el olvido de las antiguas divinidades, cuyos altares se enmohecieron hasta desaparecer.
La navidad es la celebración del solsticio de invierno, momento en el que el sol, que declina hasta ser vencido aparentemente por las tinieblas, inicia el camino que lo convierte en la luminaria pujante que hace reverdecer los cultivos y ahuyenta el frío del invierno, fuente de los letargos más perniciosos, mensajero del hambre. El cristianismo también se apropió de otros símbolos solares (¿Qué son si no los halos que los santos católicos lucen detrás de la cabeza, sino indicadores de que en su pensamiento brilla el sol?) y, en el furioso trabajo de reciclaje de los principios, la religión naciente se adueñó de mitologías egipcias y asiáticas (el Dios resucitado, la virgen que da a luz un varón, los ángeles) hasta formar un frankenstein con los miembros dispersos de las decadentes religiones de la antigüedad.
Aunque soy católico por tradición, soy firme creyente en que Dios (si lo hay) no lo es. Sin embargo, no tengo más remedio que sentir cariño por la mitología cristiana y, cuando tengo algún problema, rezo. Me gusta creer que dialogo con una entidad superior, del mismo modo que lo han hecho muchos millones de seres como yo desde que el mundo es mundo. Es en la intimidad de mis oraciones cuando me siento más vinculado al resto de las personas que me han precedido y, quién sabe, también a las que vendrán después de mí.
Sin embargo, ha sido por la mitología por donde he conseguido hincarle el diente a la navidad. Me resulta especialmente querida la imagen de la mujer embarazada a la que nadie quiere dar cobijo (prescindamos de su nombre, de las fechas, del lugar). La cara preocupada de ese hombre que vaga con su borrico por una aldea sucia y pobre y no encuentra más que un establo en el que guarecer a su familia. Son los comienzos difíciles de cualquier proyecto vital, independiente de cualquier significación religiosa, y la demostración de que, contra todos los contratiempos, la vida, Ainara, acaba por abrirse camino.
Aunque sólo sea por esa fe que lucha contra todas las evidencias y porque has llegado tú para alegrarnos la vida, este año volverá a ser hermoso reunirse para celebrar la navidad.
Un beso de tu tío.
La semana que viene, el lunes, será navidad. Tengo que reconocerte que estas fiestas no me han gustado nunca. Porque las navidades siempre me han parecido una ocasión melancólica pero, aún más grave para un libra como yo, me ha parecido una ocasión fea. De mal gusto.
No sé cual de sus dos extremos me resulta más penoso: si el de embadurnar la realidad con esos adornos horteras que simulan una primavera brillante, o el hecho de quitarlos una vez pasados los festejos. Todo queda con ese aire triste y desangelado que tienen los finales de carnaval. Una confusión de confeti sucio y de botellas de champán rotas.
Sin embargo, y siguiendo ese refrán tan útil que recomienda entusiasmo frente a lo inevitable, de unos años a esta parte he conseguido encontrar algunas cosas hermosas en esta época del año.
No sé cómo se celebrarán las navidades cerca del ecuador de este siglo (momento en el que tú gozarás de la máxima conciencia y yo estaré caminando hacia la vejez) pero lo cierto es que, hoy en día, las fiestas de final de año se van, poco a poco, deshaciendo de su contenido religioso. Quizá sea mejor así. El cristianismo, religión en la que crecí, se adueñó de unos ritos más antiguos que él. Enmascaró con un barniz un tanto tosco los antiguos cultos del sol, que datan de los primeros pasos de la conciencia de la Humanidad. Los impregnó de una nueva mitología y forzó el olvido de las antiguas divinidades, cuyos altares se enmohecieron hasta desaparecer.
La navidad es la celebración del solsticio de invierno, momento en el que el sol, que declina hasta ser vencido aparentemente por las tinieblas, inicia el camino que lo convierte en la luminaria pujante que hace reverdecer los cultivos y ahuyenta el frío del invierno, fuente de los letargos más perniciosos, mensajero del hambre. El cristianismo también se apropió de otros símbolos solares (¿Qué son si no los halos que los santos católicos lucen detrás de la cabeza, sino indicadores de que en su pensamiento brilla el sol?) y, en el furioso trabajo de reciclaje de los principios, la religión naciente se adueñó de mitologías egipcias y asiáticas (el Dios resucitado, la virgen que da a luz un varón, los ángeles) hasta formar un frankenstein con los miembros dispersos de las decadentes religiones de la antigüedad.
Aunque soy católico por tradición, soy firme creyente en que Dios (si lo hay) no lo es. Sin embargo, no tengo más remedio que sentir cariño por la mitología cristiana y, cuando tengo algún problema, rezo. Me gusta creer que dialogo con una entidad superior, del mismo modo que lo han hecho muchos millones de seres como yo desde que el mundo es mundo. Es en la intimidad de mis oraciones cuando me siento más vinculado al resto de las personas que me han precedido y, quién sabe, también a las que vendrán después de mí.
Sin embargo, ha sido por la mitología por donde he conseguido hincarle el diente a la navidad. Me resulta especialmente querida la imagen de la mujer embarazada a la que nadie quiere dar cobijo (prescindamos de su nombre, de las fechas, del lugar). La cara preocupada de ese hombre que vaga con su borrico por una aldea sucia y pobre y no encuentra más que un establo en el que guarecer a su familia. Son los comienzos difíciles de cualquier proyecto vital, independiente de cualquier significación religiosa, y la demostración de que, contra todos los contratiempos, la vida, Ainara, acaba por abrirse camino.
Aunque sólo sea por esa fe que lucha contra todas las evidencias y porque has llegado tú para alegrarnos la vida, este año volverá a ser hermoso reunirse para celebrar la navidad.
Un beso de tu tío.
3 comentarios:
A pesar de todo, amigo Paco, feliz navidad. O como dice el traductor de Google: "Frohe Weihnachten".
Un abrazo madrileño.
Aix, pues a mí me gusta la Navidad. ¿Qué le voy a hacer? Me trae muy buenos recuerdos aunque este año estoy muy aséptica. Será porque no hace frío y no es lo mismo o porque estoy very nervous pero, a pesar de todo, me gusta. Sé que es una fiesta consumista y que el significado se ha perdido pero yo miro más allá y veo lo que me interesa. Hay gente que se siente mal porque es en esta época cuando las desigualdades se hacen más patentes pero yo, que soy Doña Weltschmerz, lo sufro todo el año. Pero vamos: que no hace falta más que ver a mis primos. El día de Navidad se largan ipso facto en cuanto pueden a fumar porros, pillar una cogorza y apresurarse a entrar en la discoteca. (Discotecas el día de Navidad. Sigo sin entenderlo). Lo curioso es que los que más reniegan del consumismo son los que van de culete buscando regalos. En fin, yo seguiré en mi burbuja pastelosa que se está muy bien allí.
Fröhliche Weihnachten!
Pues, a mí me pasa como a m. Me gusta la Navidad, qué le voy a hacer... Cualquier excusa que sirva para reunirse con los que quiero, comer bien, beber, reír, cantar, hacer el "indio" y pasarlo bien es bienvenida!
Feliz Navidad!
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