Códigos

6 de Febrero.- Querida sobrina: perdona que no te escribiera el miércoles pasado. De todas formas, me dicen estás preciosa, que te ríes mucho, y que ya agarras las cosas con las dos manos. Sería fenomenal poder disfrutar conscientemente del momento que tú estás pasando.
A una velocidad frenética, tu cerebro está creando conexiones que te ayudarán a recoger información más precisa sobre tu entorno; llegará un momento , no muy lejano, en el que aparecerá el lenguaje. Pronto conseguirás hablar contigo misma (pensar) y te comunicarás con los demás. Formularás el mundo utilizando las palabras. Ocuparás el centro de tu universo. Serás tú.
¿Y qué te encontrarás? Probablemente te sorprenderá comprobar que los demás también son ellos mismos, aunque de otra manera. Por decirlo de una forma un poco pedestre, a lo largo de tu vida encontrarás cientos, miles de “yomismidades” diferentes a la tuya. Infinitas maneras de decir “yo” y significar una cosa diferente.
En el mundo en el que vivirás, Ainara, lleno de “yomismos” andantes y quizá vagamente amenazadores, a lo mejor se habrán agravado los dos movimientos que están confeccionando, ahora mismo, lo que será el futuro: de un lado, una aceleración de las comunicaciones y un río migratorio imparable que está motivando que todos tengamos la posibilidad de comer lo mismo, de ver las mismas películas, de tomar contacto con seres de procedencias dispares con los que nos mezclamos, cuyos idiomas aprendemos y de los que, llegado el caso, nos enamoramos. Una “contaminación cultural” que está cambiando la cara del planeta y que está produciendo la muerte de las tradiciones tal y como las conocíamos.
Yo lo veo aquí, en Viena.
A dos esquinas de mi casa han abierto una tienda española que está condenada, desde el primer día, a sucumbir. Porque es como una tienda de comestibles de Aranda de Duero. Tan específicamente española que exhibe unos códigos que los austriacos no pueden leer. Digamos que todos buscamos lo exótico, pero que lo demasiado exótico nos produce rechazo. Para que algo ajeno tenga éxito tiene que limar primero aquello que es “demasiado característico”.
Es la muerte de lo auténtico y el nacimiento de una nueva forma de recreación.
Esta eliminación de las tradiciones, este limado de las diferencias culturales en favor de una especificidad light, está provocando, paradójicamente, el resurgimiento de determinados grupos (a veces, muy violentos) que dicen defender las esencias más puras de sus patrias o de sus religiones. Entendida la palabra “patria” y el concepto “religión” en el sentido más restrictivo que se te ocurra.
Sé que te será difícil de creer, sobrina, pero cuando yo era niño, este problema se planteaba menos. Yo mismo me topé con muy poquitos extranjeros durante mi infancia. Eran presencias exóticas en un país al que nadie quería emigrar porque estaba, como se decía en mis libros de texto, “en vías de desarrollo” (qué maravillosa manera de llamar a la cutrez).
Estuvo Tomasine, una niña inglesa que vino a mi clase de cuarto de EGB y a la que le preguntábamos cosas para cerciorarnos de que, en realidad, venía de Gran Bretaña (un sitio que, dicho sea de paso, no conseguíamos ubicar con precisión) pero también estuvo Don Jorge (amigo de tus bisabuelos paternos, rama materna) un médico sirio que huyó de su país y se trajo a su mujer y a sus siete chiquillos.
Recuerdo que, un día, tus bisabuelos nos llevaron a todos de excursión al Jarama (un chorrito de agua que, en Madrid, llamábamos pomposamente río). La mujer de don Jorge se sentó, envuelta en sus velos, a llorar la desgracia de encontrarse en Madrid. Según nos explicó su marido, una vecina de Damasco le habia echado un maleficio, prediciéndole que nunca sería feliz fuera de su tierra. Pero lo que a mí más me chocó fue el momento en que Don Jorge, acompañado de sus hijos en disciplinada formación, nos dejó a todos y se retiró detrás de unos matorrales.
Tu bisabuela nos aclaró que estaban rezando, y tu padre (que entonces era pequeño) y yo(que sólo era un poco mayor) nos acercamos a la improvisada mezquita para espiar entre los matorrales qué significaba rezar en mitad de los merenderos del Jarama, rodeado de tortillas de patatas y niños con sandalias cangrejeras. Y he aquí lo que vimos: Don Jorge y sus hijos estaban arrodillados de cara a la Meca (eso yo lo ignoraba entonces) y hacían, extrañamente, poco ruido. Aunque se veía a la legua que la cosa era bastante seria, no era muy entretenida de observar, la verdad. Tu padre y yo nos cansamos pronto.
Tuvimos la suerte, Ainara, de que tus abuelos nos inculcaron desde niños no sólo la curiosidad, sino el respeto por la gente que vive otras circunstancias diferentes de las nuestras. No estoy seguro de que supieran que lo hacían, pero nos enseñaron a tratar de entender a los otros. La única manera de darse cuenta de que no hay extranjeros: sólo personas cuyos códigos no leemos bien.
Conclusión, Ainara: hay que aprender a leer.
Mil besos de tu tío Paco.

2 comentarios:

Irreverens dijo...

Excelente carta a tu sobrina, Paco.
Qué bonito sería que todo el mundo tuviera esto tan claro, ¿verdad?

He llegado aquí desde el blog de Mújol.
:)

Un saludo.
Por cierto, me atrae el hecho de que esté en Austria. Yo viví un año en Leipzig y hablo algo de alemán.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias y wilkommen :-) Me alegro mucho de que te haya gustado la carta. Espero que te pases muchas más veces por aquí. Ahora me paso por tu blog
Saludos,
P.