Cuidado con los perros

20 de Febrero.- Mi querida niña: a veces, releo estas cartas y, tras hacerlo, me entran dudas a propósito de la conveniencia de escribirlas ¿No estaremos, tú y yo, haciendo trampas? O, lo que es peor: ¿No estaré haciéndote mal cuando lo que pretendo es hacerte un favor?
Porque, Ainara, ¿Qué es una persona que no ha cometido errores? ¿Qué recursos puede tener alguien que siempre ha ido por el camino derecho, ha cogido mesuradamente lo que pensaba que le correspondía, o lo que le daban, no ha traspasado ningún límite, no ha cometido actos absurdos? En otras palabras: hacer trastadas de vez en cuando, darse tortazos, rasparse las rodillas y los codos contra el cemento de la vida, ¿No es un componente fundamental de la felicidad?
Yo, Ainara, fui un niño demasiado bueno y, a veces, me arrepiento. Supongo que dentro de mí estaba cierto cariño innato por la justicia y la equidad, cierta conciencia de la propia debilidad ante la irracionalidad ajena y, por qué no, un nada despreciable deseo de agradar. Sólo una persona que se siente vulnerable comprende la enorme importancia de que se respeten los convenios, los códigos, los honrados límites que hacen posible la convivencia. El fuerte da un puñetazo encima de la mesa, rompe los papeles, provoca miedo, demuestra su poder a través del dolor que es capaz de causar en los otros. No necesita convencer.
El débil se las tiene que arreglar con lo que Dios le ha puesto en el cráneo.
Hay cosas, Ainara, que se aprenden indefectiblemente en la infancia, o no se aprenden nunca más en la vida. Y yo dejé de aprender a saltarme los límites. Esto ha hecho que sea un adulto minusválido frente a algunas situaciones pero, sobre todo, frente a algunas personas. No me importa reconocerlo, aunque no esté orgulloso de que sea así. Son las cartas con las que juego y, supongo que, aunque soy joven aún, no está ya en mi mano cambiarlas.
Con el tiempo, he aprendido a reconocer a esas personas ante las que estoy indefenso, lo mismo que ellas han aguzado su instinto para conocer entre la multitud a los tipos como yo. Se trata de indivíduos que son capaces de oler la necesidad que tenemos de aferrarnos a unas pautas que aseguren que nadie saldrá herido de un conflicto de intereses. Personas que saben que, una vez dadas esas reglas, nunca nos saldremos de ellas porque no podemos, y convierten esa situación en una ventaja a su favor. Son personas que transforman sus relaciones con los demás en una superficie resbaladiza, ambigua y grasienta en la que siempre hay un boxeador que pelea con las manos atadas a la espalda (y nunca son ellos).
Desde mi primera adolescencia mi actitud ante este tipo de personas ha ido cambiando. Al principio, intentaba demostrarme a mí mismo que mi sentido común me engañaba, y me dejaba atrapar sin lucha. Repelido y fascinado a la vez por los pegajosos tentáculos de aquellas personas, como el astrofísico que se enfrenta a una anomalía gravitatoria cuya existencia había creido imposible. Después, los golpes, el conocimiento de mi propia ceguera y de mi propia incapacidad de luchar con sus armas, me forzaron a establecer determinados límites defensivos que, aún hoy, siento como cosas ajenas a mí, como prótesis adquiridas para suplir un miembro que me falta de nacimiento.
Espero, Ainara, que leas esta carta cuando tengas la edad suficiente, y que no la interpretes como una invitación a pasearte a lo loco por el lado salvaje de la vida. No lo es. Pero sí es una advertencia para que tengas presente el ejemplo de tu tío. Procura hacer alguna insensatez de vez en cuando, permítete ser imprevisible, que en tu vida haya un ramalazo de locura que te permita huir del objetivo inalcanzable de querer agradar a todo el mundo. Y sobre todo guárdate, Ainara, aprende a estar alerta ante los individuos untuosos y sonrientes que intenten atarte una mano a la espalda para que te veas forzada a luchar en inferioridad de condiciones.
Sé lista, Ainara. Corre. Quiérete. Protégete.
Mil besos de tu tío,

2 comentarios:

Marona dijo...

Ojalá alguien me hubiera escrito una carta como ésta en su día... otro gallo me hubiera cantado!
Aunque creo que en eso de cometer errores los humanos nos llevamos la palma, por mucho que nos avisen... Pero no por eso hay que dejar de avisar.
Un beso.

con Ka dijo...

Yo también estoy de acuerdo en que Ainara tiene mucha suerte de tener a alguien que le diga 'Procura hacer alguna insensatez de vez en cuando'.
Por supuesto, ella hará lo que quiera (o pueda) con su vida, pero saber que cometer errores no es malo (más bien al contrario) puede que le ahorre más de un disgusto.

Muy buenos consejos, Paco.