Johannes Hesters en 1930, el día de su primera boda
Un señor muy viejo con una pajarita muy grande

19 de Febrero.- En un país tan alérgico a las novedades como es este que me acoge, resulta de lo más natural que siga en activo el que sin duda es el cantante más viejo del mundo.
Me estoy refiriendo a Johannes (Jopie) Hesters quien, a los 104 años de su edad, sigue cantando (o intentando que, al hacerlo, no le salga disparada la dentadura postiza).
Johannes Hesters nació en Holanda en 1903, vástago de una familia en la que la longevidad es un atributo que se da por supuesto igual que el color del pelo (Hesters presume de haber tenido un abuelo que llegó a la matusalénica edad de 108 años). Hizo su debut en los escenarios vieneses a principios de los años treinta, cuando más o menos tenía la misma edad que el siglo. En la convulsa Europa de aquel tiempo, Jopie Hesters no tardó en llamar la atención de los estudios UFA que, bajo el control del nazismo, aspiraban a construir un starsystem alternativo al hollywoodiense fichando para ello a quien hiciera falta (no sin antes mirarles el libro de familia, no fuera a ser que tuvieran antepasados hebreos).
Hesters siguió así el camino de Marika Rökk (Polaca, creo) y de Zarah Leander, la misteriosa diva nórdica que, gracias a su belleza y a su voz gutural (tan del gusto de los nacionales) fue catapultada al olimpo de las estrellas del cinema nazi (a pesar de no serlo ella misma).
Nuestro amigo se convirtió pronto en un nombre conocido del mundo del espectáculo nacionalsocialista pero tuvo el tacto de protagonizar películas lo suficientemente intrascendentes (tontainas) como para que no le implicasen políticamente (le ayudaba a esto, también, que las operetas no se suelen meter en profundidades, las cosas como son). También hizo musicales de precisión militar capitaneados por la gimnástica Marika Rökk –a la que dicen las malas lenguas que no le faltaba más que la escoba-.
Como otras estrellas del espectáculo germanoparlante, el insumergible Hesters atravesó la aduana de la victoria aliada con su sonrisa profident y sus melífluos gorgoritos y, para principios de los cincuenta, ya estaba haciendo nuevas películas que se desarrollaban bajo almendros en flor (a pesar de que, según dicen las mismas lenguas que ponen a escurrir a Marika Rökk, Hesters fue de estrella invitada al campo de Dachau).
En los sesenta (a los sesenta y tantos o sea, en su juventud,como quien dice) decidió retirarse del cine y se entregó a la naciente televisión y a sus apariciones en persona. Fue un habitual en programas de sábado noche como el de Peter Alexander, con quien compartió varias veces escenario (una de ellas con la indespeinable Anne Liese Rothemberger, diva a su vez de la opereta y cliente de Lacas Nelly hasta unos extremos patológicos).
Tras enviudar de su primera esposa, Hesters se volvió a casar con una mujer mucho más joven que él y hoy le viven dos hijas ancianas que no se sabe si habrán heredado la fortaleza de su padre.
A finales del año pasado, Hesters se dio un trastazo en su residencia y se rompió dos costillas, de resultas de lo cual cogió una infección. Pensando que perdían a su recordman mundial de la opereta, los austriacos siguieron con atención las novedades a propósito de la evolución del cantante favorito de la edad madura. Incluso el médico que le trataba se vio en la obligación de dar una rueda de prensa para admitir, perplejo, que:

-Salvo el tema de las costillas, Herr Hesters está como una rosa.

Todos pensábamos ya que Hesters había inicidado la cuesta abajo definitiva cuando hete aquí que ayer leí en el Heute y en el español 20 Minutos (!) que Hesters estaba dando un concierto en su país natal envuelto en fuertes medidas de seguridad porque sus compatriotas no le perdonaban haber tenido su momento de esplendor bajo la bota hitleriana.
El 20 Minutos le llamaba “Cabaretero nazi” con una falta de solvencia total y porque, supongo, querían evocar el dudoso universo del Salón Kitty. Pero no hay tal. Johannes Hesters ha sido siempre un hombre dado a lo superficial y lo postizo (y no lo digo por sus piños). A esa variedad casi bárbara del autocontrol que consiste en mantener la sonrisa cueste lo que cueste. Aunque sea falsa.
Johannes Hesters antes de ayer

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