Miedos

NOTA: Por causas ajenas a mi voluntad (pero no tan ajenas a mi mala memoria) este post no se pudo publicar ayer, a pesar de estar escrito.

19 de Marzo.- Hola:
Cuando era pequeño, sobrina, tenía miedo de dos cosas: de que estallase la tercera guerra mundial y del fin del mundo. Unos miedos muy extraños para un niño pequeño, ahora que me fijo. Los miedos de los críos suelen ser más domésticos, más apegados a su realidad diaria (que mamá y papá no estén, la oscuridad, los perros...) yo no: yo me aterrorizaba con cataclismos a escala mundial.
En mi niñez vivíamos en un ambiente milenarista. La proximidad del año 2000 hacía que la gente sintiese la fascinación de la cifra redonda. En cuanto se juntaban dos pseudocientíficos se ponían a hablar de Michel de Nostradamus, interpretando sus cuartetas de la forma más aterradora posible. En unos telediarios en los que aún se decían frases como “según fuentes de la agencia Tass” o “en la portada del diario Pravda de hoy” no se perdía oportunidad de meter imágenes de pavorosos hongos nucleares. Incluso los testigos de Jehová decidieron un día anunciar que el mundo se acabaría en tal fecha de tal mes. Recuerdo que, la semana antes, mi prima Y., entonces una niña, decía que ella no quería morir tan joven. Morir, como si los niños supieran lo que significa morirse.
También se decía que Juan Pablo II sería el último papa antes del fin del mundo, porque lo había anunciado la virgen de Fátima en el tercer secreto, y mi imaginación infantil era capaz de visualizar el fin de los tiempos con toda su parafernalia de fuego cayendo del cielo, muerte y destrucción. En cualquier caso, me lo imaginaba, curiosamente, como una cosa instantánea. Dios remangándose y diciendo:

-Hala, venga, apretarse los machos que en un momento termino con el mundo ¡Los cuatro jinetes! ¿Dónde se han metido esos hombres? Venga, venga, los muertos resucitados por aquí, las muertas por allá...Vaya chapuza de apocalipsis que nos está saliendo. Una eternidad ensayando para esto. ¿Tenemos a mano ya las estrellas para que caigan del firmamento? Pues hala: a precipitarse. Muerte, te he dicho mil veces que me lleves la guadaña en condiciones. Asi, ni miedo ni leches ¡Estoy rodeado de inútiles! El único que servía para algo, va y se me pone en contra...Qué castigo divino tengo con vosotros, madre...

La afición humana a temblar en un rincón se está colmando sobradamente por los profetas del cambio climático, sustitutos de los que nos vaticinaban una hecatombe nuclear. En vez de vastos territorios abrasados por la radioactividad ahora se profetizan buitres volando sobre reses famélicas, arados intentando marcar una tierra dura por las sequías, glaciares derretidos, polos haciendo subir el nivel de los mares y todo un catálogo de catástrofes que últimamente incluyen guerras por el agua, millones de desplazados y grandes capitales costeras convertidas en lugares en los que dar la vuelta al mundo en góndola.
Sin embargo, sobrina, mis miedos, con los años, se han hecho pequeños. O bien se puede decir que es un mismo miedo enorme e insondable que ha ido abriendo sucursales negras. Mi miedo más grande es a la muerte. Me aterra morir. Y a partir de ahí, suma y sigue. Me da miedo la enfermedad, me da miedo perder a los que quiero, me da miedo veros sufrir. Me da miedo el dolor. Mi mundo, Ainara, es pequeño, como lo será el tuyo. Cada cambio en él, casi siempre una pérdida, me duele como si me arrancaran un trozo de mí.
Te cuento esto porque no quería que mis cartas se convirtieran en un catálogo de éxitos: de cosas que he resuelto y que te ofrezco, triunfante y bobalicón, sentado en mi propia y cómoda verdad. Cuando la muerte vino a verme por primera vez, cuando desapareció delante de mis narices una persona muy querida y yo no pude hacer nada para evitarlo, salvo andar arriba y abajo por un pasillo enlosado de terrazo, entonces algo se me rompió dentro que no he podido volver a reconstruir. Simplemente estoy partido, Ainara. Desde ese día tengo un pavor absoluto del futuro y la confianza que tenía hasta ese momento, simplemente, se ha evaporado.
Sin embargo, Ainara, lucho cada día por aprender a vivir con este miedo. Lucho por integrarlo, lucho por dominarlo y que no me coma. Lucho porque me deje disfrutar de la vida, quizá un poco menos de lo que disfrutaba antes, es verdad, pero de otra manera. Estrujando el placer de cada segundo hasta que no queda ni una gota, no dejando nunca de hacer por los demás lo que puedo hacer en cada momento, no esperando nunca a mañana para decir “te quiero” o “me haces la vida más agradable” o “gracias por todo lo que me das”. En tu mano estará que, una vez te toque el dedo helado del pavor, su frío se transforme para ti en un elemento paralizante o en una espuela. Sin temor a perder lo que se tiene, el sabor de la felicidad se relativiza, Ainara. Cada segundo en esta vida es un regalo. No hay que dar nada por supuesto. Todo lo que nos hace feliz, todas las personas que nos quieren, el agua que sale del grifo cuando apretamos el pulsador, el desconocido que es amable con nosotros en una tienda, una conversación íntima con un amigo querido, todo, Ainara, todo podría no estar ahí. La vida entera es un regalo.
Besos de tu tío.

6 comentarios:

Marona dijo...

Una vez me tuve que levantar de la cama a las tantas de la madrugada para escribirle un correo a mi padre diciéndole que le quería. Supongo que yo también tengo ese miedo a la muerte y hago lo posible por decir esas cosas en el momento en que las siento. No espero nunca. Impulsiva y pesimista que es una...
¡Un beso!

Paco Bernal dijo...

No estoy seguro de que eso sea ser pesimista...A veces yo pienso que soy demasiado consciente de que todas las cosas se acaban y me da rabia estar disfrutando de algo y tener tan presente que se tiene que acabar...Sobre todo porque me comparo con otra gente que sé que no tiene esa sensación. Y les envidio un poco, la verdad.
Aunque es precioso también sentir la libertad de decirle a la gente que quieres que la quieres. Somos muy afortunados, Mar. Porque decirle a alguien que le necesitas, que le quieres, que te hace la vida más agradable, te pone en una posición de vulnerabilidad que no todo el mundo está dispuesto a aceptar. A mí, por lo menos, no me importa que sea así. Hasta me gusta.
Besos hacia el oeste! :-)
P.

Isa dijo...

Hola, he llegado a tu blog por casualidad y me ha gustado mucho. Las cartas a tu sobrina son estupendas, me parece fenomenal que le dejes ese legado de consejos y afectos. Me es inevitable pensar en José Martí y su poemario Ismaelillo. La dedicatoria a su hijo me inspiró para crear mi blog. Se merece toda mi admiración quién lucha por un mundo mejor y se esfuerza en que la nueva generación sea partícipe de esa gesta. Éxito y saludos desde Puerto Rico.

Anónimo dijo...

Pues mira: la carta que más le va a servir (creo yo). A mí también me dan los arranques de Marona de vez en cuando. El miedo que le tengo a la muerte y a la soledad (entiéndase po ver desaparecer a todos los que quiero) es atroz. Pero con el tiempo he aprendido a disfrutar de toooodo lo bueno que tiene esta vida (que es mucho) y a sentirme afortunada por lo bien que estoy. Creo que en este post quedaría muy bien una cita de Saw que da que pensar (no la traduzco que estoy vaga y en el curro) :P

"Most people have the luxury of not knowing when that clock's going to go off. And the irony of it is that that keeps them from really living their life. It keeps them drinking that glass of water but never really tasting it."

besos.
m.

Paco Bernal dijo...

Hola Isa! Bienvenida. Espero que te pases a menudo por mi blog y me dejes comentarios. Ya he estado viendo el tuyo y también me ha gustado mucho. Saludos desde Austria.
Hola m! Es cierto, hay que aprender a disfrutar de todo lo bueno que te da la vida. Tener miedo a perderlo, a veces, lo hace más interesante.
Saludos a las dos

MarieCurie dijo...

me he emocionado
1bso