Asomarse al exterior

14 de Mayo.- Querida sobrina: cuando tengas una edad comprobarás que todas las personas son parecidas a un movimiento de una sinfonía. Al final, sólo hay cuatro o cinco temas o ideas que se van combinando entre los dos silencios del público.
Para el oyente que no está atento –o si el compositor es hábil- parece que cada revuelta de la música trae un nuevo paisaje. Pero si uno se fija, en realidad, pasados los primeros minutos de exposición, el resto no deja de ser una repetición, machacar muchas veces sobre el mismo clavo.
Digo esto para disculparme porque, otra vez, voy a insistirte en una de las ideas que más me preocupan: la soledad. Una preocupación que no deja de ser extraña en una persona que, como tu tío, tiende a agregarse, a juntarse con otros, que habla e intercambia opiniones constantemente (por tierra, mar, aire e internet) y cuyo lema podría ser “ven, y dime como vives”.
Con tu padre he hablado muchas veces de este tema: cuando seas mayor, Ainara, llegarás sin duda a la certeza que él y yo hemos ido conquistando: la mayoría de las cosas importantes de tu vida te pasarán a solas. Lo cual no es necesariamente malo, aunque tampoco es que sea como para dar palmas con las orejas. Naciste sola (rodeada de gente, pero eras la única que estaba naciendo). Morirás sola, porque, aunque tengas la suerte de marcharte rodeada de tus seres queridos, nadie podrá acompañarte en el viaje. Probablemente, la primera vez que beses a alguien no será la primera vez de esa persona. O la primera vez que te enfrentes a un exámen difícil, o a una decisión dolorosa o, incluso, la primera vez que te enamores de alguien y seas arrasadoramente feliz.
Todos te escucharemos: la tribu estará a tu lado, te intentará aconsejar. Pero, al final, las decisiones las tendrás que tomar tú y las consecuencias, para bien o para mal, lloverán sobre tu tejado.
Muchas veces, le he dicho a diferentes personas que está en nuestra naturaleza el ser solitarios y que nos inventamos cosas para anestesiarnos de esta realidad tan desazonante, porque nos obliga a enfrentarnos con nuestros límites y nuestras fuerzas. Los más prácticos, se inventan una carrera profesional que les proporciona una sensación artificial de seguridad, o una misión en la vida. Algunos, incluso se inventan la loable tarea de ayudar a los demás y salvar al mundo (o la parte que les toca de él). Pero, a la hora de la verdad, querida mía, todos somos bípedos implumes. Criaturas tan indefensas como cuando, a los seis años, fui a hacerme un análisis de sangre y la enfermera, contundente, le dijo a tu abuela:

-No puede pasar usted. Deje al niño solo.

La puerta del dispensario se cerró detrás de mi, y sólo hubo un grupo de desconocidos amenazadores.
Paradójicamente, sin embargo, esta certeza no nos sirve para intentar tender puentes hacia los otros. Nos es difícil, sobrina. Nos es muy difícil.
Si me permites la metáfora: entre nuestro centro y el centro de las otras islas que nos rodean, parece haber miles de kilómetros, barreras insalvables que nos es tremendamente dificultoso vencer. Y, sin embargo, la única posibilidad de mejorar nuestra situación, de ser un poco más fuertes, de estar algo menos indefensos, es abrir vías de comunicación entre ese espacio de varios centímetros cúbicos que ocupa nuestra conciencia y el exterior. Comunicar, comunicar, y comunicar. Decirle a los otros lo que nos pasa, lo que sentimos, los efectos que lo que nos dicen tiene sobre nuestro ánimo. Y, a la recíproca, mostrarnos lo más abiertos posible a recibir los mensajes de los otros. Porque sobrina: hablar es mucho más fácil que escuchar con atención.
Hablar es sencillo porque es un acto egoísta. A todos nos interesa escuchar cosas a propósito de nuestra propia vida –aunque las digamos nosotros-, pero siempre cuesta más escuchar cosas de la vida de los otros. Cosas que, a veces, ni siquiera se dicen con palabras. En este juego hay que contar siempre con ese claroscuro que forman los silencios y las frases. Las dos cosas forman parte de la imagen tanto como las luces y las sombras que un ramaje proyecta sobre una pared encalada. Enséñate a recibir las palabras de los otros como lo que son: regalos traidos desde distancias enormes, productos exóticos procedentes de las profundidades de ese ser humano que tienes enfrente.
Ten en cuenta siempre que la puerta quese ha abierto para ti, puede cerrarse súbitamente, si juzgas demasiado duramente lo que te dicen, si no eres capaz de ser comprensiva y práctica, si no tienes forma posible de ponerte en el lugar de los otros y pensar que, quien te está hablando, quizá está tan o más perdido que tú.
La mayoría de las relaciones humanas que fracasan, Ainara, fracasan por falta de comunicación. Por falta de esa costumbre de dialogar, de escuchar lo que los otros tienen que decir, de abrir camino hacia los otros desde nuestro interior.
La mayoría de las relaciones que fracasan, Ainara, fracasan porque los dientes fríos de la soledad muerden siempre en la parte más delicada de la carne. Y no hay nada más triste que vivir solo rodeado de gente. Padres que no hablan con sus hijos, hijos que no hablan con sus padres. Amantes que no se comunican. Jefes que no hablan con sus empleados. Todos esperando a que el otro les lea el pensamiento. Y no, Ainara: la comunicación, para nuestra suerte, es una costumbre que se cultiva. Una planta frágil pero posible, para la que hay que crear condiciones adecuadas.
Te veo en unos días, corazón.
Hasta entonces, cuidate mucho.

2 comentarios:

Marona dijo...

Una de las cosas que he aprendido en seguida es esa, que nadie te puede leer el pensamiento y que es necesario hablar. Parece una tontería, pero es algo típicamente femenino eso de esperar que el otro ("tu príncipe azul") sepa, por arte de magia lo que deseas y lo cumpla... ¡cuánta frustración y cuántas peloteras derivadas de semejante tontería!
Lo mismo pasa con las madres, parece como si por el hecho de haberlos parido una madre tenga que conocer a sus hijos sin tenerse que esforzar en escucharlos. A nadie se le pide cosas tan imposibles.
Me encantan estas cartas. Pásalo bien en España y dale un besito suave a Ainara de nuestra parte.

con Ka dijo...

Uf, cuántas verdades en un solo texto. Qué cierto es que necesitamos de los demás para sentirnos completos. Pero muchas veces se cae en el error de pensar que comunicarse es 'decir cosas', monologuear, sin escuchar al otro. Yo llevo años 'hablando' con mucha gente, pero me he dado cuenta de que son muy pocos aquellos con los que me he comunicado. Eso sí, cuando lo consigo es una experiencia realmente hermosa.

Disfruta de tu estancia en España y a la vuelta nos cuentas (joer, menudos deberes nos has puesto...)