Mi alma latina
3 de Junio.- Una de las cosas más bonitas de vivir en un país que no es el tuyo es que, día sí y día también, te invade la perplejidad más absoluta y más hermosa. Una perplejidad que te lleva a preguntarte cosas, a conocerte a ti mismo y a acercarte con otra mirada a fenómenos que dabas por supuestos.
Mañana, operarán M.
Dado que hoy, a las siete de la mañana, se iba a producir el trámite de su ingreso hospitalario , pues yo he seguido el patrón español de acompañar a quien acompaña.

-¿Allein vas a ir al hospital? ¡Vamos, ni muerto! ¿Y para qué estoy yo entonces?

Esa fue mi respuesta al sugerir solamente la vaga posibilidad de un ingreso a solas.
Así pues, esta mañana, a las siete, tras el café matutino, nos hemos acercado los dos a la recepción del hospital, a unos pasos de mi casa.
A tan temprana hora el centro estaba silencioso y sólo se veía a una mujer, de aspecto aséptico, detrás del mostrador de la centralita. Sin embargo, ya había en el vestíbulo del hospital un pequeño grupo de personas taciturnas con su bolsa de deporte y, los que disponían de ella, con otra bolsita de aspecto médico con sus pruebas diagnósticas (placas de tórax, análisis de sangre y demás parafernalia).
A las siete en punto, una segunda mujer, joven, calladita también, ha levantado la persiana de metal que daba acceso al mostrador de ingresos y ha llamado al primer paciente.
El pequeño grupo de seres inexpresivos se ha movilizado y ha formado una ordenada cola (el ruido de un alfiler al caer al suelo se hubiera podido oir a cincuenta pasos).
Y mi alma latina, la misma que comparto con Raphael, Celia Cruz (q.e.p.d.), Fidel Castro,Rajoy, Zapatero, Zaplana, Isabel Pantoja, José Blanco, y David Bisbal (entre otros) se ha sublevado.

-¡¿Pero esta gente es que no tiene familia?! –me he dicho mesándome los cabellos-¡Por Dios bendito, pero qué fría es la peña en este país! ¿Nadie les acompaña en un momento así?

M., haciendo caso omiso de estos arrebatos, ha intentado explicarme que sólo los niños necesitan el apoyo de sus padres para enfrentarse a un ingreso hospitalario; y yo, la verdad, solo he podido acordarme de la última operación que he presenciado en España (desgraciadamente, muy reciente).
En la habitación de la enferma había, momentos antes de bajar al quirófano, no menos de veinte personas.
Tras la recepción, la aséptica señorita del mostrador nos ha enviado a otra instancia hospitalaria en donde una chica pizpireta, con el acento áspero del este, gafas de montura color verde fosforito, le ha pasado a M. un test en el que le ha preguntado por todos los pormenores de su vida médica pasada y el desarrollo cotidiano de sus funciones corporales.
Por supuesto, a mí me ha ignorado absolutamente (apenas un breve saludo y un levantamiento de cejas por la sorpresa de mi presencia en aquel acto íntimo).
Tras la chica del test, ha pasado una doctora. Joven, competente, enérgica (otra que me ha multiplicado por cero). Esta chica ha dicho la frase del día.
Preguntado M. a propósito de su grupo sanguíneo y obtenida la respuesta correspondiente, ha dicho la doctora:

-¿Pero no tiene usted un carnet acreditativo?

Y M.:

-Pues no: nadie me ha dicho que lo tuviera que traer.

A lo que la doctora, mirando al papel que tenía entre manos, ha dicho algo como:

-Ya sabe usted lo que dicen: vertrauung ist gut, control ist besser –perdón por mi ortografía, por cierto.

Que se puede traducir como: “La confianza es buena, pero el control es mejor”.
Y ahí, me ha matao. Es que ha sido decir eso y pensar yo: “¿Y qué cojones hago aquí?”
Llegado el momento del electro y, puesto que dejaba a M. en tan buenas (y concienzudas) manos, me he ido a trabajar.
Por el camino, yo pensaba que, más que pacientes, las personas que había visto esta mañana parecían los insumos de una fábrica extraña. Ingredientes de un proceso. Y que, lo mismo que los troncos no se inmutan cuando van al aserradero, o los granos de café no sufren mayores alteraciones nerviosas cuando los mandan al tueste, ¿Por qué habrían de ser de otra forma los humanos?
También me he acordado del comentario que hizo mi padre cuando yo expliqué esta costumbre de los aborígenes de ir a los hospitales sin perrito que les ladre. Mesuradamente, como suele, aunque algo escandalizado, dijo el autor de mis días:

-Es que a esas cosas gusta que te acompañen, porque es un sitio extraño, y estás rodeado de extraños.

He aquí la clave. Cuando vamos a un hospital, los españoles sentimos que a) estamos parlamentando con la muerte o sus aledaños (aunque nos vayan a quitar un padrastro) y b) vamos a tratar con seres letrados, que saben cosas que nosotros no sabemos, de motivaciones inescrutables y, por lo tanto, potencialmente hostiles. Así las cosas, es como si necesitaramos decir:

-Mire usted, matasanos: si no salgo de esta, se las tendrá que ver con toda esta gente que saben donde vive usted y se han quedao con su cara.

Asimismo, no sólo se hace compañía al enfermo,sino que se acompaña a los acompañantes. Porque a todos nos da mucho miedo pensar que vamos a dejar a nuestros seres queridos en manos de unos desconocidos con bisturí. Los españoles somos como los cavernícolas, que necesitamos la presencia del grupo para sentir calorcillo en las noches frías. Y, por supuesto, ¿Qué serían las experiencias de la vida sin alguien con quien comentar la jugada?
Mientras yo pensaba todas estas cosas, Raphael y los demás representantes de mi alma latina, iban meditando detrás de mí,taciturnos, con las manos a la espalda.

7 comentarios:

P dijo...

Es que a los latinos nos gusta mucho el calor humano...

The Intercultural Kitchen dijo...

Esta misma situación me ha hecho a mí también reflexionar mucho. Cuando la madre de mi pareja pasó una semana sola (¡día y noche!) en el hospital no pude más que formular la pregunta ¿pero, cómo no vas a acompañar a tu madre en estos momentos? La respuesta, aunque racional, no consiguió calmar ese sentimiento espontáneo que sube desde el estómago cuando algo no encaja en nuestro esquema: "porque es un momento muy íntimo para las personas y la intimidad se vive aquí de forma individual". Supongo que ese sentimiento que tú achacas a tu alma latina es como el acento que tenemos cuando hablamos otros idiomas, que por mucho que practiquemos siempre va a estar ahí.
En fin, que me gusta como escribes (y te sigo "a escondidas", hasta hoy). Un abrazo desde Berlín, :-D
PD: Vaya parrafada me he soltado para estrenarme en tu blog!

Marona dijo...

Desde luego, no me extraña que fliparan el día que acompañé al médico al Tonisito por una simple gripe... :D:D:D
Aunque yo he visto en Salzburgo a señores acompañar a sus mujeres al ginecólogo (y quedarse modositos en la sala de espera).
Un abrazo muy fuerte.

Paco Bernal dijo...

Hola a las tres!
Gracias por vuestros comentarios.
A Parisina de Bote: a los latinos, sí que es verdad, es que nos gusta el calor humano y nos sentimos mejor amparados por el grupo. Yo intentaba explicarle el otro día a un aborigen que lo peor que le puede pasar a un español es que algo le pase en soledad.
A Noema: en primer lugar, muchas gracias por leerme y bienvenida. Espero que dejes muchos comentarios más en el futuro. Volviendo al tema que nos ocupa: a mí también me paso eso. Por un lado, mi cabeza me decía que en un hospital no se comen a nadie. Pero mi corazón...No lo podía encajar. Y sigue sin poder encajarlo. Pero te puedo garantizar (bueno, tú ya lo has visto) que hoy había en el hospital gente recién operada y no había nadie de la familia con ellos. He visto a un abuelete con su nieta. Y punto. Chica, es lo que yo le decía a M.: "es que sois duros quetecagas". A mí, había casos que hasta me daban lástima. Pero supongo que es la idiosincrasia local.
A Mar: muchos besos, corazón. Es que aquí son supersufridos, tía. A los españoles, lo que nos sale, lo políticamente correcto, es compartir las cosas. A ellos, aislan lo que no les gusta a base de no hablar de ello, en la esperanza de reducir así el impacto del tema sobre sus vidas.
En fin. Lo dicho.
Besos a las tres.
P.

con Ka dijo...

Jo, yo nunca me había planteado estas cosas. Aunque me resulte raro, hay algo en esa actitud que sí comprendo, y es el tratar la enfermedad como lo que es: algo que le ocurre a uno/a y que se cura con la ayuda de los que saben de enfermedades. No la comparto del todo, pero puedo comprenderla.
Eso sí, cuando me toque a mí ya veremos qué opino, con el mal rollo que me dan los hospitales (al menos los que he conocido en España)

Ahora bien, la semana que viene M tiene que ir a que le arreglen un ojo al hospital de Salzburg. ¿Qué hago, le acompaño hasta la puerta y espero en el jardín, me quedo en el pasillo, me mirarán mal si me tomo un café de la máquina?
Están locos estos austríacos ;P

Perdón por el rollo.

tonicito dijo...

A veces no puedo con ese "gregarismo" tan ibérico ("Pero no te vas a ir tan pronto para casa, no? Noo... vaaa... Pues si tú te vas, nos vamos todos!"), pero es cierto que lo llevamos tan adentro, lo damos por sentado tantas veces, que nos sorprende y nos desorienta e incluso nos revuelve cuando no podemos expresarlo.

Es curioso cómo simples detalles nos indican lo que es normal aquí: la típica consulta médica peninsular consiste en una mesa, detrás de la cual está el doctor o la doctora, y delante hay SIEMPRE dos sillas: una para el paciente y otra para el acompanyante. Las consultas de aquí tienen una sola silla. El día de la gripe al que alude Marona ella tuvo que quedarse de pie con cara incómoda, después de aclararle a la enfermera y al doctor tres veces que el enfermo sólo era yo.

Os envío todo el apoyo gregario ibérico desde aquí, a tí, Paco, y también a Ka, para que estos momentos (tan íntimos) de vuestras respectivas Ms se superen sin más dificultades que las interculturales!

Un abrazo grande!
T.

Paco Bernal dijo...

Hola a los dos que me faltaban por contestar!
a Karmele: Espero que lo del ojo no sea nada. Ahora bien, yo, ante las costumbres aborígenes procuro siempre llegar a un meeting point. Si la cosa no es muy flagrante, hago lo que hacen ellos. Así que te tocará tomarte un cafelete, tan tranquila. Besos.
A Toni: es verdad lo de la silla! jajajaja. Hasta que no lo has dicho no me había fijao jajajaja.
La verdad es que los íberos lo hacemos todo en grupo y, lo que es más, a mí me pega que, a un alto porcentaje de cosas, reaccionamos excesivamente. Tú no has notado que, desde que estás aquí, te lo tomas todo con más calma?
Un abracete