Autorretrato de Rembrandt, 1634

Un nueve, un seis y un cuatro: la cara de mi retrato

13 de Agosto.- Querida sobrina: tengo un amigo que ha leido a San Agustín. Me cuenta que el obispo de Hipona sostenía que, cuando llegue la Resurrección Final, recuperaremos la forma carnal de nuestros 33 años; el santo, muerto durante las invasiones bárbaras que certificaron el final del imperio romano, argumentaba que esa es nuestra plenitud física y mental (no conocía a Madonna) y por eso animaba a los fieles a alegrarse por las delicias que, llegado el Final de los Tiempos, les depararía su cuerpo glorioso.
Pronto, sobrina, cumplirás un año y dentro de poco, también, y si Dios quiere, yo haré los treinta y tres. Por eso creo lllegada la hora de trazar para ti un autorretrato para que sepas, si alguna vez las lees, como es este hombre que te escribe cartas desde la orilla del tiempo.
Tu tío, Ainara, mide, más o menos, uno setenta y cuatro, aunque conoce a varios igual de altos que él que afirman sin sonrojo medir uno ochenta. Allá cada uno con su conciencia. Pesa, desde que empezó la universidad, setenta y dos kilos de media, aunque algunas épocas de relajación y buena mesa han llegado a elevar esa cifra a los setenta y cuatro. Las cejas las tiene espesas y expresivas, los párpados algo orientales de su rama paterna. Los ojos, tirando a verdes, empiezan a hundirse un poco debido a las largas décadas de gafas y al abuso de la lectura en condiciones de escasez de luz (una adicción como otra). La boca es carnosa y bien dibujada, la nariz, extremeña. Con los años, le ha aparecido una sombra de papada que hace que se parezca a un jocundo personaje, tío de tu bisabuela, cuyo retrato apareció una vez en el fondo de una caja de lata de carne de membrillo, de esas con la Virgen del Cármen dibujada en la tapa, de las que se usaban para guardar fotos y papeles.
Desde que un amor (el primero auténtico) me dijo que me quedaba bien, llevo perilla de diferentes formas; también por el convencimiento íntimo de que, sin barba, tengo lo que los alemanes llaman Milch Gesicht –cara de leche- utilizando una de esas metáforas oscuras que tanto les gustan.
Soy blanco, de piel delicada (nunca me pongo al sol sin protección). Robusto, pero no fuerte. Siempre quise tener cuerpo de stripper, aunque sea una horterada. Pero en mi infancia, Dios, desgraciadamente, no me llamó por el camino del deporte y, para cuando descubrí los placeres del sudor, el daño ya estaba hecho. Seré pues, espero, un cuarentón bien conservado y me conformaré si engordo menos de lo que ya lo están haciendo mis compañeros de instituto que, aunque están todos enrolados en equipos de fútbol dominguero, se están dejando (perdóname la presunción) de manera lamentable.
Si me preguntasen de qué parte de mi cuerpo me siento más orgulloso, diría que de mis manos. Sus críticos sostienen que son de ginecólogo, pero sus adictos dicen que son artísticas y aún esotéricas. La forma de los dedos la he heredado de uno de tus bisabuelos, muy diestro para los trabajos manuales; y la forma de las uñas de tu bisabuela María. Son unas manos que lo mismo agarran que acarician, pero que han perdido (me temo que para siempre) el hábito de la violencia, que no ejercen desde la infancia.
Tu tío Paco tiene una tendencia espontánea a dar la razón a los otros en las discusiones y pocas veces levanta la voz. También tiende a considerar el bienestar de los otros antes que el suyo, lo cual le ha llevado en el pasado (y le llevará en el futuro) a aguantar los latazos de gente incivil y, en muchos casos, maleducada.
Siente simpatía por los niños raros, los animales sueltos y, en general, los seres defectuosos que no terminan de encajar en ningún sitio, por sentirse él uno de ellos. Sospecha tu tío que, en la vida, hay pocas historias que tengan final feliz, aunque, como rebelde que es en el fondo, lucha todos los días por no perder las últimas gotas de ilusión. Llora facilmente y tiene cada día más miedo de que, a los que quiere, les pasen cosas (malas). No entiende para qué se vive y, por lo mismo, la muerte no le entra en la cabeza. De todas maneras, en las noches oscuras del alma, procura no pensar mucho.
Le gusta todo lo hace que esta vida merezca la pena vivirse: buenos libros, buenos amigos, la inutilidad general de todo lo bello, escribir. Cosas todas que le garantizan un lugar entre esa galaxia de indivíduos, sin dotes prácticas, al final de cuya biografía se escribe: “murió en X, en el año tal, en la más absoluta pobreza”. A pesar de esto, ha tenido una carrera profesional no del todo desdeñable. Está particularmente orgulloso del tramo austriaco de ella porque, a pesar de todas las dificultades y como decía el único marxista al que respeta (Groucho): “ Desde la más absoluta pobreza ha alcanzado las más altas cotas de miseria”.
A pesar de cierta tendencia pesimista, y hasta amarga, tu tío es un ser risueño que se muere por hacer llorar de risa a quienes tiene alrededor. Esta debilidad, junto con una negativa tozuda a tomar partido (manía de ver todos los lados de cualquier problema) le ha traido algunos inconvenientes con gente de ideas fijas y convicciones desagradablemente rígidas –tu tío opina, y no se corta en decirlo, que toda rigidez de opiniones es altamente sospechosa-; no cree tu tío, desde que empezó a afeitarse, en la política. En el mejor de los casos, considera a los individuos tocados por esta pasión como a seres ingénuos que cometen el mismo error que Jesucristo: pensar que el hombre es redimible y el mundo un lugar mejorable. A pesar de esto, como buen español, critica al presidente de los Estados Unidos que toque, chafardea a menudo de los dimes y diretes de la Carrera de San Jerónimo, y se hace cruces ante el deterioro que la política española ha sufrido en los últimos tiempos.
Tu tío, Ainara, sólo sabe que lo ignora todo y, como carece de cualquier capacidad de fingimiento, lo dice llanamente, actitud que provoca cierta sorpresa en los otros, tan convencidos de su propia importancia. Tiene la sensación de que nadie podrá contestar a unas cuantas preguntas que le quedan por hacer. Mientras busca las respuestas, cada vez con menos esperanzas, se entretiene, como decía Melvyn Douglas en Ninotchka, en mantenerse “sano de cuerpo y limpio de imaginación” y en intentar, en lo posible, hacer el bien a quien se deje (no son muchos).
Esta es la verdad, Ainara, pero seguramente no toda. Tú también descubrirás algún día que nadie es buen juez de sí mismo.
Besos de tu tío.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

cuando erais niños veo que lo pasabais bien tu hermano y tu teneis mucha complicidad entre los dos, chao paco

Paco Bernal dijo...

Hola!
Gracias por tu comentario. La verdad es que sí: mi hermano y yo lo pasábamos muy bien juntos. Pero lo que es mejor todavía: lo seguimos pasando muy bien juntos jajaja.
Saludos

Marona dijo...

Me ha gustado mucho tu autorretrato, me he sentido identificada con muchas cosas de las que dices... bueno, no en la parte de descripción física (ya sabes que yo soy igualica a la Roberts), pero en lo de no discutir, el cariño por los niños raros y por las cosas "inútiles", el pesimismo, la lágrima fácil... hasta me has hecho soltar alguna con tu post. Besos.

Paco Bernal dijo...

Hola Julia!:-)
Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que yo he dicho que mido uno setenta por...Bueno, porque no me gusta fardar jejeje. Sabe todo el mundo que soy el vivo retrato de Javi Bardem :-)
Besos,
P.

amelche dijo...

¡Ja,ja,ja! Mis abuelos tenían una caja de esas de membrillo para guardar las fotos. Pero creo recordar que llevaba a Don Quijote y Sancho en la tapa.