Macropost respuestas (Primera Parte)

8 de Noviembre.- Las dos últimas entradas han hecho que mis lectores se hayan remangado y hayan puesto dedos al teclado para decir lo que piensan por extenso (muchas gracias).
Contestarles en el espacio de los comentarios hubiera sido un poco engorroso, así que, entre estornudo y estornudo, he decidido hacer este par de posts /respuesta que ocuparán el fin de semana.
Empezando por el tema de la inmigración-emigración.
A Pyro: la verdad es que mi experiencia con los países más allá del antiguo telón de acero, se limita a las visitas que hago de vez en cuando a Bratislava y los días en la playa, en Croacia. Sin embargo, también tengo oidos. Y la gente que ha vivido por allí cuenta esto que tú dices. Es evidente que, a la hora de tomar decisiones como la de ampliar la Unión Europea, supongo que estas cuestiones se habrán tomado en consideración. También hay que pensar en cómo era España y en cómo éramos los españoles antes de que el maná comunitario nos sembrase el país de autopistas y de exposiciones universales; antes de que las becas Erasmus fueran una cosa que puede hacer todo hijo de vecino, para quitarse el pelo de la dehesa y conocer un poco otras culturas. Y de lo del EM –siglas en alemán del Europa Meisterschaft- pues coincido totalmente: esta gente de los Balcanes estuvieron a guaya límpia lo que duró la competición y contrastaron (penosamente) con la cívica actitud local. Y es que uno de los peores males del siglo (de este y de los que vengan, me temo) son los nacionalismos.
A mi amigo el pobre (vamos a tenerte que ir cambiando el mote, compañero, que este año seguramente sí tendrás turrón jajajaja): bueno, a lo que yo iba: hace poco escribí aquí que había leido Imperio, de Henry Kamen (si no recuerdo mal). Lo que sí que recuerdo es que decía que los españoles habíamos sido unos imperialistas reacios. En contra de lo que sucedía con los británicos, que estaban locos por dejar su isla y tomar un pasaje a la India, los colonos españoles por lo que se morían era por volver a la España de sus amores y que, es más: las vicisitudes del imperio se las traía completamente al fresco. Uno de los problemas que tenía el imperio español era la escasez de funcionarios de alto nivel (en aquel tiempo, que supiesen más idiomas que el de su villorrio) e incluso, Gerald Brennan, siglos después, hablaba de que la peor catástrofe que había sobrevenido al pueblo español era la invención de la mesa camilla, porque la gente se sentaba alrededor y le caducaba la curiosidad.
Los celtíberos somos unos viajeros reticentes porque, en general, tenemos cero curiosidad por lo que tenemos alrededor y reaccionamos mal (esa crítica que tú dices) ante las cosas que no entendemos. Comentaba yo hace poco con Toni y Mar el caso de un paisano nuestro que vino a vivir a Viena, se pasó seis meses –que se dice pronto- viviendo en las afueras y, hasta que yo no le llevé, no se le había ocurrido bajar al distrito uno porque decía “que no le llamaba la atención”.
Esa falta de curiosidad es lo que nos lleva al rebote, en mi opinión.
En cuanto a la receta de la integración, la comparto totalmente. Uno tiene que venir y adaptarse al país en el que está, haya venido por la razón que haya venido (trabajo, amores, simple curiosidad...). Y está claro que, aunque a uno le fastidie, es una minoría y que, aunque conserve su cultura –y hasta pueda presumir de ella- es lógico que, si quiere ser feliz tiene que tratar de nadar a favor de la corriente (lo cual consiste, sobre todo, en recoger lo mejor de lo que uno se encuentra e integrarlo). Hay una cosa que no quisiera dejar de decir aquí y que creo que conecta con el tema de que hablamos: a pesar de las diferencias entre las personas uno es, en un grado muy alto, responsable de que el proceso de integración se realice felizmente. Las paredes del gueto las levanta uno mismo. Cuando, por ejemplo, renuncia a aprender la lengua del país (tú y yo conocemos casos).
En Austria, sin hablar alemán, se puede sobrevivir, pero no se vive. Porque uno no es parte de la vida. La vida pasa al lado de uno sin tocarle.
A Joako: durante mi última visita a Madrid, comentaba yo con mi amigo N. (si me lees, un abrazo) que cada vez me sentía más extranjero en España. Y él me contó el caso de Max Aub que, después del exilio en México, volvió a Madrid y duró tres días. No lo pudo soportar.
No estoy tan seguro, en cambio, de que los que lían el petate y se van a otros países sean siempre los de menos nivel cultural. De hecho, creo haber leido que las estadísticas dicen lo contrario. En cualquier caso, me parece que, cuando todos llegamos nos enfrentamos a una cosa: estamos solos. Contamos solamente con nuestros recursos. Y uno de esos recursos es la vista para observar lo que otra gente hace e imitarles. Por supuesto que no es lo mismo el caso de un abuelo chino que se viene porque sus hijos han montado un restaurante que el caso mío o de un Erasmus. Pero adaptarse es algo que está al alcance de todos los bolsillos.
También creo que a los inmigrantes, desde el país de acogida, no se nos debe tratar como a personas con una discapacidad nueva, sino darnos los cauces para que nos podamos integrar. Pero supongo que tienes razón si se piensa que no todos, como tú dices, inician la carrera desde el mismo punto.
A Arantza: Me quedo de tu comentario, sobre todo, con una idea que me parece fundamental: nosotros, tenemos una distancia que un nativo no tiene. Y nos fijamos en cosas que ellos miran sin ver. En mi caso yo creo que fue el esfuerzo por aprender más cosas el que me hizo mirarlo todo más intensamente. Yo me siento cada vez más austriaco en muchos sentidos y cuando voy a España noto cada vez más el gap (iba a escribir “escalón” pero eso lleva a según qué comparaciones)y aquí es curioso, pero, por contraste, hay muchas reacciones que ellos (los aborígenes) esperan de mí “como español” no sé si me explico. Y es bonito. Difícil de explicar. Pero bonito.
A Mrs Jones: muchas veces me veo obligado a explicarles a mis amigos aborígenes que la proverbial amabilidad española es una de las trolas que mejor le hemos hecho creer al mundo. Tanto, que hasta nosotros mismos nos la creemos. Una compañera mía de trabajo española que venía de Cabezas de Bonilla, un pueblo pequeño, tardó más de un año en encontrar amigos en Madrid que es una ciudad fría y muy despiadada con el que no tiene contactos. Gracias a Dios, Viena no es así –por lo menos esa es mi experiencia-.
En cuanto a los amigos españoles, yo no hice ningún esfuerzo por tenerlos al principio; y creo que, aunque se pasa un poco mal, fue una decisión muy práctica. Ahora tengo amigos españoles (reconozco mi necesidad de reirme en mi idioma de vez en cuando) y amigos (muchos, creo) austriacos. Y creo que tengo lo mejor de los dos mundos.
Y sí: completamente de acuerdo contigo: nunca hay que generalizar. Las malas reacciones dependen de la persona y no del país. Lo has dicho muy bien.

2 comentarios:

JOAKO dijo...

Gracias por tenerme en cuenta y hasta responderme, creo que entendiste bien lo que quise decir, en realidad hay tantas emigraciones como emigrantes, pero el vici humano de etiquetar nos hace segmentar continuamente la realidad, para estudiarla un poco más a fondo, ¿que si no, genera las opiniones?. Todos los emigrantes se chocan con una realidad dieferente en lo formal, pero yo le diria a mas de uno que intentase ir a las antipodas sociales de su ciudad y sobrevivir alli, y me refiero a llevar a uno desde la moraleja a la cañada real galiana, o viceversa...

Paco Bernal dijo...

Hola!
Muchas gracias por tu comentario.
Yo siempre procuro responder a todos los comentarios, porque aprecio mucho que alguien lea lo que escribo y después se tome el tiempo de dejar una nota :-) Emigrantes son los jugadores del Real Madrid y emigrantes son los rumanos que viven en condiciones infrahumanas, tienes razón. Evidentemente, yo solo puedo hablar de un proceso que, en este mundo globalizado, cada vez estará más extendido: el de los que, como yo, dejaron su país para buscar un futuro mejor en un lugar diferente.
Un abrazo,
P.