U-Bahn

(Notas tomadas en el metro, entre el gimnasio y mi trabajo)

11 de Diciembre.- Una mujer con un caniche metido en una cesta afelpada con estampado de ositos de peluche. La abraza con temor, como si estuviera rodeada de gente que amenazase con robarle al perro. Tendrá cuarenta años. Es guapa (bonitos ojos castaños, melena lacia). De clase alta.
Una madre turca, con ese aspecto de pastoras de algún animal absurdo que tienen muchas madres mediterráneas, lleva al colegio a un niño de unos siete años al que toda la ropa (barata, de C&A) le viene pequeña. Toda, menos las playeras Adidas, negras, como las de todos los pandilleros balcánicos de cancha deportiva que baten las calles en busca de aventuras.
Un hombre mayor, de zapatos marrones impolutos, vuelve a casa del gimnasio con la bolsa sobre las rodillas. Tendrá como sesenta años y mira al frente, inexpresivo, con una actitud de firmes que despide un vago aroma militar.
La madre turca conduce a su retoño hacia la puerta del vagón, con la misma actitud firme que se utiliza con los borrachos pesados. Una actitud que siempre está a un paso del pescozón entre las orejas.
La rica la sigue con la mirada, mientras acaricia suavemente la barriga del caniche, que se deja querer.
Dos amigas, quizá compañeras de trabajo, ocupan el sitio del hombre del gimnasio. Van vestidas de negro, demasiado maquilladas (un maquillaje espeso, dos tonos más oscuro de lo necesario, que quiere tapar las cicatrices de un acné mal curado). Mechas rubias, acento agreste. Se sientan juntas y guardan una actitud sincrónica de rodillas apretadas y boquitas fruncidas. La del caniche ni las mira.
La grabación anuncia una parada. Se oye un revoloteo de periódicos (el sonido crujiente e inconfundible del papel barato). El Österreich muestra la cara de la viuda de Haider, que ha concedido una entrevista a dos meses exactos de la muerte del político.
“Encuentro los rumores sobre la homosexualidad de mi marido carentes de piedad” (Pietätlos).
El Heute se decanta en cambio por el miedo: la crisis ha hecho subir la criminalidad: en Viena hay 13 robos al día.
En una de las paradas, un hombre viejo, vestido con una americana marengo deformada y unas playeras blancas, juega a subir y a bajar del vagón como si no estuviese seguro de la ruta que tiene que seguir. Una cara ósea, en la que destacan unos pómulos sobre los que la piel se tensa y brilla, adquiriendo el mismo color y textura que la madera gastada de los reclinatorios de una iglesia de pueblo); unos ojos huidizos, el pelo gris cortado al uno.
Las puertas del vagón se cierran delante de su cara y el hombre se queda parado en el andén, viendo la vida pasar, mientras abraza una bolsa de deporte limpia, pero sin asas.

6 comentarios:

Te de llimona dijo...

Buenos días, Paco,

Este escrito es tan gráfico que de nuevo me he trasladado a Viena. Yo también soy una observadora y el metro es una representación del mundo tan auténtica que sólo hacen falta un par de paradas para tener una radiografía del país en que vives. Me han gustado mucho tus descripciones. !Cómo se nota que te gusta mucho escribir! me ha gustado sobre todo la del hombre mayor, cuyas arrugas comparas con la madera de una Iglesia... muy ocurrente!

Anónimo dijo...

Ah, la vida, la gente!

Buenos días.

Marta dijo...

Los aeropuertos tambien son lugares pribilegiados por ver "fauna". Interesante y entretenido.
Felicidades

Paco Bernal dijo...

Hola:
Muchas gracias por vuestros comentarios.
A Te de Llimona: gracias, gracias :-) Yo creo que por eso no me saco el carnet: para tener que ir siempre en metro. Si no, uno pierde el contacto con la realidad de todos los días.
A Anónimo: Ah! La vida, la gente! Qué harían los escritores de posts sin ellas? :-) Buenos días también. Cuidate.
A Marta: cualquier lugar donde se reuna mucha gente y dé tiempo a esperar es una mina para alguien que mire con interés. Muchas gracias por los elogios.
Un saludo a todos,
P.

JOAKO dijo...

Excelente fresco, me has transportado al metro de Viena, y a la vez me demuestras lo universal del mundo y sus situaciones...

Marona dijo...

El otro día lamenté no tener ni tu capacidad descriptiva ni la cámara en mi mano porque había una escena en el autobús de esas que sólo pueden pasar en Marte y en Austria: un chaval moreno, bajito y con la pinta típica de adolescente pandillero leía un cómic al lado de un señor con pajarita, traje, abrigo negro largo y unos zapatos tan brillantes que parecían las luces de Navidad. ¡Viva el transporte público y estos momentos impagables!