El principio (y el final) del placer
18 de Febrero.- Querida Ainara: el ser humano es un ser de naturaleza binaria. O sea, que generalmente sólo tenemos dos posiciones para todo: encendido y apagado, acción y reacción, contracción y expansión, permisividad y represión. Las épocas de vacas gordas generan manga ancha y propensión al placer; cuando viene Paco con la rebaja, se producen caras largas, ascetismo y tendencia a apretarse los cinturones.
La otra tarde, en una conversación, salió algo muy simple pero que a mí me parece una de las claves de nuestra civilización durante el último medio siglo.
Desde la última posguerra mundial, que en el caso español se alargó un poco más, la relativa prosperidad económica de la que hemos disfrutado ha producido varias generaciones que, ayudadas por la publicidad, se descubrieron poseedoras de un derecho (¿innato? ¿Congénito?) al placer.
Es evidente que el deseo de placer –utilidad, se llama en economía- es uno de los motores del consumo. Si todos hubieramos seguido el ejemplo de tu bisabuela María –para quien el lujo máximo era un polo de limón en las tardes más calurosas del verano- probablemente la civilización occidental se hubiera ido a la porra hace mucho tiempo.
La búsqueda sostenida (y a veces histérica) del placer ha dado al traste con todas aquellas formas culturales basadas en la tolerancia de la adversidad presente con vistas a un futuro más halagüeño. ¿Para qué invertir en un futuro celestial si el paraíso se puede tener en la tierra? Las instituciones tradicionalesque prometían grandes premios después de esta vida si uno se fastidiaba en la tierra, están en franca decadencia. Ya nadie se cree el discurso de una iglesia a cuya jerarquía se ve, con razón, como reaccionaria, más anclada en el mantenimiento de sus propias prebendas (cada día más recortadas) que en la mejora de la vida de la gente. Unos representantes de Dios que sólo prohiben y castigan, que no se esfuerzan en mostrar comprensión y compasión por los que sufren, no tienen mucho porvenir.
Sin embargo, y a esto voy, la búsqueda del placer a cualquier precio, la fobia histérica a cualquier momento de aburrimiento o frustración han aumentado muchísimo (demasiado, en mi opinión) la volatilidad de ciertas formas de relación que necesitan de un compromiso a largo plazo para poder tener la oportunidad de tener éxito. La gente ya no tolera fácilmente lo que Dorothy Parker llamaba “la soledad de las parejas”. Le pedimos al otro que sea divertido todo el tiempo, “romántico” todo el tiempo, amable, considerado, gracioso, y no pensamos que es pedir un imposible, porque ni siquiera nosotros mismos podemos ser así. Pero pasamos por alto ese pequeño detalle, porque nos consideramos sujetos del derecho al placer. Porque la vida es corta, y no se sabe cuánto vamos a estar en este valle de lágrimas. Se privilegian los cien metros lisos frente a la maratón, y el enamoramiento, frente al amor. Querer a una persona, Ainara, es una cuestión, sobre todo, de tiempo. Don Juan no quería a Doña Inés. Para él era una presa, un objetivo codiciado, pero no la quería. Querer a alguien y por muy paradójico que te pueda parecer, consiste en asumir que, aparte de una fuente de placer y de risas, tu amante también puede ser una persona con la que aburrirse en compañía. Y que ese aburrimiento o esa frustración también pueden ser productivos, porque ayudan a apreciar mejor los momentos en los que el enamoramiento, ciego, centelleante, vuelve a encenderse.
No sé si me explico.
Un beso de tu tío.

1 comentario:

amelche dijo...

En mi opinión, te has explicado muy bien. Estoy de acuerdo contigo.