Un corte de El Expreso de Shangay

Marlene

7 de Febrero.- Hace muchos años, una noche veraniega de domingo, la casa en silencio, todos durmiendo, menos yo frente a la televisión a un volumen bajito, sorprendí un programa del cual no necesité ver más de dos minutos para comprender que era raro y fascinante. Era un documental que, después lo supe, se llamaba Marlene. Lo había dirigido Maximilian Schell, un actor austriaco (el hermano de Maria Schell) y era sólamente la voz en off de Marlene Dietrich sobre un collage de imágenes caleidoscópico e hipnotizante. Corrí desde mi dormitorio hasta la sala en donde estaba el vídeo, rebobiné la primera cinta que encontré (qué tiempos, aún se rebobinaban cosas) y , tras localizar el canal, la segunda cadena, Documentos TV, Pedro Erquicia lo presentaba aún, apreté el botón de grabar. Desde entonces, aquella cinta VHS marcada con el nombre de Marlene Dietrich pasó muchas veces por los cabezales del video, convirtiéndose en una de mis películas favoritas.
La voz de Marlene, a veces lúcida, otras empañada por los tranquilizantes y el alcohol a los que se aficionó, pasaba revista ácidamente y en tres idiomas (inglés, francés y alemán) a los acontecimientos de su vida; revelando, algunas veces una enorme inteligencia, y otras, como en el caso de la reina Doña Sofía, cuando le hicieron la traicionera entrevista, los flecos de una severa educación como señorita de la alta sociedad de las postrimerías del imperio alemán.
El plan original de Schell era realizar un documental mucho más ortodoxo, pero la negativa de la estrella a ser filmada (Dietrich sólo accedió a hacer la película acuciada por imperiosas necesidades económicas) y el estado en que la diva comparecía ante el magnetófono –las grabaciones se realizaron en el piso que la estrella tenía en París-, obligaron a Schell a realizar el filme único que terminó llevándose todos los premios posibles y del cual, Maria Riva, la hija de la Dietrich, contaba que horrorizaba a su madre. De hecho, Dietrich intentó por todos los medios parar la distribución de la cinta, sometiendo a Schell al calvario de una serie de demandas judiciales que tuvo que abandonar.
Cuando llegué a Austria, busqué en primer lugar dos películas que en España no se habían distribuido (entre otras cosas porque estábamos más preocupados con las tonterías de Jim Carrey): Olimpia, de Leni Riefenstahl y este Marlene de Maximilian Schell. Encontré sólo los filmes olímpicos, en una edición impecable de Art Haus. Ayer, buscando otra cosa (óperas para seguir haciendome un criterio) encontré Marlene por fin, y no lo dudé. Ayer volví a disfrutarlo. Como siempre. Como la primera vez.

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