A las tres, que son las dos

29 de Marzo.- Hoy, como todos los años, será un día raro porque ha vuelto el horario de verano.
Anoche, al poner en hora el reloj mirando uno del Naschmarkt me acordé instantáneamente de mi abuela y supe que, al otro lado de Europa, al sur, mi madre, mi padre y mi hermano, al hacer el gesto de adelantar las manecillas una hora sonrieron también.
Mi abuela era muy diferente a las ancianas austriacas, que están pedaleando por esos mundos hasta que la novena década de vida las retira de los carriles bici. Nunca fue una mujer valiente y, a una edad en la que otros abuelos siguen poniéndose de choped del IMSERSO en Benidorm o Lopagán, mi abuela decidió que no saldría más a la calle.

-Tres nueras y varios nietos tengo para que me hagan los recados –dijo.

Y se sentó a esperar la muerte en su mesa camilla, los pies calentitos por un radiador debajo de la faldilla. Los cálculos, gracias a Dios, le fallaron porque, lo que ella esperaba que fuera una espera relativamente corta, se prolongó todavía casi veinte años.
En invierno, hacía las cuatro cosas de su casa (que incluían un puchero de café) y se sentaba con la radio a ver cómo la lluvia resbalaba por las hojas de las macetas del patio. Escuchaba siempre la COPE porque le parecía que era “la única que decía la verdad” (o sea, porque ponía verde al Gobierno que, como todo el mundo sabe, es el pasatiempo principal de los viejos). De todas formas y, por contradicciones que le permitía su extrema ancianidad, a mi abuela “le gustaba mucho” oir a Julio Anguita. Y es que, señores, para mi abuela lo cortés no quitaba lo cabal.
En verano, y como mi calle tená poco tráfico, se sacaba una silla de anea a la calle para espiar las idas y venidas de los chiquillos y “tomar la fresca”. La silla estaba pintada de color café con leche y tenías las patas serradas para que mi abuela, que era una mujer pequeñita, pudiera poner los pies en el suelo.
Si el calor apretaba (como suele suceder en Madrid) mandaba a mi hermano al comercio de la Pili a por un polo o un flash, siempre de limón, con el que se refrescaba las desnudas encías (mi abuela siempre se horrorizó de que alguien pudiera usar dentaduras postizas, porque no le quedaba clara la procedencia de los piños). Al principio, mi abuela era parte de un corrillo de vecinas y también había muchos chicos que jugaban al fútbol o al rescate. Pero conforme los veranos fueron pasando, las vecinas fueron dejando de sacar sus sillas al fresco y los imitadores de Hugo Sánchez volaron en busca de botellones más propicio.
La vida de mi abuela se fue despoblando, despacio despacio, y su voz, que había sido tan vibrante que podíamos oirla a manzanas de distancia, se fue apagando poco a poco debido a un edema pulmonar.
Lo que no cambió nunca fue que, cuando cambiaban la hora y llegaba la de comer, siempre preguntaba:
-¿Qué hora es?
-Las tres.
-Ya: las tres que son las dos.
Y sonreía satisfecha de haber descubierto la mentira del reloj.

3 comentarios:

cleira dijo...

Qué espanol me suena todo!!

La silla a la fresca, el puchero de café,la Cope como referencia y ese estar haciendo de casi todo "la cuenta de la vieja".
bonito tu post hoy.
Recuerdos vecino.

JOAKO dijo...

Y dices que era austriaca!!!
en realidad tal parece que del mismisimo Madrí, creo que lo habré leido mal.
Me recuerda mucho a mi abuela, ella también se parapetó despues de la muerte de mi abuelo, pero los veranos los pasaba en un paraje incomparable por la belleza y por lo fresco en verano, se trata de la sierra de agua, en la sierra de Alcaraz, a la sazón su pueblo. Murió hace tres años y la hecho mucho de menos, por las cosas que decia, porque no tenia pelos en la lengua y o callaba o decia la verdad.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Muchas gracias por vuestros comentarios.
A Cleira: lo primero, que te mejores de tu pie, y que te sea leve. Lo segundo, mi abuela era una señora españolísima. Porque no vivió para verme viviendo en el extranjero, que si no...jajaja le hubiera dado algo. Muchos recuerdos para ti también, vecina :-)
A Joako: no no jajaja digo que no se parecía en nada a las ancianas austriacas. Mi abuela, ya te digo, era muy extremeña (de Fuente de Cantos, Badajoz, igual que Zurbarán).
Te entiendo perfectamente: mi abuela murió en el año 2001 y, fíjate lo que te digo, no hay día en que no la mencionemos de alguna manera. Es una ausencia que no se llena nunca. Se pasa el dolor de la pérdida, pero el cariño no se acaba. Yo también echo a mi abuela muchísimo de menos.
Un abrazo