Mala baba

12 de Marzo.- Soy usuario de los canales españoles vía satélite (públicos). Es un vicio de lo más inconfesable porque la mayoría de los programas, amén de estar groseramente politizados (spanish style) deberían estar condenados por el tribunal internacional de La Haya. Pero en fin, a falta de otras delicias, buenas son tortas.
Ayer, tras una dura jornada laboral, me tiré delante del televisor y quiso el mando plantarme delante de un programa que me indignó y por eso lo cuento. Se llamaba la cosa “Vidas inquietas” y era parte de una serie que se propone difundir entre los madrileños el prurito de emprender nuevas actividades económicas por el procedimiento de mostrarles lo interesante que es la vida de los empresarios españoles. En principio, en un país tan poco dado a la faena como es el mío, cualquier estímulo que mueva a la población a ponerse al tajo debería ser bienvenido, pero lo de ayer revolvía las tripas. Juzgue el lector.
Primer reportaje: señora operadísima y notoriamente pija desayuna con un señor anciano en un lujoso interior (aquello de “Honorato, moja las magdalenas en el café como si no nos estuvieran grabando”).La voz en off del locutor repasa la exitosa trayectoria de la clienta de Pitanguy. Fundadora de una boyante empresa de decoración, esto y lo otro. Siguiente cuadro: la misma, bajándose de un cuatro por cuatro y entrando en un almacén industrial. En el interior, la esperan otras dos señoras pijas (un peldaño por debajo de pijez, sin embargo) que la miran absolutamente acojonadas. También está un operario de la edad de mi padre (sesenta) al que la muy exitosa echa una rociada monumental en el tono que se usa para hablar con aquellas personas de cuya capacidad intelectual tenemos serias dudas. Cabizbajo, noblote, el hombre aguanta el tirón. La bruja evoluciona por el almacén dando órdenes a las otras dos atemorizadas señoras (ambas con la misma expresión de un conejito blanco que se estuviera enfrentando a las mandíbulas abiertas de una boa constrictor). Me froté los ojos ¿Era aquello un programa de denuncia? No por cierto, porque aquella señora, notoriamente malvada y fundamentalmente maleducada (esa grosería de los ricos) ponía a escurrir a sus empleados con una falta de miedo más que evidente.
Siguiente reportaje: Valencia. Un individuo, a todas luces también muy emprendedor, le echaba un broncote tremebundo a un pobre ochocientoseurista cabizbajo, por haber pegado un aviso en un sitio que no era de su gusto (del gusto del empresario, claro). De nada servían los intentos de los compañeros por defender al abroncado (bueno, sí: servían para que el jefe se enardeciese aún más). La cosa, sólo de escucharla, daba dolor de corazón.
Y mienras venían a mi mente recuerdos de otros tiempos (de otras “vidas inquietas” con las que la mía se ha cruzado) pensaba yo que la crisis, dentro de lo catastrófico, va a tener algo bueno: a pesar de que habrá muchos padres de familia que pierdan sus curros, es de esperar (y de desear) que un par de tiparracos como los del reportaje también caigan de nuevo al nivel de los mortales. Cada vez que veo noticias de embarcaciones deportivas en venta y de Audis a precio de ganga por no poder atender, tengo que reconocer que me invade una alegría malsana. El deseo de que un par de los que yo he tenido la desgracia de echarme a la cara estén en este momento (Dios lo haga) mordiendo el polvo y acosados por el cobrador del frac.

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