Resplandores
27 de Marzo.- La primavera se ha resistido hasta hoy. Durante los últimos días ha caido una lluvia gélida, ha nevado, ha habido vientos huracanados y ha salido el sol (a veces, todo a la vez). Las weather mäddels de la ORF dicen que, para el finde, alcanzaremos unos utópicos veinte grados (los televidentes nos partimos el pecho, claro) aunque no perdemos la esperanza: si en este país algo funciona bien es el pronóstico del tiempo. Si una encarni de la ORF sale y dice:

-Meine Damen und Herren, mañana, a las cuatro, está previsto que llueva.

Ya puede estar luciendo un sol de justicia que, a las 15:59, puntualmente, el cielo se oscurecerá y caerá un churrasco tormentoso.
Por lo demás, no puedo resistir el impulso de hacer el pequeño recuento de las cosas que me llaman la atención. Por ejemplo: en Viena hay un museo dedicado a los niños (Zoom, se llama) cuyos responsables han tenido la genial idea (subversiva contra Disney que te cagas) de montar una muestra que se llama: “Ven y cuéntame algo sobre la muerte”. Subtítulo: una exposición apta para personas entre 6 y 99 años (los centenarios podrían encontrar una exposición así de mal gusto).
Ora imagen: esta mañana, al salir a trabajar, el perro de un vecino especialmente amable (el vecino es amable, no el perro) estaba atado a la barandilla del último tramo de escaleras. Era tembrano, no había señales del dueño. El perro, negro, feísimo, me ha mirado al pasar con los ojos húmedos, anhelantes. Precisamente por ser tan horroroso me ha dado mucha más lástima, como un niño abandonado. Al abrir la puerta de la calle, el animalito se ha querido venir conmigo. La correa larga, negra, le ha detenido con una precisión cruel. Tenía ya medio cuerpecillo espantoso sobre el cemento de la acera. Me ha impresionado tanto la evidencia de que todos, como el can, tenemos el radio de acción que nos deja la correa de nuestras circunstancias, que no he podido quitármelo de la cabeza en todo el día.
Otra: hay un funcionario de correos que viene todos los días a mi empresa a recoger los paquetes que se mandan a los clientes. Es un hombre alto, de mirada torva y andares patibularios. Indudablemente, está mal de la cabeza. Su desequilibrio se manifiesta en que, como dice mi padre, lo mismo carnerea que borreguea. Días tiene de amabilidad (todo lo amable que Jack Nicholson podía ser en “El resplandor”) y días tiene francamente agresivos, en los que se comunica con el mundo a base de gruñidos.
Pues bien: este hombre, que lleva años ejerciendo un trabajo embrutecedor, tiene instantes de una coquetería infantil (dentro del matiz monstruoso que le es peculiar para todas las cosas). Siempre se vuelve consciente de sí mismo cuando aparece mi compañera, que es una chica finita, blanca y de muy buen ver. Es asomar ella y la bestia se vuelve tímida, enrojece, se frota las manazas, es incapaz de levantar la vista del suelo.
Si los psicópatas pueden provocar ternura y compasión este hombre, definitivamente, puede.

3 comentarios:

pilar dijo...

Buenísimo este post, me encanta leerte!!

JOAKO dijo...

Creo que me relatas Viena de la mejor forma posible, algún día ire de viaje, y nada me extrañará...porque ya lo "habré visto".

Un saludo

Paco Bernal dijo...

Hola a los dos!
Me alegra mucho de lo paséis bien leyendo. Al fin y al cabo es lo que se pretende ¿No? ;-)
Gracias por estar ahí.