Una vez al año, un Macqui no hace daño (oder?)
20 de Abril.- Nosotros los modelos llevamos una vida dura, no nos engañemos. Mucho glamour, mucha pasarela, pero todo eso tiene un precio: nos tenemos que cuidar quetecagas.
En serio: todos los días yo como, por lo menos, un par de piezas de fruta y medio kilo de verdura, generalmente en forma de ensalada, cuya composición voy variando para tener siempre la sensción de enfrentarme a un placer ligeramente distinto. Hoy es de atún, mañana de mozarella, al otro verde...Un chorreón generoso de aceite de oliva, un esturreón de vinagre, una pizca de sal y andando. Mi jefe, que debe de pensar que lo del colesterol es un cuento de viejas, me mira pastar con aire escéptico mientras devora suculentos bocadillos de presunta carne de caballo o una de esas pizzas prefabricadas que la gente compra por la calle. Antes no me decía nada pero ahora, como ya vamos cogiendo confianza, me gasta bromas sobre lo saludable de mi dieta.
Procuro comer sano porque me gusta la verdura y para sentirme bien aunque tengo que confesar que mi corrección alimentaria tiene una grieta: soy incapaz de sustraerme al poderoso influjo de un Big Mac. Es superior a mí. Para quitarme el gusanillo, me voy de vez en cuando a un Macqui y me pido un menú con patatorras.
Lo sé: soy un pecador de la pradera.
Pues bien: resulta que el sábado me acerqué al centro a comprar este cuaderno en el que escribo y, como me dio la hora de comer, caí en la tentación. Me acerqué al Mc Donald´s más próximo con el resultado que mis lectores se pueden suponer.
Di que estaba yo mordisqueando mi grasiento delito cuando miré a mi alrededor y me di cuenta de que yo era el único cliente (o casi) que, así a ojo, bajaba de los noventa kilos. Y me vino a la cabeza que, en Austria, de una manera mucho más definitiva que en España, los ricos suelen estar delgados y los pobres tienden a estar mollig (me encanta esa palabra: el sonido lo dice todo).
Mi amigo el internista de fama internacional, viejo conocido de mis lectores por indicarme aquella dieta infalible para no padecer diabetes jamás de los jamases, dice que esto es así porque los pobres se alimentan de lo que está barato: el kebap, la fritura, la pizza y la hamburguesa; porque señores: comer verduras y fruta se está volviendo cosa de ricos. Otra forma más de clasismo de una sociedad como la austriaca, que está hecha para que cada uno ocupe su cajoncito.
Y luego, claro: en esta sociedad fuertemente dominada por la imagen, la gente que está fuertecita lo tiene peor para conseguir buenos trabajos y así el círculo se vuelve vicioso porque un trabajo peor significa sueldo peor y peores oportunidades para comer con conocimiento. Por no hablar de que la formación, que es tan importante para aprender a comer bien, sigue siendo una cuestión de jEur.
Yo soy pobre (añado: como una rata) pero por suerte me traje conmigo el suculento bagaje de la dieta mediterránea. Con su querencia por la fruta y las hortalizas, por las legumbres, su pasión por el pescado, su delicuescente amor por el aceite de oliva y el ajo.
Todo fenomenal para, sin tener un euro en el banco, poder ir por la calle presumiendo de rico (y, modestamente, estarlo).
En serio: todos los días yo como, por lo menos, un par de piezas de fruta y medio kilo de verdura, generalmente en forma de ensalada, cuya composición voy variando para tener siempre la sensción de enfrentarme a un placer ligeramente distinto. Hoy es de atún, mañana de mozarella, al otro verde...Un chorreón generoso de aceite de oliva, un esturreón de vinagre, una pizca de sal y andando. Mi jefe, que debe de pensar que lo del colesterol es un cuento de viejas, me mira pastar con aire escéptico mientras devora suculentos bocadillos de presunta carne de caballo o una de esas pizzas prefabricadas que la gente compra por la calle. Antes no me decía nada pero ahora, como ya vamos cogiendo confianza, me gasta bromas sobre lo saludable de mi dieta.
Procuro comer sano porque me gusta la verdura y para sentirme bien aunque tengo que confesar que mi corrección alimentaria tiene una grieta: soy incapaz de sustraerme al poderoso influjo de un Big Mac. Es superior a mí. Para quitarme el gusanillo, me voy de vez en cuando a un Macqui y me pido un menú con patatorras.
Lo sé: soy un pecador de la pradera.
Pues bien: resulta que el sábado me acerqué al centro a comprar este cuaderno en el que escribo y, como me dio la hora de comer, caí en la tentación. Me acerqué al Mc Donald´s más próximo con el resultado que mis lectores se pueden suponer.
Di que estaba yo mordisqueando mi grasiento delito cuando miré a mi alrededor y me di cuenta de que yo era el único cliente (o casi) que, así a ojo, bajaba de los noventa kilos. Y me vino a la cabeza que, en Austria, de una manera mucho más definitiva que en España, los ricos suelen estar delgados y los pobres tienden a estar mollig (me encanta esa palabra: el sonido lo dice todo).
Mi amigo el internista de fama internacional, viejo conocido de mis lectores por indicarme aquella dieta infalible para no padecer diabetes jamás de los jamases, dice que esto es así porque los pobres se alimentan de lo que está barato: el kebap, la fritura, la pizza y la hamburguesa; porque señores: comer verduras y fruta se está volviendo cosa de ricos. Otra forma más de clasismo de una sociedad como la austriaca, que está hecha para que cada uno ocupe su cajoncito.
Y luego, claro: en esta sociedad fuertemente dominada por la imagen, la gente que está fuertecita lo tiene peor para conseguir buenos trabajos y así el círculo se vuelve vicioso porque un trabajo peor significa sueldo peor y peores oportunidades para comer con conocimiento. Por no hablar de que la formación, que es tan importante para aprender a comer bien, sigue siendo una cuestión de jEur.
Yo soy pobre (añado: como una rata) pero por suerte me traje conmigo el suculento bagaje de la dieta mediterránea. Con su querencia por la fruta y las hortalizas, por las legumbres, su pasión por el pescado, su delicuescente amor por el aceite de oliva y el ajo.
Todo fenomenal para, sin tener un euro en el banco, poder ir por la calle presumiendo de rico (y, modestamente, estarlo).
7 comentarios:
Tú sigue cuidándote que, a la vejez lo agradecerás. Y yo a ver si sigo tu ejemplo... (el de las verduras, afortunadamente, el Big Mac no me gusta).
¡Buenaaaas! Jo, ¡cuánto tiempo hacía que no me pasaba por aquí!
He estado pensando en eso que dices de que la verdura está más cara que la comida prefabricada y no estoy yo tan segura. Depende de la verdura que sea. Aquí en Salzburgo una col y un kilo de patatas te cuestan 3 euretes, lo mismo que un kebab. ¿Cuántos comen de la verdura y cuántos del kebab? Naturalmente que si te vas a los tomatitos, mangos, aguacates o espárragos la cosa se complica. Pero de fondo, creo que el asunto es más cultural que económico. ¡Besos!
A mí me pasa con el dulce, es mi perdición. Lo del Big Mac no me llama pero un bollo llamese palmera, donut, pastel de.... no puede resistirme. Con decirte que evito comprarlo porque me lo como de una sentada. nuria
Es verdad eso que dice Marona. Unas lentejas te valen lo que un Big Mac y comes unas cuantas veces. ¡Qué viva la dieta mediterránea!
¡Viva la dieta mediterranea!...y saltarsela de cuando en vez. He de decir que estoy a dieta, (si una vez mas), y mi dietista me ha dicho que probablemente soy el paciente que jamas ha conocido que coma mejor peor distribuido, en fin ahora estoy comiendo más que nunca, pero sin saltarme comidas y cenando como un mendigo.
Hola a todos y gracias por vuestros comentarios:
A Amelche: yo lo del Big Mac es que no lo puedo resistir. Tenía yo una compañera en la tele que lo comparaba a ciertas modalidades sexuales (la chica era un poco extremosa). En cuanto a la verdura, mi felicidad es un tomate con sal. Aunque los espárragos a la plancha tampoco están nada mal :-)
A Mar: estoy de acuerdo. Además, yo creo que es una cuestión de pereza. Porque la verdura hay que hacerla y el kebap te lo dan. Y ahora los espárragos (qué ricos) son más baratejos, que están de temporada :-) Un besote, guapa. A ver si hablamos un día de estos. Cuidaros.
A Nuri: yo soy de salado. A mí el dulce...De todas maneras, quiero dar una recomendación a mis lectores vieneses. Hay una pastelería/salón de té en la Operngasse que se llama Süssi que, la verdad, es un poquitín cara, pero a mí, que el dulce no me gusta, me dejó flipando. Todo natural, fruta de verdad, chocolate auténtico. Fantástico.
A María: las lentejas! Qué ricas (y además a mí, modestamente, me salen fenomenal). Por cinco euros tienes comida para dos días. Una cosa fantástica.
a Joako: suerte con la dieta. Comer es una cosa de hábitos. Yo procuro cenar poco también, y comer de vez en cuando. De todas maneras te voy a decir que los horarios de comer españoles son asesinos. Eso de desayunar a las ocho y no comer nada hasta las dos o las tres es un disparate.
En fin, compañeros, saludos otra vez a todos y saludetes
(hoy toca contestación de comentarios, que he estado muy liadete estos días).
Un tomate con sal está buenísimo, en eso te doy la razón.
Publicar un comentario