Parroquia de Nuestra Sra. de Valvanera en San Sebastián de los Reyes
Gran Vía

10 de Abril.- Viernes Santo. Llevo un par de días en Madrid. Esta vez, como siempre, ha sido una visita relámpago (lo justo para darle un beso a Ainara, comerme una torrija y salir corriendo). Mañana vuelvo a casa.
Por el camino, ha habido unos cuantos momentos especiales, como de costumbre (los hermanos Bernal cortándose juntos el pelo, codo a codo, después de tantos años). Y algún espacio, también como siempre, para la melancolía. Todo muy habitual.
Ayer paseé por la Gran Vía de Madrid y fui haciendo recuento de los cambios: de los restaurantes que han abierto, de los cines que ya no existen, en donde vi películas en compañía de amores que hoy parecen tan remotos y entrañables como los programas de televisión de la infancia.
Hoy he dado un paseo por mi pueblo (como todo el mundo sabe, también el de Penélope Kreuz) y he entrado en la parroquia en donde hice la primera comunión y ella también debió de hacerla. Una iglesia de cemento desarrollista, de los años setenta, pintada de blanco. He llegado al final de la misa de doce. El sacerdote estaba impartiendo las últimas bendiciones a sus ovejas, vestidas con el trapillo de la crisis y en las que había un alto porcentaje que habían sido bautizadas al otro lado del Atlántico. Algunas novedades: la puerta que daba acceso a la capilla del Santísimo, en cuyos bancos escuché el catecismo de labios de una exmonja de pronunciación repulida, está hoy en otro sitio; también el Don Miguel de mi infancia, muerto hace muchos años, ha sido sustituido por un sacerdote mayor que intentaba disolver el pequeño jaleo del final de la misa recordando por la megafonía que “era santo, bueno y saludable no hablar en el templo”, poniendo en la palabra Templo una unción antigua y ligeramente ridícula. Una raída alfombra persa da algo de prestancia a una pila bautismal que no existía cuando yo era pequeño. Me acerco al cepillo de la iglesia, en donde parpadean unas cuantas bombillas de plástico. Echo un par de euros, que serán una gota en el mar de la decorosa modestia que lo envuelve todo.
No creo que haya tantos chiquillos ahora en la misa de once del domingo, no creo que se forme el barullo de antes al darnos la paz, y no estoy seguro de que los pecados que los críos confiesen en aquella primera confesión infantil, sean hoy tan inocuos como aquellos nuestros. Tengo que confesar que se me ha hecho un nudo en la garganta.

4 comentarios:

JOAKO dijo...

Comparto lo de la apreciación del modo de pronunciar de los religiosos, o exreligiosos, es una unción que no se sacuden en toda la vida, soy capaz de detectarla incluso en curas renegaos o en desertores del seminario. También soy muy tendente a la melancolía...

Paco Bernal dijo...

Hola!
Aquí estoy otra vez, ya me ha soltao la lavadora. Veo que has recuperado el tiempo perdido. Espero que tus chiquillos estén bien. A lo que vamos: a mí me gusta la melancolía y la nostalgia. Estoy (re)leyendo un libro que te recomiendo. Son las memorias de Nabokov. Se llama "Habla, memoria" y en él dice que todos nos sentimos en nuestro pasado como en nuestra propia casa...En fin, no estoy tan seguro, pero se aproxima bastante a lo que yo he sentido en Madrid.
Un abrazo

El herpato en cuhtión dijo...

Quiero aportar mi granito de arena a la escena de mi hermano y yo cortándonos el pelo. Es una peluquería en la que cruzar su umbral es entrar en un episodio de "Cuentame". Nada cambia desde hace lustros, ni la decoración, ni los propios peluqueros (los recuerdo igual desde pequeño).
El hecho de ver a mi hermano en una silla y yo en otra, me remontó a mi infancia más escondida. Un lujo.

Paco Bernal dijo...

Hola hermano!
Aunque sólo fuera por la alegría de leer los comentarios que me dejas, tendría abierto el blog.
La verdad es que el estandarte del atleti sigue ahí desde que fuimos a cortarnos el pelo la primera vez (yo recuerdo haber estado la primera vez que te lo cortaron a ti con una extraña precisión). Fue fenomenal ir los dos juntos, y la historia de los caníbales de los Alpes la llevo guardada en la memoria para cuando necesito reirme.
Un abrazo, tronx. Cuidate :-)