Heinz Christian Strache enarbolando una cruz durante la manifestación anti centro islámico de Dammstrasse.
El signo de la cruz
25 de Mayo.- El stablishment austriaco está haciendo todo lo posible por evitar que surja un nuevo Haider. En los grandes partidos (Socialistas, Populares y Verdes) han saltado las alarmas ante la creciente popularidad de Heinz Christian Strache y parece ser común la opinión de que, con actuaciones como la marcha contra el centro islámico de Dammstrasse hace dos semanas, Strache ha traspasado el límite de lo razonable en un país como este, tan preocupado por las formas (por no hablar de que, en las últimas elecciones a la Cámara de los Trabajadores –AK- el partido que lidera nuestro político favorito ha obtenido una notable subida en su representación).
Seguimos: al día siguiente de la marcha anti-centro islámico, el canciller Faymann llamó a Strache en el Parlamento “Predicador de Odios” e incluso el presidente Fischer, un señor bonachón que sólo abre la boca para decir verdades tan inofensivas e indiscutibles como las que diría nuestro rey en un mensaje navideño tipo, ha llamado la atención al partido de Heinz Christian a cuenta de los eslóganes elegidos para las próximas elecciones europeas. Unos lemas que, a su juicio, rozan la barrera de lo permisible en un estado moderno y civilizado pero, sobre todo, cada vez más multiétnico como es el austriaco.
La actuación de Strache ha levantado densas polvaredas durante las últimas semanas y las sinhuesos opinantes transalpinas se han puesto a dirimir hasta qué punto un político que, como Strache, coquetea con posiciones tan extremas, es peligroso para la estabilidad del Sistema.
Seguimos: al día siguiente de la marcha anti-centro islámico, el canciller Faymann llamó a Strache en el Parlamento “Predicador de Odios” e incluso el presidente Fischer, un señor bonachón que sólo abre la boca para decir verdades tan inofensivas e indiscutibles como las que diría nuestro rey en un mensaje navideño tipo, ha llamado la atención al partido de Heinz Christian a cuenta de los eslóganes elegidos para las próximas elecciones europeas. Unos lemas que, a su juicio, rozan la barrera de lo permisible en un estado moderno y civilizado pero, sobre todo, cada vez más multiétnico como es el austriaco.
La actuación de Strache ha levantado densas polvaredas durante las últimas semanas y las sinhuesos opinantes transalpinas se han puesto a dirimir hasta qué punto un político que, como Strache, coquetea con posiciones tan extremas, es peligroso para la estabilidad del Sistema.
-A corto plazo, por supuesto, no –dicen- la democracia austriaca es todo lo sólida que se le puede pedir a uno de los países más ricos del planeta. Pero –razonan los politólogos- lo peligroso de Strache radica en que, por lo menos una vez a la semana, rompe un tabú o salta una valla que hasta entonces parecía insaltable ¿Y qué sucede? Nada. Rien de rien. Nasti de plasti. El tabú queda roto y la barrera saltada ¿Y a qué precio? Todo lo más algunas palabras de condena.
El otro día, sin embargo, Strache saltó una cerca que, en un país como este, quizá haya tenido una importancia simbólica que no hubiera tenido en otro sitio (en España, por ejemplo). De resultas de este atlético movimiento se metió en un jardín del que tiene difícil salir con la sonrisa intacta.
Durante el acto anti todo que mencionaba más arriba, y citando su lema electoral que aboga por una Europa católica, el político dizque liberal enarboló una cruz latina.
La respuesta de la Iglesia Católica, y de su cabeza visible el cardenal Schönnborn, no se ha hecho esperar. En su homilía del jueves pasado (una semana después de los hechos) y en el Stephansdom, que es tanto como decir en el centro espiritual de Austria, el purpurado le leyó al político el Levítico. Esto es, la cartilla. Y, sin nombrarle, le indicó que la cruz debía de ser “símbolo de hermanamiento” y nunca –o sea, como hasta antes de ayer por la tarde- un arma contra otras religiones.
Debió de pensar el cardenal que bastante tiene encima la Iglesia (ver post “Batahola de sotanas”) para que, además, le cuelguen el sambenito de otorgar callando lo que dice un tipo de opiniones tan sandungueras como las de Strache.
La falta de adhesión a sus tesis ha dolido mucho a Heinz, que aún respira por la herida. El que destacados personajes del catolicismo austriaco (y tras él, durante los últimos días, un cerrado y ecuménico coro de cabreadas y paternales voces) hayan dudado de su ortodoxia le hizo exclamar en un primer momento que él no iba contra la Iglesia (a la que en el renglón anterior había llamado cobarde, por cierto) pero que en la austriaca hay infiltrada una “mafia moral”. Actitud, casualmente, de la que se ha retractado ayer mismo, mediante el expediente de pedirle al cardenal Schönnborn una entrevista personal para discutir lo que Strache considera de puertas para afuera un quítame allá esas pajas.
El electorado conservador, caladero natural en que pesca Strache, es morigerado pero, en cualquier caso, católico (en un país en que la Iglesia tiene aún el estátus de referente moral para muchas cosas). Con lo cual, ponerse a malas con la clerecía no parece una actitud muy práctica.
¿Terminará diciendo Strache lo de Don Quijote?
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