Megaperracas

Sharon Stone y Megaperraca Humillada (Gery Keszler) entrando al Lifeball 2008

11 de Mayo.- Los preparativos del Lifeball, que se celebrará el sábado, están en marcha. Al módico precio de 150 Eur la entrada normal (de smoking) y 75 Eur la de disfraz (el tema de este año es el agua) uno puede codearse con el famoseo en el marco incomparable del salón de actos del ayuntamiento de Viena, esa joya neogótica junto al Ring. Naturalmente, hay tortas.
Será el primer baile que se celebre sin uno de sus impulsores (el Dr. Zilk, q.e.p.d.) pero no el primero que se desarrolle sin polémica.
Esta vez protagonizada, como ya sucedió con el baile de la Ópera, por Dominic Heinzl, megaperraca oficial del cotilleo austriaco, patrón del Hi-Society de la ATV. En esta ocasión no ha sido la cosa por competencia con mi Alfons Haider (que, por gay, tiene una especie de preferencia a la hora de presentar este evento) sino por choque con Gery Keszler.
Si Luis XIV decía que el Estado era él, Herr Keszler puede afirmar casi con la misma autoridad que el Lifeball se resume en su persona. Es también el prototipo del homosexual liberado en una ciudad que todavía ve lo gay con una civilizada indiferencia (no sé si “civilizado” es un adjetivo adecuado en este contexto, pero bueno) y, en todo caso, el sumo sacerdote de la comunidad gay vienesa.
Así pues, Heinzl, que no es gay, pero que juega a dar el tipo (ropa a la última, amplio surtido de intervenciones quirúrgicas para librarse de las patas de gallo) y Keszler que sí lo es, se han tirado de los pelos del cogote a cuenta de la cobertura informativa del Lifeball durante los últimos años.
Sostiene Keszler que esta ha sido asaz aviesa y malintencionada y que, por culpa de Heinzl, la gente, al ver la tele piensa menos en los (loables) fines sociales de la cosa que en los centímetros cuadrados de piel que enseña el mocerío en tanga.
Como primera media, Keszler hizo pública la de vetar la asistencia de Heinzl al baile a no ser que depusiera su actitud a la voz de ya y prometiera introducir la viperina lengua en un cubo lleno de agua con jabón lagarto. Dominic, por su parte, acudió a lo que la telebasura mediterránea le ha enseñado a la centroeuropea y, poniendo los ojos en blanco, invocó el sagrado nombre de la libertad de expresión.
Estaban ya los bolsos de Chanel dispuestos para caer sobre la coronilla del adversario cuando intercedió el director de la ATV para recordarle a Keszler que, gracias al concurso financiero de la cadena, el baile podía celebrarse sin estrecheces, y los seropositivos pasaban menos apuros para comprarse el carísimo tratamiento contra la inmunodeficiencia. Aflojó Keszler la presión (llevaba las de perder) y el país entero pudo ver la sonrisa de megaperraca de Heinzl desde el plató que utiliza diariamente para sacar a pasear a sus pulgas amaestradas.
Días después, se escenificó la reconciliación. Megaperraca Humillada (Keszler) le dio la mano a Megaperraca Triunfadora (Heinzl) bajo la imparcial mirada de varias docenas de ojos electrónicos. A Keszler se le veía incomodo, porque se notaba a la legua que no puede ver a Heinzl.
Era el fin de la batalla pero no de la guerra. En un país con dos reinas, a la larga, sólo puede quedar una. Yo voy con Keszler, ¿Y tú?


Megaperraca Triunfadora (de momento) Dominic Heinzl. La que ve el lector es una de las pocas expresiones que le permite ya el bótox.

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