3 de Junio.- Querida sobrina: a pesar de los loables (y hasta ahora infructuosos) intentos de la autoridad competente de encontrar el alma de lo madrileño en los bocadillos de mollejas, vengo de un lugar en el que no existe el nacionalismo. Se comprende: nadie es de Madrid (o muy poca gente).
Por eso tengo que hacer ímprobos esfuerzos en entender las razones de una gente que vive en una realidad que me es completamente ajena.
Desde que vivo en Austria, he conocido a algunas personas que se confesaban acérrimamente nacionalistas (cada uno de su país correspondiente). Muchos de la Europa del este, antiguos países comunistas hoy neo-miembros de la UE; pero también algunos de Turquía. Me han parecido en general gente de mentalidad bastante estrecha y unos temas de conversación francamente repetitivos. Por no hablar del estado en que viven de eterna autocompasión. Para ellos es un dogma la sensación de lo que yo llamo “ciudad sitiada”. Esto es: el nacionalista, para existir, necesita pensar que ahí fuera existe otro pueblo más grande, injustamente poderoso que, como un vampiro, quiere robarle su identidad con fines aviesos. De esa mentalidad, nace una religión que a veces adquiere tintes muy curiosos y otras, como en la antigua Yugoslavia, siniestros.
En Europa, los nacionalismos están de moda ; los esgrimen de manera particularmente ruidosa los llamados “Partidos Euroescépticos” cuya actitud se parece bastante a la de los hinchas del Barcelona que pitaron al Rey en la última final copera: no me molas, pero si gano tu copa lo celebro con banderas y bengalas. O sea: oficialmente la Unión Europea les parece un negocio ruín, propio de truhanes que quieren terminar con sus señas de identidad pero, al mismo tiempo, no tienen ningún problema en que la Unión, con los impuestos que todos pagamos, sostenga sus bancos si se caen, arregle sus carreteras o proporcione mercado para sus exportaciones.
En el caso español, cualquier aproximación mínimamente seria al tema hace que los nacionalistas militantes se pongan a la defensiva. Por ejemplo: una política educativa que privilegie los contenidos regionales en detrimento de aquellos que deberían servir para formar a personas que se van a mover en un futuro globalizado a mí, personalmente, me parece un suicidio económico. Y no ya en aquellas regiones de España en las que hay lengua vernácula propia, sino en aquellas que, a imitación de estas, han optado por seguir su mismo modelo educativo. Que los niños de Madrid estudien los ríos de su Comunidad cuando apenas hay cursos de agua dignos de ese nombre y que, por el contrario, tengan una imprecisa idea de los ríos europeos, me parecería cómico si no me pareciera tremendamente empobrecedor. Y que se dediquen más horas lectivas a aprender catalán, valenciano, gallego, mallorquín o vasco que al inglés, al francés o al alemán, me parece un intento decidido de perpetuar el atraso, cuando no una estrategia completamente miope.
No me mueve a escribir esto, y quiero que lo tengas claro lo mismo que mis lectores, ningún prejuicio en contra de unos idiomas que amo como cualquier riqueza del intelecto humano (leo fluidamente en catalán a Espriú y a Plá, y a Rosalía de Castro en gallego, lamentablemente no sé vasco) pero francamente y siendo serios: útiles, útiles, no me parecen útiles. Por poner un ejemplo que cae por su peso: ¿Cuántas personas hablan catalán en Brasil, en China, en Checoslovaquia, en Alemania? ¿O vasco? ¿O gallego? ¿O es que los alumnos que se forman en esas regiones de España sólo van a trabajar en ellas?
En cualquier nacionalista, es verdad, también hay un misionero en devenir. Así que hemos de pensar que estas personas aspiran a que el mundo se convierta a la religión de la supremacía de su terruño sobre los otros.
Por otra parte, como me recordaba una amable lectora el otro día, existen los llamados “Nacionalismos integradores”, los cuales, desde mi inocencia, me parecen una contradicción en los términos; como cuando el papa actual se dice partidario del ecumenismo para añadir a renglón seguido que fuera de la iglesia católica no hay salvación. O sea, que como vengo de un sitio sin nacionalismo, otro oscuro misterio. Y me da por imaginarme a un nacionalista integrador que se encuentra con otro nacionalista integrador de otra nación ¿Qué harán? ¿Intentarán convencerse uno a otro de que pertenecen al pueblo elegido?
Quizá el problema sea mío (seguramente, el problema sea mío). Pero no entiendo muchas de estas cosas. Y me gustaría que alguien me las explicara con unos argumentos comprensibles para una persona que, como yo, ha intentado durante toda su vida extirpar de sí mismo cualquier cerrazón.
Besos de tu tío
5 comentarios:
Completamente de acuerdo. Yo el nacionalismo me lo tuve que tragar con la leche materna (siendo vasca, es casi imposible escapar a a él), y aún así, no me he "convertido", por el mismo motivo por el que he apostatado: exige un acto de fe, y soy demasiado racional para eso. Tras haber vivido a continuación en Escocia y ahora en Quebec, otros dos reductos nacionalistas, puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que cuantos más nacionalismos conozco, más se parecen todos. Como tú explicas tan bien, están fundados sobre una premisa que me irrita enormemente: el sentimiento de exclusividad, que lógicamente engendra la exclusión. Es un caldo de cultivo perfecto para el fanatismo. Ya lo decía un clásico nuestro: "El nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando".
¡ En menudos berenjenales se mete usted, estimado amigo! El nacionalismo es como un pedo: sólo beneficia al que lo suelta. Sin embargo, ya sabemos que si algo sobra en España es lana, mucha lana. ¡Cuánta lana hay por el mundo!
Fdo: El pobre…
l nacionalismo se cura viajando
Se dedican las mismas horas a estudiar valenciano que inglés (3 horas semanales). Eso sí, hay al menos una asignatura (no sé por qué, casi siempre es "conocimiento del medio", eso que en nuestra época se llamaba "ciencias naturales") que se tiene que dar en valenciano y luego está la línea en valenciano, donde se da todo (menos la asignatura de lengua española). En ese sentido sí se dedican más horas.
Hola a todos!
Gracias por vuestros comentarios.
A Arantza: ¿Qué puedo decir? Que estoy completamente de acuerdo.
Al pobre: no pillo lo de la lana, pero si se refiere al pelo de la dehesa, es cierto que ya lo podíamos ir perdiendo...
a Joako: y qué verdad que es
A Amelche: muchas gracias por la información ¿Y el itinerario valenciano este lo escoge mucha gente?
Saludetes
Publicar un comentario