5 de Junio.- (...)
-!Y no hables con desconocidos!
-Tranquilo, que miraré la coca-cola no vaya a ser que alguien me eche una aspirina.
-!Y no hables con desconocidos!
-Tranquilo, que miraré la coca-cola no vaya a ser que alguien me eche una aspirina.
Entre risas, los dos hombres se despiden. Uno se mete en el portal de su casa y otro (yo) camina por la calle unas cuantas manzanas camino de una cama que el cuerpo le va pidiendo a gritos.
Al doblar la esquina de una calle principal, un ciudadano chino me adelanta. Va canturreando –como yo- cosa inusual entre los morigerados vieneses, y más a las once de la noche.
Entre estrofa y estrofa de una cancioncilla que suena como el agua golpeando el fondo de un balde de zinc, el ciudadano oriental regurgita fluidos corporales y lanza alegres escupitajos (los ciudadanos orientales carecen de inhibiciones en este sentido, como todo el mundo sabe).
El que esto escribe, sin embargo, reflexiona.
Como siempre, hay muchas cosas que me vienen a la cabeza. La primera, y a raíz de una anécdota sucedida a lo largo del día, es el poder de este blog. Un poder liliputiense a escala planetaria, pero algo más temible al nivel de una vida corriente, como la mía.
Normalmente mido mucho lo que escribo. Mis lectores se habrán percatado de que nunca cito a nadie por su nombre propio (excepción hecha de mi sobrina Ainara); e incluso cuando hago comentarios elogiosos sobre alguien procuro esconder en lo posible toda la información que yo considero sensible. Aún así, es inevitable que un blog se convierta en un espacio cuya publicidad el interesado (o sea, el escritor) percibe de forma intermitente. Es como cuando uno se para en un semáforo y ve como, en el coche de al lado, un conductor solitario se mete el dedo en la nariz hasta la segunda falange.
La presencia de los lectores de un blog es a veces difícil de percibir y ,por eso, a veces se escribe con la sensación inconsciente de estar haciéndolo para uno mismo. También es inevitable que, incluso en los textos más medidos, se deslicen claves personales que, a veces, lectores que están en el ajo de mi vida y milagros se complacen en seguir.
Aún así, siempre sorprende cuando el amigo con el que me encontré ayer, o mi primo N., hacen referencia a hechos que yo no recuerdo haber contado pero que están sin duda en ese limbo de bytes que es este blog.
Yo me echo las manos a la cabeza, divertido:
-¿Pero también he contado eso? ¡Jesús bendito, qué bocazas soy!
De modo que no es fácil. No es fácil guardar un ten con ten.
La decencia tiene también, cómo no, sus servidumbres.
Por ejemplo: este blog me genera una correspondencia llevadera, que procuro contestar con el tiento que Dios me ha dado y la puntualidad que me permiten mis quehaceres. Sin embargo, en esa correspondencia, algunos lectores me dan informaciones privadas que, para mí son ¡Faltaría más! Secreto de confesión. Ha sucedido a veces que algún lector ha hecho comentarios a alguna entrada como si yo no supiera cosas que, de hecho sé. Me he fastidiado y me he callado. Porque el que el de enfrente no la siga no nos autoriza, en mi opinión, a romper la regla.
Los escaparates apagados de una tienda de ropa me anuncian la proximidad del fin de mi paseo. La noche está fresca, la cerveza que me he tomado me ha sabido a gloria. La conversación ha sido un placer. Las reflexiones subsiguientes han vuelto a poner orden en el mundo.
Estoy hecho polvo.
Mientras meto la llave en la cerradura de la puerta del portal, ya voy maquinando lo que escribiré en Viena Directo al día siguiente.
Mientras meto la llave en la cerradura de la puerta del portal, ya voy maquinando lo que escribiré en Viena Directo al día siguiente.
2 comentarios:
¡Caramba! lo del pavo?!, creo que tienes razón , hay que ser discreto, y sobre todo en lo tocante a terceros. Ya conoces mi blog, yo soy un exibicionista de libro...
Hola, campeón!
No fue lo del pavo exactamente, pero nunca viene mal lo de la discreción...
Un abrazo
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