Foto del parque de Schönbrunn que hice el otro día cuando paseaba con mi sobrina
Alone again

12 de Junio.- El silencio se ha vuelto a apoderar de la casa después de casi cinco días. Mi sobrina ya no está y se ha hecho un melancólico vacío en el transcurrir del tiempo, al que cuestra acostumbrarse. Los gatos caminan de nuevo con la antigua prudencia, buscando por los rincones a la niña cuyo olor detectan, pero cuya juguetona presencia ha desaparecido misteriosamente. Los juguetes que tengo para el caso de que venga algún niño a casa vuelven a reposar en orden en el cajoncillo verde. Mientras escribo, miro de vez en cuando el anillo de plástico que llevo puesto en el dedo meñique de la mano derecha: es naranja, con una flor amarilla, y mi sobrina se lo ha dejado olvidado en la mesita de noche. Pienso.
No hay nada tan evidente y, a la vez, tan misterioso como un niño. Para ellos eres un Dios, sin perder tu frágil humanidad. Te miran, señalan, balbucean como los peregrinos sus plegarias delante de la imagen y tú haces, supongo que como el Dios de las alturas, lo que buenamente puedes. Y, como el Dios allá arriba, te quedas siempre con la duda de haber ajustado solo a medias lo deseado a lo conveniente.
Las necesidades de los niños nos llegan siempre como a través de aquel juego del teléfono que jugábamos de chiquillos, como a través de un medio extrañamente distorsionador o a través de una distancia sideral en la que la casualidad, a veces, juega un papel imprevisto. Aunque supongo que Dios también juega con las casualidades.
Yo no tengo hijos, pero supongo que una de las dificultades que tiene que tener el ser padre debe de ser la de ir perdiendo poco a poco ese halo dorado que nos nimba cuando alguien piensa de nosotros que somos invencibles, omniscientes, que curamos los dolores con un beso o que nuestro es el poder para subvertir la normalidad del Universo.
Pero, al mismo tiempo, es tan hermoso ver crecer a otro ser humano. Como una planta. Presenciar cómo supera la ternura de los primeros meses, ver cómo sus reacciones ganan en belleza, en complejidad. Cómo empieza a distinguir cosas y personas; cómo pasa de las formas a los números, del balbuceo al habla.
En el milagro del crecimiento de un niño está el milagro de la existencia de todos los seres humanos que nos acompañan en el viaje. En el corazón de Ainara late el de todos los niños que han sido y serán; en cada gesto que hacemos devolvemos todo el amor que nos han dado.
La casa está de nuevo silenciosa, yo un poco melancólico. Estos pensamientos, mi consuelo.

7 comentarios:

amelche dijo...

¿Tienes juguetes por si vienen niños a tu casa? ¡Qué precavido!

¿No te estará entrando el "instinto paternal"? Siempre hablan de que a las mujeres el reloj biológico nos tira, que tal y cual... ¿y los padres qué? Porque sin padres no hay niños.

amelche dijo...

Hay un colega bloguero que se ha ido para tu tierra, aunque creo que os pilla un poco lejos: http://swyx.blogia.com/

Está en mis enlaces y tengo su e-mail y móvil, si quieres contactar con él, me dices algo. Sólo lo he visto una vez hace un par de años en Valencia, pero es un tío majo.

Paco Bernal dijo...

Hola!
Sí que tengo un par de cosillas (cochecitos, un par de peluches...) nunca se sabe:-).En cuanto a lo del instinto, a mí es que me gustan mucho los niños. Durante muchos años fui voluntario en un hospital infantil. Aunque de momento...No me veo de padre :-)
El colega bloguero se ha ido al Tirol que está en el otro extremo de Austria. Es verdad que pilla un pelín retiradillo...Saludetes.

JOAKO dijo...

¡Joderr! Para no tener hijos que bien describes el asunto, de acuerdo en todo, pero te aseguro que sentirlo es ya algo para "morirse", aunque lleva aparejada uan responsabilidad que hace que ya nada sea como antes, pero la sensación que está viva al final lo borra todo, por lo menos en los cinco años de mi corta experiencia.

Paco Bernal dijo...

Hola!
No tengo hijos pero he hecho mucho tiempo de "padre sustituto" (trabajé mucho tiempo con chavales) y críos me gustan mucho...Debe de ser fenomenal tener los tuyos propios.
Un abrazo

Jorge dijo...

¡Arriba ese ánimo! Lo bueno de la sensación melancólica es la capacidad de sentirla, ya que lleva aparejado algo tan bonito como es ESA razón que te hace padecerla.

No obstante las despedidas siempre son así. A mi, personalmente, suele producirme malas sensaciones llevar a alguien a una estación. Buf, no me gusta nada.

Un saludo!

Paco Bernal dijo...

Hola Jorge:
A mí me dan mal rollo los aeropuertos. No me gustan. En general, en la vida lo bueno dura poco y cuando se acaba...Ays. Bueno, en fin.Ya estoy más animado, de todas formas.
Un abrazo