Roma, de la HBO. Desde Norte y Sur no encontraba yo algo tan emocionante.

Los suspiros de una plancha

29 de Septiembre.- Queridos lectores: estoy muy contento porque ya han empezado a llegar las primeras fotos para el especial del día tres. Muchísimas gracias, aunque contestaré a todos los correos.
En fin.
Lo mío con la plancha, como mis lectores saben, se parece bastante a lo de los cigarreros cubanos, que pagaban a alguien que les leyera mientras estaban haciendo el monótono trabajo de liar el tabaco. De esta feliz asociación salieron los puros Montecristo, por ejemplo. Los obreros estaban tan agradecidos a Monsieur Dumas por las horas felices que les había hecho pasar su relato de las andanzas de Edmundo Dantés que le escribieron una emocionante carta pidiéndole ponerle a uno de sus puros el apellido del héroe de la novela.
Mi último descubrimiento es una serie de la HBO que se llama Roma, la cual devoro mientras plancho y también cuando dejo de alisar mis camisas. Cuenta la historia del imperio desde los últimos estertores de la República y resulta instructiva, interesante y entretenidísima. O sea: ideal.
El caso es que, con mi manía de asociar cosas que, en principio, no tienen nada que ver, pensaba yo que la política, después de todo, no ha cambiado tanto desde Cátulo para acá. Sigue resolviéndose en lugares pequeños y escondidos, lejos de esa tramoya que llamamos Historia y que, normalmente, se escribe a posteriori.
Los poderosos siguen haciendose fotografías juntos para ponerlas en la mesita del comedor y, de cara a la galería, las cosas se escenifican como si las relaciones entre los países se llevaran con un criterio profesional. También en Roma pasaba que las vidas de miles de personas se decidían por simpatías y antipatías personales. Luego, venían los cronistas (Tito Livio, por ejemplo, que Suetonio parece el Hola) y decían que tal o cual revuelta se había producido por las malas cosechas pero, en realidad, lo de Pompeyo y César, como tantas otras cosas, fue el pleito de dos carneros por ver quién tenía la cornamenta mejor surtida.
O sea, que ni hemos aprendido ni hemos inventado nada nuevo.
Lo mismo con los impuestos.
Es una ley infalible de la Historia que, cuando un gobierno perdía la imaginación, la baraka o, simplemente, empezaba a boquear, subía los impuestos.
Esto cabreaba a los paganos (generalmente, los pobres, los que no se pueden defender ni evadir sus nóminas a paraísos fiscales como Austria, por ejemplo). Si la cosa era muy extrema, los paganos acudían al castillo armados con horcas, teas y diversos instrumentos cortantes y, si el gobernante no tenía labia suficiente, se liquidaba el tema, se pinchaba su triste testa en una pica y a otra cosa –por suerte, la modernidad ha traido otros métodos menos expeditivos de retirar gobernantes inservibles-.
Cuando un gobierno lo hace mal (y hay muchas maneras de hacerlo mal y muchos son los pecados que se pagan tirando del erario) sube los impuestos. Luego, como con los desconchones de una pared o los bollos de un coche o las malas notas del colegio, hay que vender la burra lo mejor que se puede. Se les dice a los paganos que el profe les tiene manía (póngase en el lugar del profe cualquier malvado ad hoc). Tanto da. Los ordeñados hacemos como que nos lo creemos porque, entre otras cosas, no tenemos otra .
Lo que no ha cambiado tanto desde Roma a la Unión Europea del año 2009 es que las subidas de impuestos son pan para hoy y hambre para mañana. A corto plazo, le dan algo de alegría al famélico capítulo de los ingresos pero, a medio y largo, erosionan la economía porque desincentivan de manera perniciosa que la gente compre cosas. Es la ley de la oferta y la demanda en estado puro. De la primera clase de microeconomía de la Universidad sabemos que, cuando sube el precio de un bien (y los impuestos repercuten siempre en el precio) baja la demanda de ese bien. Si baja la demanda, baja la producción, se necesitan menos trabajadores, se produce más paro y, para asegurar los subsidios tiene uno que volver a subir los impuestos. Con lo cual la cosa se convierte en un círculo vicioso del que es complicado salir.
Es lo que uno aprende mientras plancha viendo la televisión.










2 comentarios:

JOAKO dijo...

Me encantó esa serie, me pareció muy realista, dentro de lo dramatico de una serie, me gustó mucho la relación entre ,los dos amigos, y como sirven el conglomerado de relaciones entre Patricios, plebeyos, tropa, generales,esclavos, estranjeros, enemigos...
Pan y circo...nada ha cambiado.

Paco Bernal dijo...

Hola! Yo estoy enganchadísimo. Es buenísima ¿La han puesto en España? ¿Quién? ¿De pago o gratis? Porque es fenomenal...Un abrazo