Foto del Cabo de Gata tomada por Armando Aguilera y extraida de www.fotonatura.org
Semillas
6 de Marzo.- Ayer, después de dos semanas de agravamiento continuo de su estado, falleció el padre de mi madre.
Naturalmente, me puse en camino para reunirme con mi familia. Sin embargo, y aunque estoy triste porque mi abuelo se ha marchado, en este momento siento mucha paz porque sé que ha tenido el final que a él le hubiera gustado. Rodeado de los suyos, tranquilo, por su paso.
Mi abuelo fue una persona especial. Una figura de autoridad en el mejor sentido del término. Una energía cálida, que casi se podía tocar, manaba de él de una manera que gran parte de la muchedumbre que hoy ha acudido a su entierro pudo sentir en algún momento y que se manifestaba generalmente en una voluntad incansable de ayudar al prójimo.
Mi abuelo fue una persona que dominaba sus silencios, que siempre pensaba mucho antes de dar un consejo y que poseía de manera indudable el talento de la respuesta lateral. También era una persona dotada de una sensibilidad muy acusada, que le permitía ver de forma fehaciente lo que está oculto para la mayoría de nosotros.
Durante estas horas, mientras veía como, alrededor de la muerte, la vida se afana en un ir y venir a veces difícilmente distinguible, me acordaba de la letra de palo de mi abuelo. Una letra pulquérrima, clarísima, cuidadosa, que fue el modelo inalcanzable de las mías primeras. Me acordaba de su capacidad de observación, que le hizo tan buen dibujante durante toda su vida, y que seguramente le fue muy útil en su trabajo de corrector en una imprenta militar. También me he dado cuenta, con la súbita clarividencia que dan las horas de duelo, de que quizá mi abuelo fue un hombre de una gran fantasía soterrada que, por las duras condiciones en que le tocó vivir durante la mayor parte de su vida, no tuvo lugar para expresarse.
De entre las muchísimas historias de las que mi abuelo fue protagonista (y que algunos amigos conocen, pero que también escribiré en este blog alguna vez) no se me iba de la cabeza una anécdota casi menor, que revela hasta qué punto aquel hombre hizo durante su vida ímprobos esfuerzos por dar a su exuberante y minuciosa imaginación un cauce socialmente aceptable.
Hace algunos años, durante una de mis rápidas visitas periódicas a Madrid, mi abuelo estaba ordenando sus papeles y sacó un cuaderno de tapa dura, parecido a un libro de actas. En un descuido suyo, lo cogí disimuladamente del montón y lo abrí por una página al azar. Inmediatamente reconocí su caligrafía y lo que parecía ser un parte escrito en el puesto perdido de la costa sur de España en el que fue guardia civil.
El texto estaba fechado a principios de los sesenta del siglo veinte y, con un frío apasionamiento, relataba la detención de un infeliz que, en la soledad de su apartada choza, era sorprendido practicando alguna de las modalidades del amor que las leyes de aquella época condenaban de manera taxativa. Las páginas siguientes convertían aquel punto de la costa, alejadísimo de cualquier lugar civilizado y hoy parque natural, en una especie de paraíso de lo extraño en el que todo lo descomunal tenía su acomodo.
Los partes, fechados a veces con pocos días de diferencia, relataban las detenciones de nigromantes, contrabandistas, amantes de las bestias e, incluso, el conmovedor caso de un solitario que asaltaba a las mujeres en los cruces de caminos y que parecía poseer una admirable capacidad de razonamiento. Inmediatamente, le pregunté a mi abuelo si todos aquellos casos eran ciertos y mi abuelo me explicó lo mucho que se había divertido inventándolos junto con otro número de la Guardia Civil, compañero suyo, a iniciativa de un mando que quería evitarles el largo aburrimiento de las vacías imaginarias bajo unas estrellas que sólo cobijaban la oscuridad del campo.
Al saber que aquellos textos eran rigurosamente imaginarios leí unos pocos más y siempre descubrí, bajo el ejercicio militar, una íntima comprensión por el distinto y un amor por los detalles que hubieran hecho de mi abuelo un narrador más que competente.
Me gusta pensar que este amor mío por contar historias y este minucioso gusto por los libros que compartimos viene de él.
Las personas seguimos siempre vivas en las semillas que dejamos en los otros y que a veces testimonian la capacidad de lo vital de adaptarse, crecer y cambiar.
6 comentarios:
Indudablemente, tú, has heredado muchas cosas de tu abuelo, pero solo los que le conociamos, sabiamos que lo más destacable era su sentido del humor.Algo que caracteriza a las personas más inteligentes y que en los momentos más dificiles nos los hace siempre mucho más llevaderos.Te queremos mucho y por favor nunca pierdas ese "dón" del que Dios te dotado.Muchos besos.Buitrago
Hola:
Yo creo que el sentido del humor lo hemos heredado todos. Y creo que es nuestro mejor patrimonio familiar. Ya sabeis que yo también os quiero mucho y me encanta cuando nos reimos juntos.
Muchos besos
Te acompaño en el sentimiento. Un abrazo.
Paco, te acompaño en el sentimiento por tu perdida. No sé si recuerdas que en nuestro encuentro en Viena me hablaste de él, recordaba perfectamente su profesión.
Un abrazo.
Lo que más hecho de menos es el sentido del humor pero, gracias a este blog me has hecho recordar el don general que tenía para las artes. Y la letra, increíblemente perfecta ...
Nos vamos a acordar mucho de él.
Besos
Hola a todos!
Gracias por vuestros comentarios y perdón por no haber contestado antes.
A Amelche: muchísimas gracias. Un abrazo para ti también.
A Pablo: es cierto que, en el parque del ayuntamiento estuvimos hablando de las Artes Gráficas. Madre mía. Muchísimas gracias por las condolencias. Un abrazo.
A mi hermano: es que era una persona muy meticulosa. Lo tenía todo ordenadito ordenadito. La cartera suya era una alegría verla. Todo clasificado.
Un abrazo, nene
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