11 de Marzo.- Esta vez, el trámite de llegar al aeropuerto ha sido h sido muy tranquilo. Un asmático autobús nos ha puesto a mi madre y a mí, en escasos veinte minutos, en la populosa T-4 de Barajas. Hemos tenido tiempo de hacer, en vivo y en directo, lo que normalmente hacemos por teléfono. Esto es: charlar mucho a propósito de los incidentes de estos últimos días, que no han sido pocos.
Como hemos llegado con casi tres horas -¡Hala, exageraos! Grita el coro- hemos tenido hasta nuestro momento cafelete, en uno de los establecimientos del aeropuerto. Un local decorado con esa especie de lujo sin clase que se ha puesto de moda en España en los últimos años (aquí, abrimos paréntesis: los italianos rozan siempre la vulgaridad en su lujo; pero nosotros aún no hemos aprendido a incorporar alma, personalidad, a según qué cosas).
El local en cuestión se trataba en fin de una cafetería opulenta pero con vocación industrial. La atendían dos camareros, chico y chica. Él debía de ser el encargado, porque en el comportamiento de ella se notaba una clara actitud subordinada.
Mientras yo estaba esperando –mucho, añado- a que me atendiesen, se ha acercado un caballero yanqui de la edad de Alonso Quijano, el cual ha pedido un bocata y un limón. A pesar de que el señor hablaba un español que muchos ya quisieran, ha sido inevitable que le surgieran algunas questions que la muchacha, dada su ignorancia de la lengua de Mickey Mouse, no ha sabido contestarle. Así que uno, que nació servicial pero que desde que vive por esos mundos se ha hecho más, largo y activo (o sea, ni corto ni perezoso) se ha lanzado a traducir para alivio de todos.
Ido el caballero, ha llegado una pareja que, cuando ha conseguido atraer la atención de la camarera, ha hecho señas con las manos y ha dicho: No español. La muchacha ha puesto cara de “Gensanta, vaya cruz de día que llevamos hoy” y ha preguntado:
-Nada? –azorada respuesta gestual de la pareja- pero, cero?
“Patatero”, he pensado yo. Y me he vuelto a lanzar:
-Hola, mei ai transleti samcing for yú?
Y la señora, aliviada:
-Zenk iú.
Y yo:
-Francés, a que yes?
Y ella:
-Uí, uí.
Así que nada, le hemos estado explicando verdades tan incontrovertibles como que la tortilla de patatas no representaba ninguna ocasión de pecado para ella –era musulmana, la mujer, no la tortilla- porque al conocido estandarte de la cocina española le es ajena la carne de gorrinete; también se ha interesado la señora por la rica empanada de bonito y por una artística ensalada de marisquete que había expuesta.
Cuando la francesa ha marchado con su marido tras pagar las provisiones, la camarera me ha servido a mí y, al cobrarme, me ha preguntado:
-Qué, ha hecho usted el día, eh?
La mujer.
3 comentarios:
Tendría que habértelo dado gratis, después de tus desvelos como traductor. :-)
Hola:
Pues tienes toda la razón. Me podía haber invitao! :-)
Desde luego, hay que ver. Invitarte era lo mínimo que podía haber hecho
¡Yo te sacaba ración doble! :D
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