Las flechas indican el lugar de la bonita plaza muniquesa en las cercanías del Filmuseum en donde se desarrolla este post
22 de Marzo.- Vivir en un país que no es el tuyo, empezar a poder expresarte en su lengua, es como si a tu casa, de pronto, pudieras añadirle habitaciones. Con la ventaja de que tú tienes espacios en el alma que los otros no tienen y estos espacios, cuando los enseñas, dan mucho juego.
Explico un poco lo que quiero decir.
Di que estábamos el sábado por la mañana tomándonos un café en una terracita de Munich; éramos, como ya saben mis lectores, tres españoles mas una nutrida representación de aborígenes austriacos. Los aborígenes, en su mayoría veinteañeros, se sorprendieron mucho cuando les explicamos que hay conceptos alemanes que no tienen una trasposición exacta al español y viceversa. Por ejemplo, gemütlich. Para los que vivimos aquí, la palabra en cuestión, una vez la aprendes, tiene un signficado transparente pero muy poco traducible si no es con rodeos, porque gemütlich remite más a una sensación que a un concepto. Gemütlich es para mí un domingo por la tarde, delante de una peli antigua, tapadito con una manta, con Sofía sobre mi regazo. O una de esas casas en las que, nada más entras, te apetece quedarte porque son agradables, acogedoras. Simplemente, gemütlich.
Los españoles tampoco tenemos heimat. O sea, que tenemos, pero sólo una parte. Lo más parecido en español que yo he visto al concepto alemán de heimat es el amor que un primo mío tiene por el pueblo de su madre. El cariño con el que habla de sus casas, de sus tapias, de las fiestas de la patrona (the virgin of the fountain),de sus charletas con el cura párroco...En el concepto Heimat estaría incluido ese cariño por la tierra, por las gentes. Un cariño, por cierto, que yo estoy empezando a sentir por Viena y que se convierte en añoranza cuando estoy en España; porque la traducción literal de Heimat sería patria pero sin la alharaca épico festiva de los militares arengando a las tropas (para eso está Vaterland).
Ahora que me fijo heimat está emparentada con Heim (hogar) así que debe de ser una cosa parecida.
A cambio, los austriacos no tienen muchos conceptos que se refieren a nuestro pasado musulmán. Como la creencia en el mal de ojo. La muchachada austriaca se reía de que, cuando nosotros éramos niños, llevábamos siempre una medalla de la Virgen del Carmen o, más modernamente, una cruz de Caravaca, que son remedios infalibles contra el perverso influjo de la mirada de las mujeres envidiosas (en esto del mal de ojo, ahora que me fijo, hay un curioso matiz misógino).
Los austriacos, y en eso se benefician, tampoco tienen gafes. Hasta donde yo sé, existe el concepto, pero en estado muy embrionario y no es, en modo alguno, tan de uso común como en España. Tocando siempre madera (un gesto que a los aborígenes les hace siempre mucha gracia) yo mencioné el caso de un cantante al que no se puede ni nombrar (hay que hacerlo siempre con las iniciales) o el caso de cierto presidente argentino, ya fallecido, que tenía prohibido acudir a los partidos de la selección –aquellos tiempos de Maradona y la mano de Dios- porque era aparecer en el palco del estadio y empezar a torcerse la suerte futbolística de la selección blanquiazul.
Tanto el mal de ojo (böseblick creo que se llama en alemán) pero más aún el gafe, remiten a la creencia árabe de esa fuerza vital que se llama baraka (un concepto, por cierto, que puso de moda en España, durante los años veinte, Francisco Franco, durante su carrera de militar africanista). De la Baraka sale, por ejemplo, el angel andaluz. Se dice que una persona tiene mal o buen angel dependiendo de las vibraciones que te transmita.
También son de procedencia musulmana todos los rituales españoles que tienen que ver con el pan y que yo he heredado porque, sobre todo, persisten en el sur, de donde es mi familia materna. Alguno también se practica en la Austria rural como el de hacer una cruz con el cuchillo sobre la hogaza de pan antes de partirlo (esto en mi casa no lo hacíamos porque comíamos pistolas de pan, pero yo lo he visto hacer). Ellos, sin embargo, no recogen el pan del suelo cuando se caen y lo besan. A mi hermano y a mí, niños, siempre nos sorprendía mucho esta costumbre y preguntábamos por qué había que besar el pan. Mi madre decía siempre:
-Porque el pan es de Dios.
Que era una manera de decir que el pan es una cosa viva y con alma.
3 comentarios:
Hola Paco,
por lo visto somos almas gemelas - yo también siempre toco madera ;-)
Además conozco la creencia en el mal de ojo (tienes razón: en alemán se llama "der böse Blick").
Porque crees que el orígen de estas cosas es de los musulmanes? Hasta ahora pensaba que es la herencia del tiempo pagano.
Hola Sabine!
Gracias por tu comentario.
No sabía que los austriacos tocaseis madera también.
Yo leí en el libro del etnólogo inglés Gerald Brennan "Al sur de Granada" (buenísimo, por cierto) que las tradiciones relacionadas con el pan tenían un fondo animista relacionado con la religión musulmana. Aunque también es verdad que por ejemplo el mal de ojo es algo que se conoce desde la antigüedad.
Saludos
Yo, lo del mal de ojo y el gafe... no me lo creo mucho. En la baraka sí que creo, porque está ahí, no es cuestión de creer o no. Hay quien tiene baraka y quien no la tiene.
Alguna vez que he entrado a un templo (de cualquier confesión) me he sentido... en paz. En cambio otros me han hecho sentir incómodo y nervioso. Eso es tener baraka o no tenerla. No sólo la tienen las personas, también los lugares.
Mi madre hacía la cruz sobre las hogazas. Curioso, no lo había recordado hasta ahora.
Saludos.
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