Cobardes y pecadores (y si no fuera porque igual es irrespetuoso, diría que "de la pradera")

Un artista se ha colgado hoy en el Stephansdom para protestar contra los casos de malos tratos surgidos en el seno de la Iglesia (foto:www.kurier.at)

2 de Abril.- La multitudinaria misa del miércoles, en la catedral de San Esteban, fue el marco elegido por su eminencia, el cardenal Schönborn, para tener el coraje que no ha tenido, hasta ahora, su jefe, el papa Benedicto XVI. El cardenal, que es hombre al que se admira en este blog por su sentido común, se refirió en su homilía a los más de quinientos casos de abusos cometidos por miembros de la Iglesia Católica austriaca en los últimos años. Crímenes, porque las víctimas fueron sobre todo niños. Los abusos se han producido a todos los niveles del escalafón eclesial, llegando a afectar a instituciones tan inseparablemente identificadas con el alma austriaca como los niños cantores de Viena.

En contra de lo que los medios españoles han dado por supuesto, los abusos no han sido sexuales en todos los casos. Entre los denunciados ante la oficina creada ex profeso para recoger los testimonios de las víctimas, hay un alto porcentaje de denuncias por malos tratos. Algunos, que aterrorizan tanto como consternan, como los que se produjeron presuntamente a primeros en los ochenta en un asilo de niños discapacitados situado en las cercanías de Linz.

El cardenal Schönborn ha hecho lo que cualquier cristiano decente está obligado a hacer: una declaración pública pidiendo disculpas en la que confiesa que la Iglesia pecó tanto como los que delinquieron, ya que conoció los abusos pero los ocultó. El papa Benedicto XVI, que también supo de los hechos no ha sido hasta ahora capaz de reconocer públicamente la parte de culpa que le toca poniendo en muy grave riesgo, en mi opinión, la credibilidad de toda la institución.

En Austria, las últimas semanas han sido muy movidas. Al constante goteo de casos (la mayoría prescritos legalmente, por haber sucedido antes de 1993) se ha sumado el nombramiento de una intermediaria que, en opinión de la Iglesia, es neutral; pero a la que las víctimas, agrupadas en el movimiento reformista “Somos Iglesia”, no perciben como tan alejada de la jerarquía. Se trata de la señora Waltraud Klasnic, política democristiana, que ayer se reunió con el cardenal para intentar mediar entre las víctimas y el stablishment eclesiástico.

Los sucesos recientes son comparables en importancia y calado al terremoto que sacudió la casa real británica cuando Lady Diana de Gales murió en París en accidente de coche junto a su novio de entonces, Mohamed Al Fayed.

Los Windsor, encabezados por la reina Elisabeth, no consideraron necesario hacer ninguna manifestación pública ni alterar su rutina vacacional veraniega, hasta que la marea del descontento popular les obligó a realizar muy a regañadientes una serie de gestos históricos.

La actitud del cardenal Schönborn sin embargo es muy sintomática. Como hombre inteligente que es –y, sospecho, conocedor del arte de las relaciones públicas y del ser humano- sabe que, en el momento actual, en el que los fieles abandonan la Iglesia católica en una sangría que parece irrestañable, sólo una manifestación pública de arrepentimiento puede, si no devolver al redil a los perdidos, sí evitar que haya nuevas bajas.

Las apostasías de fieles –en Austria un trámite la mar de fácil, basta con acercarse por la oficina de empadronamiento y darse de baja como católico- han subido un treinta por ciento en un año. El número de personas que se declaran católicas ha bajado de un ochenta y siete por ciento a mediados del siglo pasado, a un sesenta y tantos en la actualidad. La Iglesia está preocupada y con razón, aunque solo sea porque la pérdida de un millón de fieles es un daño nada despreciable a sus arcas, dado que aquí la Iglesia se financia mediante un impuesto que pagamos todos los que nos declaramos católicos y que guarda relación con nuestros ingresos.

Los hechos son gravísimos, y no es nada tranquilizador que el papa Benedicto XVI, conocedor de muchos de ellos, aún no se haya pronunciado públicamente al respecto. Como católico, me sentiría orgulloso si él, que puede y debe, diera un paso al frente e iniciara las reformas necesarias para que hechos tan execrables no volvieran a repetirse. Para que la Iglesia se transforme en una institución transparente, en la que nadie pueda pensar que goza de manga ancha y amparo para hacer lo que quiera.

El papa tiene una oportunidad histórica. Esperemos que la use.

2 comentarios:

Dux Alterlaae dijo...

Amén. Esperemos que don Ratzinger se eche palante y haga una verdadera demostración pública, porque si no, no sé a dónde nos va a llevar esto... Un abrazo

Paco Bernal dijo...

Ihre Hochheit der Graf, no creo que haga esa demostración pública. No tiene pinta de ser muy echao palante. Como siempre, intentaremos poner tiritas para reparar el embalse roto. Yo soy pesimista con esto.

Un abrazo, campeón