El amor es un potro desbocado

Don Luis Escobar Kirkpatrick, cuarto Marqués de Las Marismas del Guadalquivir, en una imagen de su juventud

9 de Junio.- Querida sobrina: una de las ventajas que tiene tener un blog es que uno pone los títulos que quiere. O sea, títulos que le hubiera gustado que fueran suyos (a veces, en contra de la opinión de gente a la que tiene en mucha estima: por ejemplo, sé que a mi primo N. no le gusta nada el título de este post).

En fin. Este título hoy pertenece a una obra de teatro de Luis Escobar marqués, si no me equivoco, de Las Marismas del Guadalquivir –que a mí, por otra parte, cuando sea mayor, me encantaría disfrutar de un marquesado tan eufónico, como de nombre de grupo rociero -.

Sigo, que me pierdo: Don Luis Escobar. Un hombre inteligentísimo, y con un gran sentido del humor, del que se estuvieron burlando hasta el día de su solitaria muerte muerte todos los humoristas zafios de aquella España de mi infancia. Se reían de él por su prognatismo, por su augusta fealdad y, para qué negarlo, por el dandismo calavera que se gastaba el buen hombre (una audacia, sobre todo si se considera que Luis Escobar tuvo la misma distinción en los años cuarenta del siglo pasado, momento en que se esforzó por sacar al teatro nacional de los Álvarez Quintero, de Juanita Reina y, lo que es peor, del férreo control de la madre de Juanita Reina).

Volviendo al asunto de los títulos, también me gustaría poder hacer algún día un post que se llamase “El landó de seis caballos” (que también me parece un título chachi, lleno de ecos sugerentes, también equino a su manera) pero dudo mucho que monte algún día en un coche de caballos con tan espléndido tiro y también, a qué negarlo, a la manía tituladora hay que ponerle un freno porque si no (ya lo he dicho alguna vez) termina uno convertido en productor de películas porno, buitre de oropeles ajenos.

Entrando en materia: pensaba yo estos días, Ainara, que lo mismo que la educación que recibimos nos salva del abismo, también nos programa de una manera irremisible. Y que, llegados a según qué puntos de nuestra vida, actuamos más que como nos pide el cuerpo, como se supone que deberíamos actuar. Lo recibido, a veces, Ainara, es una red en la que nos debatimos.

No sé si me explico.

Por ejemplo: en algunos momentos de mi vida me hubiera gustado poder ser malo. O sea, tener la capacidad de hacer mal a conciencia y con absoluta frialdad. Y la malicia de poder hacerlo sin sentirme fatal después, como les pasa a otras personas por las que, por desgracia, me he topado. Me hubiera gustado poder mentir, por ejemplo, sin tener luego inútiles remordimientos. O poder decirle a las personas cuatro verdades sin tener que estar luego mordisqueando el duro hueso de la mala conciencia. Todo esto me es tan imposible como correr los cien metros lisos en un tiempo meteórico. Y no dudo que es porque, a veces con el mero ejemplo y a veces mediante explícitas admoniciones, las personas que me educaron me incapacitaron para ello. Qué se va a hacer. Hay gente que tiene problemas peores y tiene que aguantarse.

Y no sólo vivimos condicionados por nuestra educación, sino por el poder pérfido de nuestra propia imaginación.

Y así, Ainara, tardé bastante tiempo en comprender que enamorarse puede ser un juego peligroso. O, mejor: tardé bastante tiempo en comprender que enamorarse como yo me enamoraba hace años puede llegar a ser un juego bastante peligroso. Porque yo no concebía querer a alguien sin ponerme en manos de la otra persona. Porque me imaginaba que tenía que ser así. Aún hoy, creo que en el amor es indispensable en cierta medida que tu egoísmo se suicide. Si no, no es amor. Amar a alguien tiene que ser el deseo de disolverse en el otro, que te importe más su bienestar que el tuyo propio, más su existencia misma que la tuya. Así me había yo imaginado que era amar a alguien. Y claro, lo malo que tienen los potros desbocados es que terminan teniendo accidentes debido a su desbocamiento. O sea, que muerden el polvo. Como tu tío lo mordió, supongo que como todo el mundo lo muerde más tarde o más temprano. Y a ese proceso lo llamamos, resignadamente, aprendizaje. O experiencia.

En fin: hasta dónde puede llevar un titulo.

Besos

2 comentarios:

amelche dijo...

A mí también me gustaría a veces ser mala y poder mentir. Creo que me salvaría o, al menos, me ayudaría a defenderme de algunas maldades con las que me ataca gente que sí tiene muy mala leche a propósito y su conciencia no se lo impide. Lo dije ya una vez aquí.

Chus dijo...

Entrañable y cargado de razón esta entrada.

El amor es así, es buscar la felicidad del otro, pero a veces, "el otro" no piensa lo mismo.

Un abrazo