28 de Junio.- La gente normal tiene médico de cabecera (de familia, se llaman desde hace años) yo, tengo odontólogo. Es una cosa que hay que llevar con resignación cristiana. Otra no queda.
Por suerte, tanto en Austria como en España, me he topado con unas dentistas buenísimas (curiosamente, siempre señoras) y, como yo asocio la visita al dentista con el cese del dolor, soy afortunado de no tenerle miedo a estas profesionales de la sanidad.
Además, una vez que uno consigue relajarse, no hay lugar más cómodo que el sillón de un dentista. Ya sé que esto puede sonar masoquista pero, para mí, no hay existe un sitio mejor para pensar.
Mientras la doctora B., mi dentista actual, charlaba con su ayudante puntuando la conversación con su risa cantarina yo, la boca abierta hasta el límite de lo razonable y un incipiente dolor de quijada, iba rememorando los incidentes de mi viaje hasta la consulta y, por qué no, los del fin de semana.
Con la vista fija en un fluorescente algo parpadeante me he dado cuenta de que, antes, podía leer en el metro y en el autobús sin problemas. Pero ahora basta con que haya una conversación cerca de mí para que me cueste mucho hacerlo o, directamente, no pueda.
Descubrir esto, por otra parte, me ha gustado.
(“Abra usted la boca un poco más, que ya casi estamos terminando”).
Digo que me ha gustado porque significa que entiendo las conversaciones de la gente que habla a mi alrededor en los transportes públicos y eso quiere decir que mi alemán mejora lentamente.
Hoy, por ejemplo, le hubiera estampado el libro en la cara –“Austerlitz” de John Sebald, una novela cojonud...Digo, fenomenal, por cierto- a dos señoras que iban conmigo en el autobús cloqueando como dos gallinas satisfechas sus “Na Kloa” und “Na Guat” (“Claro” y “Bueno” respectivamente, en lengua vernácula, rama ala dura del dialecto vienés).
Y, por qué no, también hubiera necesitado cirugía de belfos otra que iba gritando por el andén del metro como si la estuviesen matando, mientras arrastraba una maletita con ruedas –iba peleándose con alguien por teléfono-.
Algunas mañanas –los lunes, sobre todo- este mundo tiene el problema de que tenemos que compartirlo con otra gente. Lo dicho: resignación cristiana.
Mientras la doctora, concentrada en ser precisa, me taladraba algún punto del sótano de mi mandíbula inferior, también me he acordado de F., un amigo con el que he estado este fin de semana.
F., alemán de nación con la mitad de sus genes procedentes de la bella Francia, se dedica a un menester técnico cuyos pormenores exactos me son absolutamente desconocidos y, por lo tanto, totalmente fascinantes. El sábado, entre caña y caña, yo le preguntaba a F., como a veces también hago con mi hermano, por las cosas que sabe hacer para mejorar la vida ajena y me sentía pequeño de nuevo, y pensaba en todas las cosas que ignoro y en el poco tiempo que da para aprenderlas en esta ajetreada vida que llevamos.
(“Un poco más, un poco más ¿Duele? Si le duele, levante la mano y paro”).
Y, pensando en esta sensación (agradable porque significa que uno tiene aún mucho espacio para crecer) me he acordado de mi prima Y.
Cuando éramos pequeños, mi prima Y., ya lo tengo dicho, dibujaba muy bien. Y a mí me resultaba milagroso –sencillamente porque yo era incapaz de hacerlo- el hecho de que ella pudiese materializar en el dibujo mis sugerencias.
(“Ya hemos terminado. Puede usted enjuagarse").
3 comentarios:
Genial!!!
Te superas cada dia.
Besos
¡Muy bueno! (Yo también tengo uno de esos "sillones de pensar": los, al menos dos, trayectos en metro que hago cada día. ¡Es todo un placer!!!)
¡Un abrazo!
Guapo que sitios te buscas para pensar jajajjaja.
Yo pienso en la cama aunque poco porque me duermo enseguida.
Un beso
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