Blanco y negro



28 de Julio.- Querida Ainara: hoy, el Parlamento catalán ha prohibido que, a partir del 1 de Enero de 2012, se celebren corridas de toros en el territorio de la comunidad autónoma.



De manera muy típicamente española, la decisión ha sido recibida con berridos por uno y otro bando. Berridos jubilosos por parte de los que deseaban la prohibición, berridos tristes (y rencorosos, me temo) por parte de los que querían que la llamada “Fiesta Nacional” continuase la lenta agonía que la hubiera llevado a la extinción por sí misma en un par de décadas –como máximo-.



Nunca he sido partidario de los toros; raras veces he podido apreciar la belleza que se supone que entrañan; pero, si te tengo que ser sincero, tampoco me resultan especialmente simpáticos los partidarios de la prohibición a quienes, muchas veces, me cuesta distinguir de sus antagonistas. No me gustan sus alegatos, las más de las veces histéricos, porque no me los creo. Porque me cuesta pensar que se pueda llevar hasta las últimas consecuencias un punto de vista tan radical. Y, si lleva hasta el fondo, el resultado es un estilo de vida tan artificial como el que se quiere combatir.



Por otra parte, conozco un par de vegetarianos que no puede evitar mirar con condescendencia (con penilla, incluso) a aquellos de nosotros que no le hacemos ascos a un buen filete pero que, aparentemente sin advertir la contradicción, compran lujosos pares de zapatos de cuero o gastan hermosos bolsos o carteras. No deben de preguntarse por la procedencia de esos adornos que les hace tan felices.



Tampoco te oculto que, mi otro yo (ese que busca siempre contra argumentos y me ayuda a mantenerme en precario equilibrio) me dice que, la mayoría de las veces, los avances históricos que hoy nos parecen naturales los han logrado personas tan radicales y tan histéricas como estos protectores de animales que se manchan con sangre de mentirijillas frente a las plazas de toros. Si uno mira las fotos de las sufragistas de principios del siglo pasado, o de las feministas que quemaban sus sujetadores en los sesenta, no puede dejar de pensar que, por muy justos que fueran sus postulados, estaban como una cabra.



Los protaurinos tampoco me merecen una opinión mejor aunque, a partir de hoy, tengo que confesarte que siento una debilidad algo culpable hacia ellos; porque, por muy reaccionarios que me puedan parecer algunos de sus especímenes –siempre asociados al purazo y al tripón- no puedo evitar pensar que, aunque imperfectos, son los guardianes de una tradición que nos conecta con el mundo antiguo, con lo que la humanidad fue no hace tanto. Y creo que ellos asumen una verdad que, aunque desagradable, es parte de la vida: la muerte es parte de nuestra existencia y la supervivencia de cada ser humano, tuya, mía, es inseparable de la muerte de otros seres. Es imposible reescribir ese capítulo de nuestra vida. Somos animales, Ainara, mal que nos pese; y nos alimentamos de otras formas de vida.



Se podría objetar también muy justamente que quienes matan toros no lo hacen para comérselos (o no principalmente) pero entonces, por qué no prohibir entonces, con más razón, los mataderos industriales en los que las bestias sufren hasta llegar a nuestra mesa.



Si los toros desapareciesen definitivamente, por otra parte, también desaparecería una parte nada despreciable del bosque cultural que nos cobija. Sería como cambiar la ortografía ¿Quién sabría lo que quiso decir Federico García Lorca con su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”? ¿ Cómo se diría que, cuando “cuando el jefe entró enfadadado como un Mihura, Juan lo estaba esperando “a puerta gayola””? ¿Quién cantaría con conocimiento de causa “Francisco Alegre, corazón mío, tiende su capa sobre la arena del redondel”?



Todo esto se convertiría en material cultural indescifrable, para el que se necesitaría una preparación cultural comparable a la que hace falta para leer el Cantar del Mío Cid.



A los llamados animalistas, que hoy lanzan berridos triunfales, parece no importarles; los protaurinos, dudo que piensen en estas cosas mientras lloran por el reino perdido.



Pero entre los berridos de unos y otros, yo creo que las cosas no están tan claras.



Esa es la desgracia del ser humano, Ainara: nunca lo están.



Besos de tu tío

4 comentarios:

RBD dijo...

Hola Paco:

Qué buena reflexión la tuya en una marejada más bien optimista entre mi círculo de amigos, por la prohibición en Cataluña, que se viene pidiendo también para México desde hace algún tiempo. Yo también tengo serias complicaciones para fijar una postura en el tema (opinionated que es uno) porque encuentro razones (y despropósitos) en ambos bandos. Creo que lo que más lamentaría de la desaparición de la actividad taurina, es lo que dices de la pérdida lingüística que significaría. En Sonora esa tradición no existe, sólo la del rodeo o jaripeo, que no termina casi nunca en sangre, sino más bien en esguinces, y una sola vez fui a la plaza de toros de la ciudad de México, que es una belleza de edificio. El espectáculo no me molestó, pero tampoco me hice fan.

Saludos afectuosos,

Rafa

m. dijo...

Bueno, por alusiones: soy vegetariana y no llevo pieles (y, por supuesto, el calzado que llevo siempre es "el del rombo"; el otro ni lo compro). No tendría mucho sentido que no me los comiera pero los llevara encima.

Es triste que se tenga que hacer una ley ex profeso para prohibir que se maltrate a un animal. No sé, es como si tuvieran que hacer una ley que prohibiera, de forma específica, darle una paliza al vecino que te lleva la contraria en las reuniones de la comunidad.

A mí me parece vergonzoso ver, como vi hace un par de semanas, que en el programa de la fiesta mayor de un pueblo se anuncia, como si nada, que se apedreará a un gallo a las 5 de la tarde y que a continuación habrá juegos infantiles. Lo triste no es que esté permitido, es que nos parezca normal y lo aplaudamos.

En fin, yo me quedo con las palabras de una paisana tuya refiriéndose a esta noticia: "Ein Schritt in die richtige Richtung. Nicht mehr und nicht weniger".

Paco Bernal dijo...

Hola a los dos y gracias por vuestros comentarios en esta materia tan espinosa:

A Rafa: la tuya es exactamente mi postura. Además, los fanatismos, sean del bando que sean, me molestan profundamente (aparte de parecerme una falta completa de educación). Lamentablemente, me temo que no se pueda juzgar esto con objetividad, dada la conocida visceralidad de nuestros paisanos.

Por cierto, muy interesante todo lo que escribiste a propósito de Los detectives Salvajes. Yo es una novela que no pude terminar pero que, hasta donde leí, me gustó moderadamente.

Abrazos

A m.Por supuesto, respeto muchísimo tu postura, pero no la comparto. Creo además que ser vegetariano puro no es sano y que el cuerpo humano está pensado específicamente para una dieta omnívora.

En cualquier caso, el esfuerzo de voluntad que constituye el vegetarianismo (particularmente en Celtiberia) me admira mucho.

Saludos,

Paco

amelche dijo...

Me parto con esta frase: "En el territorio de la comunidad autónoma". Que ellos llaman "nación", por cierto.

En cuanto a los toros, me pasa como a ti: nunca he ido a una corrida de toros, ni la he visto en la tele, ni me ha interesado. Pero, no sé por qué, me caen mal los partidarios de la prohibición. Supongo que porque los veo más radicales que los otros.