Los otros




14 de Julio.- Querida Ainara: hoy, día de la fiesta nacional francesa, quisiera hablarte de una situación a la que te verás enfrentada muchas veces a lo largo de tu vida. Creo que si alguien, en algún momento, me hubiera dado algunas directrices sencillas, me hubiera ahorrado muchos sudores (en este caso, literalmente) y muchos malos ratos innecesarios.


Todos, Ainara, tenemos que enfrentarnos a desconocidos. Trabar relación con gente a la que no se ha visto antes, sobre todo si se es algo tímido, como tu tío, puede no resultar demasiado agradable. Profesores ceñudos, novios potenciales en discotecas, futuros jefes, amigos conocidos por internet a los que, algún día, se les pone cara y cuerpo; la vida diaria de una persona del siglo veintiuno está llena de este tipo de situaciones en las que nuestra autoestima, nuestra vida profesional o, simplemente, nuestro amor propio, están en juego.

Yo, como te decía más arriba, he sido bastante tímido (aún lo soy un poco, pero el secreto de esto consiste en disimularlo). Particularmente, fui bastante cortado de niño. Tu padre era mucho más lanzado que yo; de nosotros dos, él siempre hablaba primero y era al que, claro, la gente hacía más caso. De esa época, supongo, me viene a mí la manía de observarlo todo, de fijarme en todo.

Sin embargo, hubo un momento en mi vida en que, por razones obvias, tuve que olvidarme de mi timidez. Ocurrió cuando empecé a trabajar de voluntario con niños. Los niños, Ainara, son muy agradecidos pero, como no tienen capacidad de fingimiento, tienen un olfato especial para lo postizo, para las emociones que no son de verdad. Para decírtelo de una manera clara: cuando ves a un niño de la edad que sea por primera vez, tienes muy poco tiempo para camelártelo y llevártelo a tu terreno. Los dos primeros minutos son fundamentales y uno no puede andarse con timideces ni vergüenzas. Si, además, como era mi caso, conoces a esa persona en una situación tensa de por sí (yo era voluntario en un área médica bastante dura) es fundamental poner en juego ciertos talentos para que todo llegue al mejor fin posible.
Te diré lo que yo aprendí.

Consejo primordial: respeta el espacio psicológico y físico de la persona para que se sienta cómoda y, a partir de ahí, ponte a trabajar.

El lenguaje no verbal, en estas situaciones, es básico. La sonrisa, por ejemplo, el mantener una postura corporal que sugiera eso tan difícil que es la simpatía (o sea, transmitir con el cuerpo que se está relajado y de buen humor; que no somos agresivos, que no abrigamos ningún tipo de intención aviesa, etcétera). Hay que hacer lo posible por señalizar ante el otro que estamos relajados, que nos alegramos de verlo y que estamos receptivos a lo que nos quiera decir. No te engaño: esto es lo más difícil, porque, para poder transmitirlo, antes hay que experimentarlo.

La voz: hay que hablar en lo posible, con un tono de voz educado pero firme; tratando de charlar con la otra persona del modo agradable con el que se habla con alguien a quien se conoce y se respeta de antiguo. En la Universidad, a mí siempre me decían que hablaba con los profesores como si me hubiese ido de cañas con ellos muchas veces. Y ahí está la clave: yo he tratado y trato con la misma amabilidad y el mismo respeto al Rey (lo poco que le he visto) que a la señora que limpia mi oficina. Por otra parte, cuando yo le hablaba a mis profesores con naturalidad, yo creo que lo agradecían, Ainara. Las personas colocadas en una posición de autoridad tienen pocas personas alrededor que se sientan cómodas con ellas, que les hablen con normalidad. La presencia de la Autoridad, Ainara, inquieta como la de un gas venenoso. Si consigues crear un ambiente de cordialidad las perspectivas de la relación mejoran muchísimo.

Trata de hacerte una idea de cómo es la persona lo más rápido posible, para saber en qué terrreno te estás moviendo. Todos, Ainara, emitimos mensajes constantemente a propósito de cómo somos (lo cual significa también que emitimos mensajes a propósito de “cómo nos gustaría que nos traten”); en una situación de estas es fundamental ponerse a la altura del interlocutor y comprender ese flujo de comunicación lo mejor posible. Nadie habla igual con su jefe que con una persona a la que le gustaría besar. Adecuarte a los mensajes que la otra persona te está mandando es muy importante para el éxito del encuentro.

Y sobre todo, Ainara, sé tú misma. No trates de ser alguien que no eres. Porque se nota, porque queda mal y porque es profundamente ordinario y de mala educación. Además, a ti no te hace falta porque eres un solete.

Besos de tu tío.

1 comentario:

David dijo...

Me ha encantado este post :-)