4 de Julio.- Y, de pronto, mi vista se quedó fija en un punto del aire y me escuché decir, hace muchos años (más o menos cuando compraba discos de Luís Cobos y pensaba que eso era la cultura):
-Todo el mundo dice que, cuando se muere un indígena del Amazonas es como si se quemara una biblioteca. Pues cuando la abuela se muera será como si se quemase el registro civil de la provincia de Badajoz.
Y pensé que qué fácil era comprar discos de Luís Cobos y decir cosas como aquella, que a uno le parecía que no pasarían nunca. La desaparición de alguien próximo te parecía entonces tan inconcebible como la subversión violenta de una ley de la naturaleza.
La voz amistosa del Duque de Alterlaa me sacó de mis meditaciones:
-¡Paco está haciendo fotos con la mente!
-Jajajaja. Es verdad.
-¡Ay, si los ojos fueran cámaras!
-¡Qué cantidad de trabajo me ahorrarían!
Bajo las sombrillas de color rojo, en el campus del Altes AKH –pronunciesé a la viení “altesakahá”, aspirando la hache- se arracimaba una muchedumbre mayoritariamente joven y vocacionalmente gafapasta. Aquí, este con un sombrerito graciosamente echado sobre un ojo; allá, aquella enseñando las sugerentes estribaciones de un tanga negro; acullá,un creyente en las bondades de la revolución luce una camiseta roja que equipara a Maradona con el Ché. Y, a varios miles de kilómetros, la selección nacional haciendo lo posible por pasar a la semifinal.
Qué hizo saltar el relámpago de aquella frase y la meditación subsiguiente.
Ciertamente, el recuerdo de una conversación anterior. Mi vicio es contar historias y, por suerte, aún tengo gente que me lo aguanta. El viernes, delante de sendas copas de helado pensadas para producir ataques fulminantes de hiperglucemia, mi primo N. me tiró de la lengua (a mí me encanta que lo haga) y le estuve contando historias de la tele, de Mundo Perdido. Hojeé para él mi álbum de recuerdos. Algunos, de personas que entonces no eran nadie y hoy lo son todo; otros, de personas que un día creyeron serlo todo y hoy anuncian colchones látex natura de Lomónaco. El registro civil de un mundo que ya solo está en mi memoria.
-Tienes que escribirlas algún día, te ibas a forrar –me dijo mi primo, siempre tan amable.
-Me freirían a demandas.
-Primo, volverías?
-Ya no tengo edad (para aquella precariedad laboral, se entiende).
-Me refiero a un trabajo en condiciones, a crear contenidos.
-No sé si la tele de hoy me gustaría tanto como la de entonces. Además, el mercado ha cambiado mucho y tengo miedo de haber perdido el olfato.
En aquel momento, España metió un gol y el árbitro, capullo de él, nos lo anuló.
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