31 de Agosto.- Descubrir que uno puede seguir haciendo una cosa que creía perdida para siempre es una experiencia muy agradable.
Durante estos últimos años creí que, al mismo tiempo que me han empezado a salir canas y que el alcohol ha empezado a sentarme como un tiro, había perdido la capacidad de fabular. Es cierto que, en cierta forma, algunos posts de Viena Directo no son más que cuentos en los que el protagonista es uno que se parece a mí; pero yo me quiero referir a la ficción pura. A sucesos inventados.
Sentía esta pérdida como una consecuencia natural, y bastante desagradable, del proceso de hacerse mayor, y envidiaba a aquellos que, teniendo mi edad o más, podían sentarse delante de un ordenador e hilar historias que no tenían nada que ver con su cotidianeidad.
Aceptaba la progresiva fosilización de mi imaginación resignado como si la vida hubiese perdido uno de sus sabores más agradables; un poco como acepto también que es bastante improbable que me vuelva enamorar como me enamoré por primera vez (por otra parte, gracias a Dios) o de la misma manera que acepto que, inexorablemente, a fuerza de permanecer en Austria terminaré perdiendo el contacto con la realidad española.
Pensé que elaborar cuentos había dejado de ser lo mío y sólo lo hacía muy de tarde en tarde para descubrir, fastidiado pero constantando un fenómeno archiconocido, que a los dos folios se me acababa el gas.
Como ya he contado, y a instancias de un amigo que me quiere bien y que no ceja en verme convertido en escritor (de pago, se entiende) intenté varias veces volver a sumergirme en algo parecido a un mundo de fantasía; queriendo siempre, como todos los que nos dedicamos a juntar letras, escribir el libro que a mí me hubiera gustado leer. No lo conseguí y estos proyectos duermen (y duermen bien) en el cajón de las cosas que uno intenta y que no acaban de salirle.
Sin embargo, La Cárcel de Oro, la novela por entregas que he empezado hace dos semanas, está resultando una experiencia muy gratificante. Resulta muy agradable sentarse en el metro, con el cuaderno sobre las rodillas (bueno, encima de una carpeta o de la bolsa de deporte que siempre llevo para apoyarme) y retomar el hilo en donde lo dejé el día anterior, o el viaje anterior. A veces, en mitad de una frase. Y que,al hacerlo, después de escribir tres palabras, el relato fluya hacia donde él quiere, sin que se fuerce nada. Con total libertad.
Escribir, en esas condiciones, es un acto paralelo a la lectura. Un placer exquisito cuya hondura sólo puede calibrarse si se prueba antes. Cuando llegas a la parada de metro que te corresponde, y miras el folio y pico que te ha dado tiempo a escribir, sientes el mismo gusto, algo travieso, que cuando haces una foto buena: uno mira por el visor y piensa ¡Te cacé! Con una sonrisa que tiene, para mí, el mismo componente de voluptuosidad que cuando, con el rabillo del ojo, uno no deja de mirar a una persona que le gusta. Cada segundo robado es una victoria sobre lo prohibido.
2 comentarios:
Cuando nos enseñas lo gratificante que es para ti escribir, es también gratificante para nosotros leerte.
Es bueno llenarse de satisfacción por algo, más por algo que realmente te apasiona.
Un beso y salud por seguir así, por leerte así.
Hola Paco:
Soy asiduo seguidor de tu blog, ya que se ocupa amenudo de las curiosidades y sucesos que acontencen en mi ciudad favorita, Viena.
Muy bueno ese hábito de escribir que nos expones, se te admira por eso.
Cambiando de tema, quisera hacerte una pregunta, de repente te parecerá un poco trivial, si es así discúlpame de antemano. La pregunta es: ¿en Viena hay bares donde sólo se puede escuchar música clásica? Soy un fanático de la música acádemica, de ahí mi excesiva admiración por Viena. En mi país, Venezuela, no hay locales donde se coloque esta música.
Saludos.
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