22 de Septiembre.- Querida Ainara: te escribo, como de costumbre, mientras viajo en metro. A pesar de la insistencia de un grupo de personas sensatas (tu abuelo el primero) sigo sin tener carnet de conducir, y sin quererlo tampoco. Por varias razones: la primera, por miedo; y no me da ninguna vergüenza admitirlo: creo que un hombre, para serlo de verdad, tiene que reconocer sus límites y uno de los míos es la velocidad. No me entiendas mal: no tengo ningún problema (faltaría más) en viajar en coches conducidos por otros. Sin embargo, en todos los conductores veo cualidades que creo que me faltarían a mí en el caso de ponerme delante de un volante. Y aunque me digan mil veces que hay alcornoques mucho más tontos que yo que pueden conducir un coche y que, de hecho, lo conducen (y me pongan ejemplos de tarados mentales que tienen la cartulina rosa desde hace tiempo) qué quieres que te diga, no me veo conduciendo.
Aunque este primer párrafo se parezca bastante a una disculpa te diré, Ainara que, aunque no sé conducir, tampoco lo he echado de menos nunca ya que no he sentido la necesidad de tener un coche. Segunda razón por la que no sé conducir (y la que más me duele admitir): la pereza. No hay nada que me produzca más ganas de cortarme las venas con la minipímer que la perspectiva de aprenderme de memoria ese conjunto de normas insufriblemente áridas de las que se compone el Código de la Circulación. Por otra parte, te diré que carezco totalmente de ninguna motivación que me espolee (mi abuela dice siempre que la necesidad tiene un pincho; en este caso, no hay ninguno). Los transportes públicos vieneses funcionan de manera inmejorable y, cuando vivía en Madrid, iba andando a trabajar. El ir más lejos, quedar en Madrid capital, por ejemplo, me hizo deberle a la infame línea de autobuses que unía mi pueblo con el centro incontables horas de deleite en forma de música, libros y ratos de escritura como el que le estoy dedicando a esta carta.
Los argumentos que me dan los conductores para que me una a su tribu se resumen fundamentalmente en dos: el primero, que prácticamente todos los adultos de mi edad tienen carnet de conducir (el viejo argumento de “Paco, eres raro”; me chupa un pie: una rareza más) y el segundo que el tener coche te vuelve más independiente. Y si lo de la rareza me chupaba un pie, la verdad es que el argumento de la independencia me da más risa todavía, porque no tengo conciencia de ser dependiente para nada. Es más: me parece totalmente que los dependientes son los conductores porque, no solo tienen que hacer frente al pago de incontables dineros (gasolinas, tasas, etc) sino que, además, en la mayoría de los casos cogen el coche hasta para ir a por el pan y no sabrían qué hacer sin él.
Viajando en metro, en tranvía, en autobús, aunque te parezca una tontería, tengo la sensación de estar en contacto con el mundo. Me hago la ilusión de que detecto los cambios, de que adquiero un conocimiento más exacto de cómo respiran mis semejantes (a veces, sobre todo en verano, también de cómo huelen, aunque eso es un daño colateral con el que tengo que vivir). Un lujo, sobrina, del que no disfrutan muchos de mis conciudadanos mientras juran en arameo durante los atascos o se esfuerzan en encontrar un hueco en el que depositar ese vehículo que, presuntamente, les hace tan autónomos.
De todas maneras, Ainara, es muy probable que con el coche me pase como con el deporte y que un día, cuando cese la presión, me levante y diga: “creo que tengo ganas de conducir” y, en un mes, me saque el carnet.
Por lo menos, creo que esa es la esperanza de tu abuelo.
Besos de tu tío
3 comentarios:
No conozco mucha gente que piense como tú, pero alguna conozco. Y te podría decir que es absurdo tener ese miedo... pero creo que lo absurdo sería decirtelo. Lo tienes y punto, supongo que si alguna vez te lo sacaras no harías uso de él prácticamente nunca y... lo que es peor, ese miedo podría hacer de ti un conductor indeciso (lo segundo más peligroso depués de uno temerario).
Si no te va... no te va. Y como, afortunadamente, se puede vivir perfectamente sin él... pues difruta de tus ratos de ocio en el transporte público.
Por cierto... ya no hay cartulinas rosas... desde hace mucho.
:)
Saludos.
Yo también pertenezco a esa estirpe de peatones inadaptados, pero hay que reconocer que -orgullo peatón aparte- somos un poco parásitos de los coches y los seguros y los nervios ajenos cuando se trata de viajes, excursiones...
L.
Paco: El miedo a conducir se llama "amaxofobia", si no recuerdo mal. Y suele ser más común en mujeres, aunque conozco a varios hombres sin carnet. También tengo un amigo con carnet, pero sin coche, porque le sale más a cuenta ir en transporte público. ¿Tú sabes lo que te ahorras en gasolina, seguros, reparaciones, cambios de aceite, etc. etc? Y eso, sin contar el precio del coche... ¡Envidia me das! Si yo viviera en una gran ciudad con buen transporte público, no tendría coche.
Yo me saqué el carnet a los 23 porque pensé que me vendría bien para buscar trabajo. Y la verdad es que en la gran mayoría de trabajos que he tenido, me ha venido muy bien tener coche porque si no, habría muerto esperando a autobuses que tardan mil años en pasar.
Si te animas, piensa que seguro que has estudiado cosas mucho más rolleras que el librito de la autoescuela. En mi caso, por ejemplo, matemáticas de 3º de BUP.
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