Un libro viejo y cruel



11 de Septiembre.- Cada vez que viene –o que yo voy- mi madre me pregunta qué necesito o qué quiero que me traiga de España. Esta vez le he dicho que el mejor regalo que me podía hacer era traerme el Quijote (estaba en mi casa de Madrid) porque hacía años que no lo releía. Es un libro que, junto con La Regenta, reviso cada cierto tiempo –La Regenta más, porque me parece una obra maestra difícilmente superable-; releí el Quijote por última vez a finales de 2004 y me di cuenta de algunas cosas que hoy, seis años después, me siguen pareciendo dignas de mención.

La primera de ellas es que el Quijote es un libro sumamente perjudicado por su fama. A lo largo de los siglos, desde que se convirtió en uno de los primeros bestsellers, el Quijote ha corrido en ediciones abreviadas, Gustave Doré realizó sus famosos grabados, prestándoles a Don Quijote y a Sancho una estatura mítica y una elegancia teatral que, creo, estaban muy lejos de las intenciones de Cervantes; más modernamente, el enfermo mental más famoso de la literatura, ha suscitado un delicioso librito –nada elogioso, por cierto- que le dedicó otro de mis escritores favoritos, Vladimir Nabokov; una serie de dibujos animados, películas y hasta un musical. Pues bien: yo creo que, para apreciar la frescura fragante que el Quijote sigue conservando, lo primero que hay que hacer es olvidarse de todo, sumergirse en el libro de la manera más desprejuiciada que se pueda. Intentar abordar la narración con la privilegiada virginidad de los lectores de 1605.

Otra cosa que, en mi opinión, conviene señalar, es que el Quijote es un gran libro, un libro muy sólido, a pesar del Quijote mismo. Quiero decir que no se le pueden aplicar los criterios de verosimilitud con los que juzgaríamos una novela contemporánea. El Quijote, en su época, abrió un campo nuevo, el de la novela realista; pero, en realidad, como novela realista es una chapuza de tres pares de narices. Por poner algunos ejemplos: la mayoría de las aventuras de Don Quijote y Sancho pasan en un despoblado de cuya situación Cervantes da unas indicaciones muy someras. En realidad, el campo que sirve de fondo a las peripecias de los dos héroes principales de la historia es como ese árbol que corre siempre detrás del Oso Yogui, o la palmera que Pedro Picapiedra y Pablo mármol ven desde las ventanillas del troncomóvil. Este desierto está paradójicamente poblado de pastores que empiezan a rajar como estudiantes universitarios a la primera oportunidad que les da el autor. Cervantes tiene también serios problemas para explicar la aparición y la desaparición de los diferentes rucios de Sancho Panza; e, incluso, la excusa fundamental para la existencia del libro, o sea, la locura de Don Quijote, es un fenómeno intermitente que va y que viene, y que se entretiene por el camino. Don Alonso Quijano (o Quejana ,o Quesada, o Quijada ¡Ni en eso se pone de acuerdo Cervantes consigo mismo!) habla como una persona normal y, dos páginas más tarde habla como un pirado delirante.

Pues bien: a pesar de estas chapuzas de construcción o, a lo mejor, quizá por ellas, el Quijote apela a lo más humano que hay en nosotros. Es más: a pesar de pintar situaciones absolutamente ancladas en su época y su tiempo, Cervantes consiguió dar con uno de los secretos de la manera de ser de los habitantes de la Península Ibérica: la crueldad. La burla hacia el diferente. ¿Qué es Belén Esteban –por supuesto sin saberlo- sino una contrafigura de Alonso Quijano? Una persona que vive inmersa en lo que ella cree que es. De la que todos nos reímos más o menos sin darnos cuenta de que quizá sea una persona digna de lástima porque, como el hidalgo que salió a buscar aventuras por el campo de Montiel, Belén Esteban, como todos nosotros, no es capaz de distinguir entre la realidad y la deformación a la que la somete su percepción de ella.

Ese es otro tema apasionante del Quijote: la pregunta sobre la que se basa el libro ¿Qué pasaría si alguien utilizara para viajar por la realidad los mapas de la ficción? En otras palabras ¿Qué sucedería si uno de nosotros, tú que me lees, decidiéramos utilizar los métodos de resolución de problemas que usan James Bond o Indiana Jones?

3 comentarios:

Z. dijo...

Hola! mi madre sentada en mi sofá me ha leído el inicio de esta entrada y nos ha sonado muy conocido... (esta vez han venido cargados con algo de embutido)
me quedan todavía un par de días en familia, espero que hayas disfrutado mucho a los tuyos.
Saludos

amelche dijo...

Ahora que ya tienes el libro en la mano, te puedes apuntar a la lectura que hacen cada semana un grupo de blogueros. Ellos leen un capítulo y luego cada uno da su opinión en su respectivo blog. Si quieres, consulta:

http://laacequia.blogspot.com/

Paco Bernal dijo...

Hola!

Gracias por vuestros comentarios.

A Z. jajaja! Dale recuerdos a tu madre. A mí también me han traido cosas, aparte del Quijote. La verdad es que sí que he disfrutado mucho de los mios. Lo único, que se me ha hecho muy corto.

A Amelche: pues no te creas, me lo voy a apuntar y lo mismo me enrolo al club de lectura del Quijote.


Saludos :-)