El amor del cómico favorito de Hitler

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10 de Octubre.- Hoy, dedicaremos un ratito de la jornada electoral a hablar de una de las personas más imitadas en Austria de los últimos 100 años. No exagero. Se trata del vienés Hans Moser (que se llamaba en realidad Johan Julier) un hombre bueno que, por lo que parece, era igual de peculiar que los personajes que le hicieron famoso.

Moser nació cerca de mi casa, en la linke Wienzeile. Era el tercer hijo de un escultor académico y, desde joven, se sintió llamado por las tablas. Pronto, empezó a tomar clases de voz con el actor Josef Moser de quien tomó su apellido artístico. Tras unos primeros (y muy discretos) intentos en el teatro serio alemán, Moser no tuvo más remedio que aceptar que ni su apariencia física (1,57 de estatura) ni su peculiar dicción le hacían el más indicado para encarnar papeles de galán.

Hacia 1910 se casó con Blanca Hirschler, una judía, lo cual le traería no pocos problemas durante el siniestro dominio nazi.

Moser combatió durante la primera guerra mundial en el frente de Isonzo, en donde consiguió distraer a sus compañeros de las calamidades de la guerra con bromas que les hicieron olvidarse de la crueldad de la contienda.

Llegado el armisticio, Moser inició una meteórica carrera teatral que tuvo uno de sus cúlmenes en Broadway, en donde actuó en la temporada 1927/28 en la producción de Max Reinhardt de El Sueño de una noche de Verano, de Shakespeare. El cine no tardó tampoco en fijarse en Moser, quien empezó a hacer películas a partir de 1930 convirtiéndose en el cómico favorito, junto con el alemán Heinz Rühmann, de otro personaje austriaco que ha pasado a la historia por motivos mucho más siniestros: Adolf Hitler.

Con el advenimiento del nazismo, Moser empezó a tener problemas, precisamente por estar casado con su mujer Blanca, a la que idolatraba y que era su mano derecha. Llevado por este amor, le escribió una carta personal al propio Hitler pidiéndole por favor que, por razones humanitarias, hiciera una excepción con su esposa y suspendiera en su caso las draconianas medidas impuestas por los nazis contra los judíos. La carta, en su ingenuidad, resulta conmovedora y da la medida de la estatura humana de Moser. Cito del libro “Los ídolos útiles de Hitler” (Hitlers nützliche Idole) de Guido Knopp: “Las medidas excepcionales impuestas a los judíos me causan enorme congoja, y me destruyen moralmente, cuando tengo que ver como mi mujer, que tanto bueno ha hecho por mí, debe estar constantemente ausente de mi lado (…) le pido a Usted –por Hitler- encarecidamente que libere por razones humanitarias a mi mujer de las obligaciones impuestas a los judíos, especialmente la de llevar una J en el pasaporte y la de llevar nombres judíos” (los hebreos estaban obligados a llevar el nombre de Sara, si eran mujeres y de Israel si eran hombres).

En 1939, Bianca tuvo que emigrar a Hungría en donde Moser la siguió visitando hasta el final de las hostilidades.

Con la paz, Moser gozó de una nueva edad de oro profesional. Continuó haciendo películas y llevando un estilo de vida modestísimo a pesar de sus abundantes ingresos por un miedo, casi patológico, a arruinarse.

Murió de cáncer de pulmón en 1964.

















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