La actriz sueca que interpreta a Lisbeth Salander en la versión cinematográfica de Millenium
15 de Octubre.- Cuando me pongo delante de una película o de un libro, supongo que por deformación, mi disfrute se divide en dos corrientes simultáneas. Por un lado, la del puro espectador y, por otro, la del que está acostumbrado a crear ficciones y se pregunta constantemente cómo el autor del libro o el guionista de la película han hecho esto o aquello.
Empecé “Los hombres que no amaban a las mujeres”, la primera parte de la trilogía de Stieg Larsson, con muchísimo escepticismo. Tras cien páginas, estaba claro que, aparte de ser fácil de leer, aquello no era gran cosa. A pesar de que la intriga se desarrollaba a un ritmo muy aceptable, los personajes eran como los de las novelas de Julio Verne: arquetipos sin profundidad. Mikael Blonkvist, el protagonista, tenía el mismo intríngulis psicológico que Mickey Mouse y no había que ser demasiado avispado para darse cuenta de que era un artificio literario creado por Larsson para que el lector pudiera entrar en la historia de su mano.
A medida que avanzaban las páginas (no entraré en pormenores para aquellos de mis lectores que no se hayan leido los libros de Millenium) empecé a darme cuenta de que, sin sacrificar la estructura cuidadosamente pensada de antemano (muy resultona, pero algo fría, como un mueble de IKEA) un personaje empezaba a cobrar protagonismo. Se trataba de Lisbeth Salander. Supongo que Salander nació en la mente de Stieg Larsson como alternativa lógica de Blonkvist y poco a poco, a veces pasa, se enamoró de ella. Es un bombón de personaje. Uno de esos con los que uno quisiera toparse en la vida real. Inteligente, difícil y, sobre todo, muy pronto en el desarrollo de libro, Lisbeth Salander adquiere la cualidad fundamental que es el sueño de todo escritor: la ilusión de vida propia.
Por lo demás, “Los hombres que no amaban a las mujeres” es un libro muy eficaz que a mí me ha hecho añadir un título a mi lista de libros que me han hecho sentir miedo (una cosa que es absurda, lo sé, pero ha habido tramos del libro que he tenido que leer en el metro o en el autobús porque un escalofrío me recorría la espalda si intentaba hacerlo en casa).
Las otras veces que he pasado miedo leyendo han sido:
-A los ocho años con La Isla del Tesoro de Stevenson. Muy al principio del libro, cuando los piratas toman la posada del Almirante Bembow y Jim se ve obligado a atravesar un bosque en medio de la noche para ir a casa del hidalgo local.
-A los once, leyendo la conclusión de Asesinato en el Orient Exprés, de Agatha Christie. Que aquellos personajes tan civilizados, tan elegantes y tan pintiparados se hubieran conjurado para asesinar en medio de la noche a Mister Rachett me produjo un acojone que todavía me dura.
-A los veinte con Otra vuelta de Tuerca, de Henry James. Fliparán mis lectores si se enteran de que, llegando a la parada de metro de Cuatro Caminos, a las cinco de la tarde, tuve que cerrar el libro presa de temblores.
Por lo demás, en “Los hombres que no amaban a las mujeres” todo es medianamente previsible. Uno sabe más o menos cómo va a acabar la historia a partir de la página 200, más o menos, pero todo está tan bien hecho que llega un momento en el que lo importante no es el qué sino el cómo.
2 comentarios:
Aún no los leo, pero me dejaste intrigada y con ganas de hacerlo.
Un beso grande, Paco.
Hola!
El primero está muy bien pero yo con el segundo estoy teniendo mis reservas. Pero igual es que no lo he empezado en el momento adecuado.
Besos :-)
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