30 de Octubre.- Pasaron unos días y, como siempre, cuando ya pensaba que la cosa iba a quedarse en nada, recibí una llamada. Mi interlocutor, con ese acento de Texas que tienen los americanos en las películas de Paco Martínez Soria y una voz bien timbrada y, sobre todo, baja para el estándar español, me preguntó si seguía interesado en el trabajo y si podía pasarme por la sede madrileña de la plataforma digital sita en donde Jesucristo perdió el zippo.
Tras apuntar la dirección, colgué el teléfono y me puse a buscarla en el callejero de Madrid que me pillaba más a mano (¡Madre mía! Estoy hablando de cuando aún no había Google maps...). En fin: el callejero me indicó que la dirección estaba alejada de cualquier tipo de medio de transporte público civilizado. Por supuesto, del metro ni hablamos. Calculé que el día de autos tardaría no menos de dos horas en hacer los transbordos necesarios entre mi casa y el lugar en cuestión. Pero como yo entonces pensaba que sufrir era el destino natural de nuestro paso por este valle de lágrimas, me hice a la idea.
Llegó la fecha convenida y a mí se me planteó la duda. ¿Cómo va uno a una entrevista en la que le van a ofrecer un trabajo que consiste en ver cómo indivíduos adultos practican diferentes modalidades del latín? Ante la duda, me incliné por un traje gris marengo que tenía yo para estas cosas y que me daba un aspecto bastante conservador. Me permití una cierta alegría con la corbata, busqué un lugar en el que poder esconder un libro, requisito indispensable de un viaje que prometía ser poco menos largo que la ruta de la seda y, a una hora tan intempestiva como a las tres y media de la tarde, me dirigí a mi destino.
El último autobús se alejó dejando tras de sí una nube de polvo marrón y yo empecé a callejear entre unos chalecitos que dibujaban en la distancia unas perspectivas interminables.
Casi estaba desesperado cuando llegué frente a un edificio que tenía toda la apariencia de un concesionario de coches caros. Espectacular pero, en cierto modo, pobretón. Nada que ver con Mundo Perdido, que tiene una entrada noble llena de mármoles y monitories que han hecho famosa los reporteros de la agencia Korpa.
Mi hipotético jefe me recibió con una corrección altamente anglosajona. Me dio la mano y me llevó a una habitación en la que había una tele apagada, dos sillas y una mesa redonda del tipo que se compran en esa cadena sueca de muebles para pobres. Se hizo un silencio durante el cual yo intenté aparentar el aplomo y la relajación que es aconsejable adoptar como máscara en estos trances. Mi interlocutor me miró con cierta perplejidad disimulada y yo me di cuenta desde el principio que no me iba a dar el trabajo. Probablemente porque mi aspecto inocente (gafas, traje gris, actitud correcta) no pegaba nada con aquel trabajo para el que él se había imaginado, quien sabe, un perfil más parecido al de un ex concursante de Gran Hermano.
Lo más divertido del asunto fueron los esfuerzos que tuvimos que hacer los dos para convencernos de que, en vez de sobre cine pornográfico, estábamos hablando de un producto completamente normal y presentable en sociedad. Visiblemente incómodo (a saber, igual mi entrevistador era mormón, o cuáquero, o perteneciente a cualquier iglesia metodista) mi entrevistador procuraba llenar las pausas entre sus preguntas de sobreentendidos. Del tipo “Bueno, verás, es que, hay mucha gente que con este cine tiene...Tiene...Tú ya me entiendes...”
-Problemas. Tiene problemas.
-Eso quería decir.
Yo ponía cara de hombre de mundo.
-Yo no –y luego, intentando aparentar desenvolutura, añadía- ¿Por qué debería tener problemas? Cada cine tiene tiene su público. Hay momentos para Kiarostami y momentos para...para...
Fui consciente de que los dos tratábamos de apartar de nuestra mente las imágenes que nos sugería el consumo de porno. Para salvarnos, mi interlocutor me preguntó:
-Así que...¿Hablas inglés?
1 comentario:
¡Qué oficios, Señor, qué oficios! Una amiga trabajaba en una de esas plataformas genitales y se contaba que el puesto de visionador de porno era de alto riesgo laboral: todos se les grillaban a los pocos meses! De eso al menos te has librado... L.
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