15 de Noviembre.- Me encuentro preparando un nuevo proyecto para sorprender a mis lectores, así que no tengo mucho tiempo de escribir textos largos. Hoy, dos breves notas que nos transportarán a los no siempre sosegados territorios de la cultura.
La primera, la tienen mis lectores sobre estas líneas. Informaba el diario madrileño Público sobre la edición de un volumen con el epistolario más íntimo del recoleto Cortázar. El articulista, para darle más emoción a una noticia que, seamos realistas, no causa frenesí más que a los fans de Rayuela, empieza a contar que Cortázar era terriblemente fanático de su privacidad. Ni un resquicio dejaba a la curiosidad ajena. Sin embargo, dijo el articulista, pese a que Cortázar se consideraba a sí mismo como un frigorífico Kelvinator, como humano que era no pudo evitar dejarse algunos clavos (!) sueltos.
¿Clavos? !Sapristi! !Sí! Clavos. Con su cabeza y todo. En concreto, 126. Tantos como cartas le escribió a uno de sus mejores amigos, un poeta francés.
Sin duda el plumillas no sabe que lo que se deja uno sin atar según la frase proverbial son cabos. Las marineras sogas. Perdónale señor.
En el otro lado del espectro ideológico, informaba ABC de la publicación de las memorias de Mark Twain (un escritor que, por cierto, escribió en Viena parte de su libro Tom Sawyer, ya lo contaré algún día).
Esta vez no fue el error del articulista sino de dos lectores que, embargados de un frenético amor por el escritor estadounidense, le declararon su admiración en forma de dos comentarios como dos soles en los que, en un primer capotazo, se le atribuye la descripción del periplo submarino (algo acortado) del capitán Nemo !Suerte que en el segundo capotazo va un alma amante de las letras y corrige la atribución! (que no el número de las leguas recorridas por el Nautilus).
Mañana, más.
1 comentario:
Otros perdieron su reino por un clavo, así que este periodista no iba a ser menos. O clavos, o tres pelucas... y más claro, clavo :-)
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