Accidentes de cuento de hadas


La rana Gustavo, espejo y modelo de todos los periodistas que en el mundo (y en El Mundo) han sido.

26 de Diciembre.- San Esteban (o, aquí, Stephanitag). Una de las cosas buenas que tienen estas fechas es que sirven de excusa para hablar con gente a la que uno no ve a menudo. Sobre todo si, como yo, se vive en un lugar distinto de aquel en el que se ha crecido.

La otra tarde me llamó mi amigo M. y estuvimos casi una hora poniéndonos al día de lo que nos había pasado desde la última vez. En su caso, las permanencias fueron tan reconfortantes como los cambios. Pude comprobar que M. sigue tan inteligente, tan agudo y tan amistoso como cuando compartíamos habitualmente las noches de los viernes y los sábados (más alguna que otra comida entre semana, porque los dos trabajábamos cerca y nos escapábamos a la misma hora).
En el transcurso de nuestra última conversación, mi amigo me llamó la atención sobre una manía de los periodistas que crece de forma directamente proporcional a la incultura (o pereza mental) de ellos mismos y de su auditorio. Dicha manía consiste en utilizar cada tres líneas expresiones fosilizadas que acaban convirtiendo cualquier texto en un popurrí empedrado de lugares comunes que da vergüenza ajena y propia.

Por veinticinco de las (inevitablemente) antiguas pesetas, dúos sin los que un periodista celtíbero del siglo XXI se moriría de un ataque de mudez Un dos tres, responda otra vez “Antiguas pesetas” si es que se trabaja el ramo económico o se quiere dar relevancia a una cantidad abultada en euros (parece mentira que haga ya una década que tenemos el mapa de Europa en las monedas y los periodistas sigan acudiendo a semejante memez).

Sigo: si el jornalero del micro se dedica a informar de nuestra operación salida de cada puente no podrán pasar tres segundos sin que hable de unas vacaciones que serán, inexorablemente, merecidas. Si se ventilan estropicios ocurridos en la calzada o sus aledaños siempre se tratará de “aparatosos accidentes”. En el negocio de la información cultural, Penélope Cruz será ya para siempre “la oscarizada actriz” y un intérprete que lo mismo haga de ciprés que de empleado de funeraria aficionado al sado-maso, será designado invariablemente como “el camaleónico actor”. Igual que, si una película nos deja la continencia urinaria como la de un nonagenario, estaremos sin duda posible ante una “comedia descacharrante”.

Los vascos que, de manera sistemática, maltraten el castellano en broncas ruedas de prensa, tendrán muchísimas probabilidades de pertenecer a “la ilegalizada Batasuna” o a alguno de sus satélites; en tanto que el PP será (sobre todo para sus medios afines) “el principal partido de la oposición”. El edificio en donde curran sus contrincantes del politiqueo será “la sede de Ferraz” o, si se quiere presumir de que uno está en la pomada y, por lo tanto, tiene un futuro plausible como tertuliano, dirá solo “Ferraz”.

Las listas serán “interminables”, las enumeraciones que se excusan “largos etcéteras” las bodas reales de cualquier modelastra con no importa qué príncipe heredero de sexualidad ambigua serán “de cuento de hadas” aunque los invitados al convite solo caten bocadillo de chistorra; los crímenes –Dios nos libre- “sangrientos” o “escalofriantes”. Y así (cómo no, has acertado) sucesivamente.

En alemán, sobre todo en los papeles dirigidos “a las capas más desfavorecidas de la sociedad” también se da este fenómeno. Basta abrir el “Österreich” en un día no especialmente movido para encontrarse “Horror Unfälle” a cascoporro (la versión germana de nuestros aparatosos porrazos) y, si se ventila algún tema relacionado con el cambio de estado civil de algún famoso, no habrá más remedio que acudir a una “Traum Hochzeit” (aquí las bodas son “de ensueño” como los muebles de cocina de las amigas de mi madre cuando yo era un crío).

Aquí como en España el fenómeno se debe a la re-oralización de la cultura, debida a la invasión de la imagen pero, también, al zarrapastroso nivel educativo que llevamos años esforzándonos en dar a nuestros jóvenes.

Quizá lo mejor sería hacer como esos ciberactivistas matones y llama a la rebeldía general. Qué bonito sería un mundo en el que las vacaciones fueran aparatosas, los accidentes, descacharrantes, las actrices de cuento de hadas y las pesetas (o los euros) merecidos.

Sueño con ello cada vez que abro el periódico.




















2 comentarios:

amelche dijo...

Te has olvidado de "la cornisa cantábrica". No hay predicción del tiempo que no mencione "la cornisa cantábrica". Y hay otra coletilla también, la de "una hora menos en Canarias", que los canarios deben de estar ya hasta las narices de que siempre se diga lo mismo y se les conozca por ello.

Chus dijo...

Que bien escribes chaval!!!
Manda tus artículos a un periódico que seguro que te contratan.

Un beso