Medium con espíritu (extraida de aquí)
2 de Enero.- Más o menos cuando yo tenía doce años, la fama de mi abuelo se extendió por quién sabe qué cauces, y empezó a venir gente a verle. No sólo de su vecindad sino, como ya dije, de puntos lejanos a donde llegaba su reputación por medios que sólo los hermanos espirituales saben.
Tengo que decir que, hasta donde yo tengo noticia, mi abuelo nunca alentó semejante propaganda, discreto como era en relación a sus variados dones. Pero lo cierto es que, al principio de mi adolescencia, verle se convirtió en un negocio para el que casi se necesitaba pedir hora. Las visitas llegaban cargando con sus cuitas alrededor de las cinco de la tarde, y se iban relevando hasta que, por lo menos a las nueve de la noche, se marchaba la última señora cuyo niño mojaba la cama o la última pareja de septuagenarios aquejados de monotonía matrimonial.
A todos los recibía mi abuelo con amabilidad, acompasando el relato de sus desdichas más o menos grandes con su respiración algo áspera, trabajada desde los catorce años a golpe de tabaco negro. No todas las veces, sin embargo, necesitaban los espíritus hacer acto de presencia. En muchas ocasiones lo único que necesitaban los visitantes era que les escuchasen o, simplemente, un consejo basado en el sentido común. En cualquier caso, como mi abuelo era un hombre muy paciente y tenía sentido común por arrobas, aún cuando no invocaba a las potencias del más allá, sus acongojados interlocutores consideraban satisfactorio el resultado de su gestión.
Otra cosa que diferenciaba a mi abuelo de otros clarividentes era que jamás pidió ni recibió dinero de nadie, aunque no eran pocas las personas que, después de asomarse de su mano al pozo de lo futuro, se sentían en deuda y querían tener con él un detalle.
Fuera del empresario insular que, rumboso, le regaló a mi abuelo un tomavistas, la mayoría de los presentes fueron siempre modestos y, alguno, hasta lo heredé yo, como contaré ahora.
Cuando las señoras se despedían de mi abuelo, después de haber intentado infructuosamente darle dinero, aprovechaban un discreto aparte de camino a la puerta para preguntarle a mi abuela qué comprarle a mi abuelo para tener una atención con él. Mi abuela, naturalmente, les decía que no tenían que comprar nada (“estás cumplida, hija mía”) pero en muchas ocasiones sucedía que, a la vez siguiente, la señora aparecía con huevos, tomates, aceite, o bollos si es que tenía mano para la repostería o en su pueblo los había de alguna fama; si no, con algún regalo sensatamente masculino, como media docena de pañuelos con una F bordada o una botella de litro de aftershave.
Estas últimas planteaban algún que otro problema logístico. A pesar de que mi abuelo era un hombre aseadísimo al que yo siempre conocí exquisitamente afeitado, si hubiera querido usar toda la loción que recibía, hubiera tenido que tener cuatro caras (no era el caso, obviamente). Mi padre es alérgico a los perfumes industriales, así que, para mi abuela, fue una alegría que su nieto mayor empezara a afeitarse. Así que, de vez en cuando, yo ayudaba a la industria perfumera nacional y recibía una botella de cristal con forma de coctelera, llena de un líquido de fascinante color absenta que, según opiniones autorizadas, tenía la mágica virtud de cerrarte los poros de la barba. Eso sí, al precio de un escozor que te hacía pensar en el estoicismo que, en la mayoría de los casos, es la pareja perfecta de la masculinidad adulta.
6 comentarios:
Gracias Paco, me apasiona como lo cuentas, además me hubiera encantado conocer a tu abuelo, debía ser una persona super interesante.
¿Ninguno de vosotros habés heredado ese don?.
¿Era el padre de tu madre o de tu padre?.
Un abrazo guapetón
Chus cariño era mi padre, y si te hubiera gustado conocerle, nunca dijo su don por que eso en su profesion no se podia enterar nadie, le podia caer un correctivo, cosas de la vida aunque habia gente de su profesion que vino ha verle muchas veces.
Gracias cariño por escribir de tu abuelo, un beso.
Tu abuelo desde donde esté os seguirá ayudando,esos espíritus son ángeles protectores. Que suerte has tenido con tu abuelo y tu familia,enhorabuena.Un abrazo.
No es por hacer propaganda, pero ¿no sería un after shave llamado Floïd o algo así? No me acuerdo del color, me acuerdo de que llevaba dibujada en la etiqueta la cara de un hombre de pelo negro. Era el que usaba mi abuelo. Yo, obviamente, por ser mujer no lo usé nunca, así que no sé si picaba o no.
Hola a las cuatro:
A Chus: Lo primero, de nada: la misión principal del escritor es hacer felices a quienes le leen :-) Contestando a tus preguntas: efectivamente, mi abuelo era el padre de mi madre y, aunque nadie hemos heredado el don que tenía él, lo cierto es que somos una familia bastante intuitiva. Efectivamente, mi abuelo era un señor muy interesante (también muy leido) y daba gusto hablar con él por el conocimiento profundo que tenía de la naturaleza humana. En fin...
A mi madre: escribir sobre el abuelo siempre es un placer.
A Lolibel: es verdad que con mi familia he tenido mucha suerte (no sabes cuánta). En cuanto a que mi abuelo nos protege y nos ayuda desde donde está, yo no tengo ni la más mínima duda :-)
A Amelche: jajaja efectivamente, era el Floid, premio para la señora jajaja. Me acuerdo de la etiqueta como si la estuviera viendo. Yo creo que con Varon Dandy debió ser lo más vendido de la España de la segunda mitad del siglo pasado.
saludetes
PACO: Tienes razón, no creo que hubiera muchas marcas de after shave en aquella época, tenía que ser esa, no era muy difícil acertarlo, ¡ja, ja! Me hizo dudar el color, porque no me acordaba, me acordaba más de la etiqueta. Supongo que todos nuestros abuelos (quizá también tíos y padres) usaban la misma botellita de marras, con el señor moreno y guapetón en la etiqueta.
En mi familia eran más de Royale Ambreé que de Varón Dandy, será porque a mi abuela le gustaba esa colonia y se la regalaba a todos en Reyes, ¡ja, ja!
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