Cartas desde el Goliat

Una foto de la maqueta del Goliat que se utilizó en el rodaje de la serie de 1981 ( en realidad se trataba de la reutilización una maqueta que encargó la Fox para rodar una película sobre el Titanic)

14 de Febrero.- Jueves. Exterior. Noche. Un grupo de amigos se despide en la esquina de la Plaza de Margaretten.


La despedida se alarga. Los hombres están muy a gusto juntos y se resisten a marcharse a casa (que es como decir que se resisten a volver a internarse en la rutina invernal, algo espesa, del resto de la semana). El que esto escribe, bastante tocado por un catarro realmente plasta, inicia la ronda de abrazos que siempre sellan el final del encuentro. Los colegas cruzan el paso de cebra en dirección a nuevas aventuras: este, a su tibio lecho matrimonial; aquel, a una cita romántica que terminará a unas horas que, a los más mayores, nos parecen completamente heróicas e incompatibles con la vida laboral; aquel otro, dispuesto a dormir lo más deprisa posible para que el madrugón del día siguiente le pille todo lo fresco que se pueda.


Mientras mete la cabeza en el cuello del plumas verde Paco piensa en los catarros de su infancia. Le dejaban fuera de combate una vez al año y rompían, de manera un tanto desagradable, la rutina escolar. Largas horas en pijama, la madre y la abuela ocupadas en las rutinas domésticas que se desarrollaban en su presencia. La superficie brillante del suelo recién fregado, el momento de ventilar la casa con las ventanas abiertas, las vecinas tendiendo en el patio, el silencio que precede a la primavera, los cielos nublados sobre la meseta.

Después del telediario de las tres, el niño veía en la televisión cosas que sabía que sus compañeros, afanados en las aulas excesivamente caldeadas en lejanas sumas absurdas, se estaban perdiendo. Episodios robados de “Falcon Crest” o la miniserie (dos capítulos) que le viene a la memoria mientras callejea por el distrito quinto en dirección a su casa.

Debió de verla, se dice, a principios del año ochenta y cuatro u ochenta y cinco. Se llamaba “Goliat está esperando” y, como después ha averiguado se trataba una larga película de 200 minutos que Televisión Española emitió troceada en dos partes de hora y media. El argumento era (y sigue siendo) fascinante: durante la Segunda Guerra General, el transatlántico británico Goliat es hundido por un submarino alemán. Gracias a la suerte (una burbuja de aire rodea el pecio) y a la pericia de los ingenieros ingleses, los pasajeros consiguen sobrevivir a gran profundidad, produciendo oxígeno y alimentos de manera primitiva, creando una sociedad que es una copia de la inglesa del momento del naufragio. Cuarenta años después, en los ochenta (la película es de 1981) el mundo exterior, en forma de un grupo científico que ha encontrado el pecio del Goliat, hace su aparición. Justo en el momento en el que las ancianas máquinas del barco ya no pueden seguir sustentando la vida a bordo. La tripulación y el pasaje se dividen en dos bandos: los viejos, que pretenden seguir seguir viviendo en la sociedad que conocen, y los jóvenes (de cuerpo la mayoría, pero también de espíritu) que quieren conocer el sol.

El salvamento se consuma y en la última escena, los resistentes que, ignorando el apocalipsis, se quedan en el Goliat, mueren cantando el himno nacional inglés.

Paco recuerda su sobrecogimiento infantil cuando el Goliat, agobiado por la presión de las profundidades, colapsa matando a la gente que decidía no subir a la superficie, a ese mundo acechante y desconocido. Recuerda, ya cerca del portal de su casa que, de niño, los jóvenes que subían a la superficie, por alguna razón inexplicable, le parecían unos auténticos meapilas y que la actitud de los últimos mohicanos del Goliat le parecía mucho más noble y heróica (masoca que es él).

Recuerda todo esto porque, durante un momento en la conversación, algunos de los conspiradores (entre los que él se encuentra) han hablado del proceso inevitable de irse fosilizando en la emigración, de perder poco a poco el brillo y la frescura en el idioma, por ejemplo. Las referencias. Y piensa Paco, quizá influido por la fiebre que empieza a tener, en qué será de él o de alguno de sus conocidos si, dentro de veinte años, tiene que elegir entre volver a España o quedarse en el Goliat, con sus recuerdos. Con sus mamachichos y sus chinitos de la suerte y su Pantoja y su mundo mental en donde cada estantería de la memoria tiene su etiqueta.


3 comentarios:

Chus dijo...

Hola Paco.

Ya estoy de vuelta. Lo mismo ni te has dado cuenta de mi ausencia, pero he estado unos días de viaje, 12 y en todo ese tiempo me he conectado. Ahora poco a poco voy poniendome al día de vuestros blogs y aunque me va a ser imposible leerme todas las entradas atrasadas por lo menos iros dejando comentarios.

Paco, no me imaginaba que estabas casado, como nunca hablas de tu pareja, pero hoy al decir lo del lecho matrimonial pues he caido en la cuenta.

Bueno un beso y a ver si te mejoras de ese resfriado, que por estos días conozco cantidad de gente que ha caido con el virus.

Paco Bernal dijo...

Hola Chus!

Naturalmente que me he dado cuenta de tu ausencia pero cuando me he pasado por tu blog me he enterado de que has estado en ese pedazo de viaje y por eso esperaba a que te pusieras al día.

Respondiendo a tus preguntas, te diré que, a pesar de la ambigüedad del párrafo, no estoy casado (el día llegará) y, por suerte, ya estoy mucho mejor del catarro :-) aquí también se ha puesto de moda el virus y chica, está la gente que no hace más que estornudar.

Besos mil y me alegro mucho de tenerte de vuelta :-)

Isabel Maria dijo...

Paquiño uno de los catarros fuerte fue el dia que entranron en la guerra del golfo que estabais tu hermano y tu en la cama y papa trabajando de noche, y lo vimos en directo un beso guapo