9 de Febrero.- Querida Ainara: desde que has empezado a ir al colegio has dado, sin darte cuenta, pasos de gigante. Para mí es un placer hablar contigo por teléfono aunque soy consciente de que tienes una idea bastante vaga de quién soy. Yo, por mi parte, desde que naciste, también he hecho avances. Hoy, por ejemplo, antes de ir a trabajar, he hecho dos recados: a las ocho y media he estado en mi banco; un poco más tarde, en la farmacia.
Los responsables de Marketing de la empresa que me guarda el dinero decidieron hace un par de años que la Institución (ellos, desde sus alturas) se tenía que acercar al cliente (yo) y, desde entonces, no han dejado de llamarme con cierta frecuencia. Sin embargo, Ainara, mi falta de dominio del idioma me impedía hasta ahora aceptar una invitación para la que me sentía en desventaja. La semana pasada, sin embargo, una dama muy simpática me telefoneó para explicarme (de nuevo) que en mi banco estarían encantados de recibirme. Y, esta vez sí, decidí aceptar la invitación. Me he presentado a hora tan temprana y me ha recibido un cierto Herr B., muy amable. Fortachón él, con la corbata algo floja y los pelos denunciando que había entrado ya en la cuarentena. Herr B. y yo hemos intercambiado algunos lugares comunes, nos hemos contado de nuestros respectivos catarros, me ha explicado que se iba tres semanas a Tailandia; yo, a mi vez le he explicado que he estado dos en Canarias; luego, hemos entrado en materia, me ha dado un par de folletos, le he dicho que me pensaría sus ofertas y, amablemente, después de desearnos una rápida mejoría y mucha diversión vacacional, nos hemos despedido con un apretón de manos.
Tras salir del banco, me he ido directamente a la farmacia. Las austriacas no tienen mamparas antirrobo, como las españolas que yo recuerdo, y por eso parece que el trato con las boticarias (solo conozco mujeres) es más cercano. Me ha recibido una muy joven, le he explicado que un catarro me tiene casi fuera de combate, ella me ha recomendado un producto a base de paracetamol y vitamina C que se puede beber calentito, yo he hecho un par de bromas a propósito de que la última moda en Viena es el trancazo fulminante, ella se ha reido, me ha deseado un buen día y yo me he ido a casa a prepararme la medicina bajo la atenta mirada de mis gatos antes de ir a trabajar.
Mientras la pastilla se disolvía alegremente en el agua caliente, yo pensaba en lo agradable que es poder decir tonterías en tu idioma de adopción. Más que tonterías, cosas sin importancia. Cuando llegué aquí, Ainara, una de las primeras (desagradables) consecuencias fue la mudez. Yo, que en España era un conversador infatigable (y diría que divertido), que había ganado premios literarios, de quien la gente decía que, escucharle, era tan instructivo y entretenido como oir la radio, me vi de pronto sin palabras. Silencioso, vulnerable, incapaz de comunicar lo que me pasaba por el cuerpo. Mi falta de pericia tuvo el efecto de sumirme alguna vez en el terror (por ejemplo, con ocasión de una urgencia médica que no quiero recordar) cuando no en el fastidio de no poder desempeñar socialmente el papel al que yo estaba acostumbrado.
Esos tiempos, Ainara, han pasado felizmente. Mis conciudadanos vieneses están descubriendo en los últimos tiempos a un Paco que no conocían: una persona que les hace reir, que les entretiene y que puede expresar sus opiniones (buenas o malas, acertadas o equivocadas, tontas o inteligentes) con una cierta sofisticación. Es, Ainara, un placer difícil de describir. Una liberación que tú, sin darte cuenta, estoy seguro que también estás sintiendo.
Besos de tu tío.
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