Una larga enfermedad



30 de Marzo.- Querida Ainara: uno de los doce o trece libros que me traje a Austria, en los tiempos en los que venirme a vivir a Austria suponía para mí trasladarme a un desierto de letra impresa, fue “Al sur de Granada” de Gerald Brennan.


Mr. Brennan, a quien sus amigos llamaban Don Geraldo, residió en la comarca granadina de La Alpujarra y las interesantes observaciones que hizo, agudas, irónicas, y al mismo tiempo cariñosas como sólo podían ser las de un inglés de su tiempo y de su medio, creo que nos retratan bastante (a los españoles, me refiero).

Una de las cosas que, sin embargo, han cambiado desde que Mr. Brennan vivió entre nosotros, es la relación que los españoles tienen con la muerte. Decía Don Geraldo (sobre poco más o menos) que, “pasada la primera juventud, la vida de los españoles discurre insoportablemente ensombrecida por la certeza irremediable de la muerte”. Aún, cuando yo era chico, se escuchaba decir a las personas mayores, con aire resignado, lo de “no somos nadie”. Queriendo decir que, del rey abajo, todos nos iremos algún día (quiera Dios que más tarde que pronto, por otra parte).

En los últimos años, paralelamente a la desacralización de la vida social, y a la disolución paulatina del papel que el catolicismo y sus usos desempeñaban en la vida de la gente, la muerte, como algo que cumplía su misión en el devenir humano, ha dejado de tener una función y se ha convertido en una cosa incómoda con la que no se sabe bien qué hacer. 

Aún recuerdo cómo tu bisabuela María dejó dicho la ropa con la que quería que la amortajaran cuando llegara el momento. El abrigo bueno de paño negro, los zapatos más finos que tenía. En el tanatorio, parecía que se había preparado para ir a un médico de pago (una figura con la que Dios tenía para ella, sospecho, muchos puntos en común). Para tu bisabuela, morirse resultaba aún un acto social y creo que, si hay Dios (que creo firmemente en que lo hay) una de las amabilidades que tuvo con ella, una persona que repartió tanto amor entre nosotros, fue el no dejarla morir sola, como más temía, sino rodeada de todos los suyos.

Para los hombres y las mujeres de este principio del siglo XXI, la muerte se ha convertido en una cosa que provoca unas inquietudes, una intranquilidad, unas preguntas últimas, contra las que el proceso de socialización y educación no da ningún tipo de herramientas.

Asimismo, el papel que la sexualidad desempeñaba al objeto de medir la conformidad del comportamiento de las personas a la conducta establecida, lo ha ocupado otra mitología: la de la salud. Para tu bisabuela, las enfermedades “las mandaba Dios”. Para las personas del siglo XXI las enfermedades “las mandan los malos hábitos”. Todos vivimos en la fantasía de que, si cumplimos las reglas de la nueva moral (no fumamos, no bebemos, no utilizamos nuestros orificios o nuestros artilugios penetradores en lugares no homologados, comemos fibra, nos abstenemos de las grasas, bebemos agua, etcétera) viviremos para siempre. O, lo que es lo mismo, y más terrible: si nos ponemos malos, y de esa enfermedad se deriva la muerte, será por nuestra culpa. Porque algo habremos hecho.

La mocita que se quedaba embarazada por haberse dado un revolcón en la era con su novio antes de casarse, tiene ahora su reflejo en la persona que enferma. La mente colectiva ha inventado este artilugio al objeto de sentirse segura. “Claro, fulanito se ha puesto malo porque hacía tal y tal: a mí no me puede pasar nada”. Lo dicho: algo habrá hecho.

La culpa ha inventado un nuevo eufemismo para tapar la enfermedad que nos aparta del cuerpo de los sanos consumidores inmortales. Todos lo escuchamos a diario: “Fulanito, exministro de tal y tal, ha fallecido este lunes a causa de una larga enfermedad” como si morirse o enfermar, fuese culpa de esa persona que nos amarga la fiesta poniéndose mala.  ¿Qué le hubiera costado mantenerse sano para siempre?

Besos de tu tío

Ilustración: Personas en la capilla ardiente del cantante Peter Alexander (foto: Archivo Viena Directo)

2 comentarios:

Chus dijo...

Pues Paco, hoy no estoy de acuerdo con tu escrito.

No creo que si caes enfermo, la sociedad piense que es por tu culpa. por lo menos yo hablo por mi. Conozco cantidad de gente que ha caido enferma mucho antes que yo y jamás he pensado que algo habrán hecho, o que ellos tienen culpa. Ni siquiera yo, que soy creyente practicante, pienso que las enfermedades las manda Dios.

Un abrazo

Pablo dijo...

Hola Ainara y Paco:

Me permito meterme en vuestra correspondencia para recomendaros un cuento que viene muy... a cuento ^_^

Es cierto, ahora que el cuerpo ha dejado de ser "el templo de Dios" ha pasado a ser "el templo de la Salud". Se ha perdido la cultura de entender que la muerte es parte de la vida, por eso queremos pensar que el que enferma es porque quiere. Así podemos imaginar que, si somos buenos y redimos tributo a la salud, viviremos para siempre.

Con todos ustedes, el cuento del soldado y la muerte, de una serie mítica como ya no se hacen.

http://video.google.com/videoplay?docid=-2878459867580700476#