30 de Abril.- Constanze Mozart, apodada Stanzi por sus amistades, debió de ser una persona de estas que nunca sabe dónde tiene la cabeza. Un ejemplo basta para deducirlo: tras el entierro de su primer marido, Wolfgang Amadeus, en Diciembre de 1791, se marchó de Viena y solo década y media más tarde (!), a requerimiento de algunos melómanos salzburgueses, regresó a la capital para buscar la tumba de su santo en el cementerio de St. Marx. Como todos sabemos, no pudo encontrarla. El emplazamiento del monolito conmemorativo en el que hoy en día se hacen fotos no marca la situación de la tumba del ilustre compositor, sino solo el lugar, cercano a las tapias del camposanto, en donde fueron echados sus despojos tras vencer el plazo para ocupar la fosa común.
A falta de cadáver que poder investigar, a lo largo de los últimos dos siglos se han elaborado todo tipo de teorías para explicar la muerte precoz del músico. El hecho de que la última obra de Mozart fuera una misa de Requiem no ha hecho sino alimentar la hoguera de la fantasía de los aficionados a las teorías conspiranoicas.
Mozart, es cierto, murió joven, pero el milagro es, como se verá ahora, que no cascara antes.
Ya desde chico y a causa de la explotación a la que su padre, Leopold, le sometió a él y a su hermana Nannerl, el pobre Wolfgang Amadeus fue un campo de batalla para las enfermedades más diversas que, la pasión por el ahorro de su progenitor hizo que se tratasen con curas caballares.
Sólo un ejemplo. A finales de 1762 –Mozart tenía entonces seis años- anotó su padre: „Se queja –Mozart- de dolores…Cuando estaba en la cama, reconocí los lugares de donde procedía el dolor y encontré varias manchas del tamaño de una moneda, bastante rojas y algo hinchadas. Le dimos Schwarzpulver y Margrafenpulver…“
El Schwarzpulver (polvo negro) o „Pulvis epilepticus niger“ se usaba, como deja entrever su nombre latino, para tratar la epilepsia pero, como hoy la aspirina, se le reconocían virtudes contra los dolores y los enfriamientos. Era, pues, una especie de medicamento estándar. Estaba compuesto entre otras guarrerías, por carbón vegetal, cuerno de ciervo o cuarzo pulverizado.
El Margrafenpulver era otra guarrería del estilo, sólo que se tomaba envuelto en una hoja de oro, lo cual lo hacía más caro y, a ojos de los sufridos pacientes del siglo de las luces, mucho más efectivo.
Naturalmente, el pobre crío no mejoró nada y hubo que llamar a un médico de verdad que le diagnosticó un principio de escarlatina (en lo cual, según nuestros conocimientos actuales, no andaba el galeno muy descaminado). Lo malo es que le prescribió que se continuase con el tratamiento a base de polvo negro e indicó que se le administrasen también varios medicamentos más; uno de los cuales contenía un alto porcentaje de extracto de opiáceos. Con lo cual, el pobre Mozart siguió enfermo pero llevó sus sufrimientos con muchísima más felicidad. Dónde iba a parar.
2 comentarios:
¡Que bueno! Un fuerte abrazo.
Gracias, gracias :-)
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