8 de Mayo.- Ni que decir tiene que Redl, acuciado por una amenaza de chantaje que podía destruir su carrerar para siempre y hacerle terminar en prisión, acudió a la cita que le había propuesto el agente ruso Pratt. Accedió a colaborar con el servicio secreto zarista y, al principio, fue controlado personalmente por el agregado militar ruso, el barón de Roop. Sin embargo, este debió de tener un desliz, y fue expulsado del país acusado de espionaje, pasando a desempeñar sus funciones el coronel Mitrofan Konstantinovich Martschenko el cual describe a Alfred Redl en sus notas como un tipo inteligentísimo, taimado, de modales engañosamente delicados e inofensivos.
Ya fuera porque Redl era una de esas personas que hace bien su trabajo sea el que sea, o bien porque jugó bien sus cartas, los rusos no tardaron en recompensarle sus servicios en forma de jugosas pagas, que le ayudaron a llevar un tren de vida aristocrático que, paradójicamente, ayudó a precipitar su final. Redl tenía dos automóviles, varios caballos y siempre comía en lujosos restaurantes. Por no hablar de que, según las crónicas, se gastó los rublos en aventuras con jóvenes oficiales a los que agasajaba de la misma manera que sus compañeros heterosexuales hacían con sus queridas.
El 18 de octubre de 1912 es un día transcendental en nuestra historia: aquel viernes, se hizo pública la orden de translado de Alfred Redl a Praga, en funciones de Jefe del Estado Mayor del VIII cuerpo del Ejército. Naturalmente, la distancia geográfica no permitía ahora a nuestro hombre reunirse con los agentes enemigos sin levantar sospechas por lo que las entregas de documentación y las contraprestaciones monetarias pasaron a realizarse de manera postal. Un día, uno de los envíos fue devuelto y, al pasar el tiempo de la recogida, fue abierto por los funcionarios de correos que encontraron 6000 coronas y una nota. La colaboración del servicio secreto alemán fue decisiva porque fue la inteligencia del Imperio Alemán la que llevó a los colaboradores de Redl en Viena.
En una operación digna de un James Bond de la Belle Epoque, los servicios secretos del Káiser Francisco José le tendieron a Redl una trampa en la que cayó el traidor.
Sin embargo, el descubrimiento de que uno de sus más altos cargos había estado espiando para los rusos en vísperas de lo que no tardaría en ser la Primera Guerra Mundial, colocó a los servicios secretos austro-húngaros en una posición delicada. Por un lado, tenían a un traidor del que no sabían con certeza el daño que había podido hacer. Por otro lado, el escándalo de cara a la opinión pública podía tener consecuencias apocalípticas para la credibilidad de todo el aparato de la inteligencia militar austriaca. Así pues, y en una solución muy de la época, una delegación militar capitaneada por un antiguo subordinado, un tal Ronge, se presentó en la habitación de hotel que ocupaba Redl con la intención de obligarle a suicidarse. Cuál sería su sorpresa cuando se encontraron a su hombre en plenos preparativos para quitarse de enmedio. Redl sabía que había sido descubierto y no quería pasar por el trago de su arresto.
A instancias de los agentes austriacos, Redl firmó una confesión en la que reconocía haber espiado entre 1910 y 1911 “para potencias extranjeras” y “sin cómplices” y luego pidió un arma. Los agentes abandonaron la habitación y, al día siguiente, el jefe de policía certificó la muerte de Redl, que se había suicidado durante la noche.
Esta historia tuvo un corolario que, por ser cómico, no me resisto a contar. Los agentes de la policía austrohúngara llegaron a Praga el día 25 de octubre de 1913, horas después de que Redl se suicidara. Se encontraron con que el muerto había dejado toda su documentación guardada bajo llave. Sin embargo, como era domingo, no encontraron ningún cerrajero que les abriese las cajas fuertes. Al final, tras árduas gestiones, tuvieron que acudir al único disponible, que era, en sus ratos libres, jugador del FC Sturm de Prag (en aquellos tiempos anteriores a Cristiano Ronaldo, era un sueño que los futbolistas vivieran de sus patadas y todos tenían un oficio).
El aficionado al deporte del balón de cuero tuvo que acudir a la llamada de la pasma, abandonando así un partido importante para la liga de 1913-1914, por lo cual recibió una regañina del director del equipo y también reportero deportivo, Egon Erwin Kisch.
Se considera universalmente que la traición de Redl tuvo consecuencias transcendentales durante los primeros meses de la Primera Guerra Mundial y que su filtración de datos causó la muerte de medio millón de sus compatriotas.
1 comentario:
Acabo de descubrir tu blog. Me encanta lá cultura y sobretodo la literatura austríaca y de los países de Mittleuropa. Te convido a visitar mi blog. Fabio
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