Spanish revolution (3): Volver


23 de Mayo.- En la ciudad donde nací, los colegios electorales están en la misma calle que el cementerio municipal. Como he venido votado de casa, aprovecho la soleada mañana dominical para visitar, como siempre hago, la tumba de mi abuela.

La ancha avenida que conduce al camposanto parece una romería.
En el transcurso de nuestro paseo, mi madre se acerca a una mujer de mediana edad, llorosa, que camina despacio del brazo de un hombre. Las dos mujeres se quedan en silencio un instante y luego mi madre dice una frase enigmática:
-Me lo dijo Sebas el otro día –mi padre- es lo peor hija, es lo peor.
La mujer, que lloraba un poquito, solloza y da las gracias con la voz entrecortada.
-Hala, hija –dice mi madre a modo de despedida- vamos a ver a la abuela.
La doliente le aprieta la mano a mi madre y sigue adelante, tapándose la cara con un pañuelito blanco.
-¿Qué le ha pasado a esa mujer?
-Se le ha muerto un hijo. De cáncer. Ha estado dos años con cáncer de huesos.
-¿Y era joven?
-Cuarenta y un años.
-Vaya por Dios.
-Que él nos libre.
Bajo el arco de ladrillo rojo que da entrada al cementerio, una mujer de medio luto,setenta años largos, el pelo claro teñido de rubio y unos ojos vivaces, me sonríe desde la brillantez de su dentadura postiza.
-¿Es este tu hijo?
-Este es el que vive en Viena.
-¡Qué guapo estás, hermoso! Ya no te conozco ¡Madre mía! Con lo chiquitín que yo te he visto.
Interviene mi madre:
-¿Y tu marido?
-En casa está. Iba a venir hoy pero no ha podido.
-¿Y eso?
-Le ha salido una úlcera, del azúcar ¡Cuatro meses ya y no se le quita! El jueves vamos a cirugía cardiovascular, a ver qué le cuentan.
-Oye, que me ha dicho la Auxique se ha muerto no sé quién.
-No sé, hija ¡La Auxi, que se entera de todo! ¿No ves que se pasa el día en la calle? Bueno, me voy, que yo estaba esperando a mi hermana, pero me parece que ya no viene. Hala, hermoso, que sigas bien.
Entramos al camposanto y nos santiguamos.
Las tumbas están limpias. Cuidadas. Las cruces de marmolina, los ángeles cabizbajos, emergen de entre un mar de flores de plástico de colores fosforescentes. Una vecina, que tuvo un comercio cerca de casa, charla con el enterrador mientras arregla un rosal (natural) que está cuajado de flores de color pálido. Corta las que están más abiertas ylas mete en un jarrón de vidrio azulado, con agua. Murmura “si es que están muy abiertas ¿Ves? Y se deshojan”. Mi madre la saluda:
-Qué pasa, Paz, hija.
-Pues aquí, ya ves.
El enterrador se mantiene a media distancia. Participa en la conversación desde lejos, sin atraverse a acercarse al pequeño corro que hemos formado la vecina, mi madre y yo. Es un hombre de unos cuarenta y cinco años, afable. De aspecto sensato.Tras unos minutos de conversación se dilucida que, la que se murió, fue una mujer que estaba arreglando la tumba de sus deudos, se desmayó, se dio un mal golpe y se desnucó en el camposanto. El enterrador desmiente la versión más morbosa dada por la Auxi.Lamujer no estaba subida a una escalera como dice la gente, a la que le gusta exagerar como es sabido. Como si quisiera quitarle la fama de gafe al cementerio, el enterrador se esfuerza por reducir la muerte de la señora a sus justas proporciones de tránsito rápido e indoloro, causado por un problema de salud anterior. Mientras tanto, vigila de reojo el trajín alrededor de los dos grifos en donde la gente rellena los botes de detergente, de plástico blanco, que hacen las veces de regaderas.
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3 comentarios:

Chus dijo...

Pues Paco, tu crónica de hoy es como la vida misma.

Me alegro que estés en España disfrutando de tu familia Pasatelo bien.

Un beso

amelche dijo...

Más que "Spanish Revolution 3" esta entrada debería llamarse: "Spain is different". Me recordó a aquella escena en una peli de Almodóvar (¿Era Volver?) en que las mujeres van al cementerio a la tumba de su padre.

El herpato dijo...

Bueno, bueno, buenísimo Post. Besos.